Cuando visitamos un lugar, no solo estamos visitando un espacio físico, sino que arrastramos multitud de cargas simbólicas, de conocimientos adquiridos. Una prueba subjetiva que dibuja mapas que solo puede desencriptar uno mismo. Tres expertas en arte, crean sus topografías
VALÈNCIA. Hace unos días el ilustrador (y abogado) Luis Ruiz del Árbol (‘fromthetree’), de visita, titulaba: “El interior de la Horchatería Santa Catalina (València) parece sacada de un cuadro de Hammershoi…”. No porque sus estancias estuvieran sumergidas en el interior de un vaso de horchata, sino porque la comparativa, como una asociación intuitiva, daba como resultado un mismo horizonte de silencio, de frialdad y ausencia. Como si el pintor danés se hubiera dado un volteo por el cogollo histórico de València para reflejar un vacío entre fartons.
Parecía un juego de intuiciones y reflejos, una prueba más de cómo, cuando visitamos un lugar, no solo estamos visitando un espacio físico, sino que arrastramos multitud de cargas simbólicas, de conocimientos adquiridos. Una geografía subjetiva que dibuja mapas que solo puede desencriptar uno mismo.
Cuando comento esto mismo con la gestora cultural Isabel Puig, habitual de las trastiendas expositivas, repentinamente comienza a trazar sus propias líneas asociativas. Parece colarse por el zaguán de un agujero negro para saltar de una realidad próxima a las pinceladas de una obra. Jorge López, director de la galería Punto, ve instintivamente la cercanía entre los interiores de uno de sus edificios favoritos y las imágenes de uno de sus artistas predilectos, formando en apariencia una realidad única. La educadora de museos Anna Peris reacciona asaltando una misma sala museística que en realidad está dividida entre este mundo y el mundo de lo simbólico.
Por esas cosas, cuando Isabel Puig recorre la calle Casbah en el Saler (“la pienso como un pequeño oasis que jamás podríamos ver construido en la actualidad”) de la misma manera está recorriendo las obras de Georgia O’Keeffe alrededor de su rancho de Abiquiú, en Nuevo México. Sus visiones de las puertas. “En esta búsqueda ha venido a mi mente el rancho de O’Keeffe. Supuso para ella un espacio de libertad y misticismo, que fue clave para su carrera. Este año, he tenido la inmensa suerte de conocer más de cerca a esta gran artista, puesto que he desarrollado el contenido de la audioguía, de la gran retrospectiva que el Thyssen le dedicó a la artista antes de verano. El silencio de los muros, la plasticidad de los materiales y la luz, vinculan de una manera orgánica estas dos construcciones en mi mente”. La distancia entre la Casbah y Abiquiú es de cerca de 8.600 kilómetros, pero se difumina en su totalidad cuando forman parte de un mismo plano artístico.
Cuando Jorge López, el director de la Punto, ve a lo lejos Espai Verd como esa estructura aterrazada que escala sobre el vacío señalando lo desconocido, entonces consigue saltar sobre la obra de Victoria Iranzo This is not my Paradise logrando un paralelismo que solo es posible a partir de su propio acervo artístico. “Espai Verd está sostenido en estructuras sólidas, imponentes, entre lo artificial y lo natural, entre el cemento y la naturaleza, casi como si fuera una estructura vestida, un espacio que te permite encontrarte con la naturaleza, camuflar el hábitat, vegetar el gris cemento, por ello -explica López al otro lado- me recordó a la obra de Victoría Iranzo, que utiliza en sus obras representaciones visuales de escenarios imaginarios, cuyo exotismo apela a los mundos de ensueño, como lugares de encuentro entre lo público y lo íntimo. Una imagen fragmentada como recorte de escenarios planificados y construidos, como si miráramos a este edificio de Antonio Cortés desde un rincón, entre las plantas observando los planos intercalados, superpuestos entre la vegetación. Como un diorama cargado de experiencias. Una obra y un edificio que se hacen visibles e invisibles por momentos, un hábitat o escenario donde resguardarse de un entorno hostil y encontrar confort; un espacio lúdico donde la pintura y el edificio se transforman en medio y refugio”.
Al fin, Antonio Cortés meets Victoria Iranzo. Sus ‘obras’ sostenidas sobre una misma pared.
En ocasiones la asociación de ideas se conforma deslizándose del espacio conformado al espacio pictórico, sin solución de continuidad. Es lo que le pasa a Anna Peris, educadora museística, que cada vez que se planta en la Sala Ferreres del Centre del Carme -con sus columnas dóricas, sus arcos carpaneles y sus lucernarios al estilo del Prado- se ve escudriñando por dentro la obra El museo, 1973 de Equipo Crónica. “Es una obra de dos metros por dos metros -comenta Peris- donde el fondo toma un gran protagonismo por la arquitectura. Me traslada rápidamente a la Sala Ferreres en el Centre del Carmen de Cultura Contemporània, por su amplia sala central y sus columnas que resuenan al Museo del Prado. Me cautiva este enlace entre ambos lugares porque me gusta pensar que ambos se distinguen por su compromiso y el carácter innovador en las propuestas artísticas”.
No sé sabe qué fuerzas neuronales provocan las conexiones, pero los episodios de inmersión suceden e invierten la lógica entre los lugares y las obras pictóricas. Una obra, qué si no, es también un lugar.