Palau de les Arts- Sala Auditori
Rafal Blechacz, piano
Raúl Junquera, trompeta
Aitor Llimerá, corno ingés
ORQUESTRA DE VALÈNCIA
Eiji Oue, director
Aaron Copland: Quiet City, Frédéric Chopin: Concierto para piano y orquesta núm. 1 en mi menor, op. 11, Paul Hindemith: Metamorfosis sinfónicas sobre temas de Carl Maria von Weber,Leonard Bernstein: Divertimento para orquesta
VALÈNCIA. Empecemos por lo más importante, por memorable, de la velada. Rafal Blechacz (1984) fue capaz con su enorme talento de que los 40 minutos del primer concierto para piano de Chopin transcurrieran en un suspiro y quisiéramos más. Se nos acaban los calificativos para este todavía joven pianista polaco que ha alcanzado una madurez digna de los grandes. De una sobriedad en las formas que se echa en falta en unos tiempos dados a pianistas-ellos y ellas- proclives a espasmódicos aspavientos, se agradece esa manera un tanto tímida, sosegada, en plan “hola aquí estoy, voy a tocar algo hermoso”, aunque no excenta de una formalidad y elegancia en la postura que recuerda mucho al primer Zimmerman. Recordar que Zimmerman ganó el prestigioso concurso Chopin de Varsovia en 1975 y Blechacz fue el siguiente pianista polaco en hacerlo, treinta años después, en 2005.
No comenzó la cosa muy prometedora, y no me refiero, por supuesto, al solista, sino a esos primeros 138 compases de la partitura original, meramente introductorios, en los que la orquesta, principalmente la cuerda lució un sonido un tanto desabrido, sin peso, y cierta desidia. Tampoco es que Chopin fuera un superdotado para la escritura orquestal. Todo se arregló con la entrada de Blechacz y de ahí hasta el final ya que en este concierto, aquí sí hay que decirlo, la partitura orquestal ocupa un lugar secundario limitándose en términos generales a arropar al auténtico protagonista de la obra. Hay que decir que Oue y la orquesta estuvieron especialmente cuidadosos en este sentido.
Blechaz hace una creación bellísima de esta obra y, aunque ya se trata de un músico plenamente consolidado, con su Chopin y esperemos que con todo el gran repertorio, tengo la impresión de que este artista va a darnos muchas alegrías en los próximos años. Esperemos verle como solista pronto por aquí. Un Chopin delicado, mucho, pero vedado a los amaneramientos. Lejos de lo pasional tampoco es en absoluto frío. Blechacz consigue un mágico, refinado, maduro equilibrio al alcance de muy pocos que precias no solo de una madurez como músico, sino también personal a la hora de abordar estas obras. Un pianismo meditativo que en ocasiones nos da la gloriosa ilusión de estar ante pasajes improvisados, de estar creándose en ese momento, con ecos debussynianos, en la Romanze, por modernos e impresionistas. Blechacz no compite contra el piano, dialoga. No es un escollo que hay que superar. Ni en los pasajes más virtuosos y las escalas más largas y veloces Blechacz da muestra de querer epatar con nadie. El Rondó con que se cierra el concierto fue una lección magistral de elegancia cantabile y clase. Citar en la Romanza la intervención de Juan Enrique Sapiña al fagot.
La velada se había inaugurado con la breve obra de Aaron Copland, Quiet city, para orquesta de cuerdas, trompeta y corno inglés que si bien tuvo en Raúl Junquera y en Aitor Llimerá unos solventes intérpretes, el director nipón no acertó con las dinámicas que debían emplear ambos puesto que la presencia del trompetista, salvo en los pasajes con sordina, llegó a estar demasiado en primer plano hasta el punto de tapar el sonido del corno en alguna ocasión, a pesar de que, paradójicamente, estaba mucho más cerca del público. Faltó misterio y evocación en una cuerda que, después del “milagro Heras-Casado”, últimamente no está en sus mejores momentos.
La Metamorfosis sinfónicas sobre temas de Carl María Von Weber tuvieron en la orquesta y en Oue unos traductores dignos pero un tanto alejados de una lectura modélica de una obra que requiere más transparencia en el primer movimiento y acentos más expresivos incluso burlescos en las sucesivas variaciones de Turandot, segundo movimiento, a modo de Scherzo.
Pienso que son aunque son piezas espectaculares que exigen una gran orquesta, hay que llevarlas con una ligereza, pulso y hasta cierta banalidad que faltó en la lectura de Oue un tanto pesada y grave. En la March sobraron decibelios, que, por cierto, nada tienen que ver con la intensidad y la densidad del sonido.
El concierto se cerró con el delicioso y humorístico Divertimento para orquesta de Leonard Bernstein. Una obra de a penas quince minutos en ocho partes en la que se condensa el enorme talento y los conocimientos enciclopédicos del maestro norteamericano capaz de citar en un cuarto de hora el Walz, aunque aquí faltó vuelo y fraseo por parte de oué y la orquesta no obstante mencionar la excelente intervención de Mariano García al violonchelo; la mazurka en la que hay que citar las intervenciones de Luisa Domingo al arpa y a José Teruel al oboe; una samba un tanto estridente, una Turkey trot llena de gracia, un blues dedicado al trío de flautas o una brillante y patriótica y espectacular marcha de cierre, con los músicos de viento en pie en “modo jazz band”. Éxito para todos.