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Escribir, esnifar, vivir: 'Cocaína', el adictivo debut literario de Daniel Jiménez

Galaxia Gutenberg publica esta obra galardonada con el Premio Dos Passos a la Primera Novela, un relato intimista sobre la necesidad, la incapacidad y la fugacidad del coraje

22/02/2016 - 

VALENCIA. El ser humano es el único ser que tropieza dos veces con la misma piedra. Si esta piedra en lugar de piedra es una roca, y además es blanca, el tropiezo puede repetirse innumerables veces hasta que el ser humano en cuestión quede vencido y desahuciado por completo, con el cerebro hecho papilla y la vida social, también. Por supuesto, el final no tiene por qué ser tan trágico: quien más y quien menos ha tenido sus encuentros o encontronazos con la cocaína y ha vivido para contarlo. Es tan habitual en nuestras sociedades que a casi nadie le asombra que una de las canciones de moda del verano fuese aquella en la que un tipo le declaraba su amor incondicional. I'm in love with the coco, claro. ¿A qué coco iba a referirse el grandullón que hace aspavientos en el videoclip con las manos en la masa? De la cocaína se ha dicho, escrito, filmado y cantado tanto que es difícil creer que siga siendo ilegal. 

Algunos de sus más prósperos mayoristas se han convertido en leyendas, en iconos. Al Zar de la Cocaína, sin ir más lejos, se le han dedicado series y películas, como Escobar: Paradise Lost o Narcos, por ejemplo. La cocaína habla de quien la consume, a ella se le ha atribuido siempre cierto glamour, cierta distinción, aunque en realidad, es consumida por todo el mundo, de arriba a abajo y de abajo a arriba en la pirámide social. En los servicios de respetables instituciones a plena luz del día y entre semana o sobre la tapa del váter de un sórdido antro de madrugada; en el bolsillo de un abogado camino a los juzgados o en la cartera de un adolescente al salir de fiesta el sábado noche. La cocaína se ha convertido en algo tan común como el tabaco o la cerveza, aunque se trate con mayor discreción que lo anterior: estos polvos blancos extraídos de la planta de coca pueden ser consumidos en casi cualquier contexto, situación o escenario. Más que una droga de impacto, esta es una sustancia de compañía, y claro, el roce hace el cariño.

Al protagonista de Cocaína, de quien cabe suponer que es un yo-ficción de Daniel Jiménez, la dama blanca le acompaña en el transcurso de los días que configuran un año de desorientación y pérdida de la esperanza, un año de fuelle roto, de apatía, de estancamiento y desidia. No es fácil observar desde la treintena cómo uno no ha conseguido todavía lo que esperaba o lo que se esperaba de él; esta sociedad en la que nos desarrollamos es capaz de tenernos a todos envidiando al otro sean cuáles sean nuestros éxitos y sean cuales sean los suyos. Siempre parecemos ser víctimas de una ansiedad que nos susurra al oído constantemente consignas como “eres un fracaso” o “no has conseguido nada en la vida”, “se te acaba el tiempo”, “otros ya lo han hecho”, “a tu edad ya no vas a poder”, “date prisa, eres el último o la última”, “no te quedan muchas oportunidades”, “llegas tarde”. Estamos continuamente llegando tarde a algo: no sabemos ese idioma que ahora se demanda tanto pero no podemos empezar con él porque ni siquiera sabemos bien inglés, estamos desactualizados respecto a esas nuevas herramientas digitales, se nos hace tarde para tener hijos pero es que ni por asomo tenemos un trabajo medianamente estable. 

La ansiedad viene acompañada por un terrible espejismo: a todos el mundo le va todo genial. Evidentemente, sabemos por fuerza que eso no es así, nos basta con poner el telediario para comprobarlo. Sin embargo, se nos ataca desde otros flancos con esa idea, con ese mensaje del que se hace eco Jiménez: “Gracias a este maravilloso programa sabes que hay compatriotas tuyos en cada país del planeta, por muy remoto que sea ese lugar, y que muchos de ellos no saben por qué fueron a parar ahí ni qué les esperaba al llegar y que después de pasarlo verdaderamente mal los primeros meses (algunos hasta confiesan que se metían en el metro y apoyados contra la pared no paraban de llorar) supieron reponerse a las adversidades, hicieron amigos y encontraron el amor y formaron una familia y, ahora, además de ser felices y mejores personas, muchos son ricos y tienen puestos de relevancia en sus respectivas empresas...”. Efectivamente, si uno sigue demasiado estos programas o cree en lo que muestran determinadas redes sociales, se convencerá de que todo sus conocidos viajan incesantemente a lo largo y ancho del globo mientras cocinan cupcakes, toman smoothies y se sienten inmensamente realizados. 

Todo forma parte del mismo juego hipócrita, ese que hace que nos fustiguemos por no ser felices constantemente. No se nos permite sentirnos normales. Hay que destacar, ser muy feliz. Si para colmo uno escoge el camino del arte, de la música o de la literatura, la cosa se pone más seria todavía: al tratar de alcanzar la prosperidad como individuo se le tiene que añadir el alcanzar el éxito como artista, con todo lo injusto que puede ser este camino. El protagonista de Cocaína ansía ser escritor, ansía ser querido por un público de lectores que consuman el producto resultado de su necesidad de escribir. Para ello escribe y elimina, escribe y elimina; piensa en todo lo que querría contar y se compara con aquellos que ya están ahí, como el tirano Soto Ivars, y descarta, y vuelve a empezar. La ansiedad no desaparece. Ya tendría que haber hecho algo, ya tendría que haber recogido algún premio. En su vida, a la que accedemos a través de las anotaciones del diario que es el libro, el desasosiego es un elemento recurrente. Una desagradable sensación que intenta paliar con la cocaína, o tal vez sea al revés y haya ido a dar con la cocaína por esa sensación. Es difícil saber qué fue antes.

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