VALÈNCIA.- En los títulos de crédito de cada capítulo de la serie Fama, la profesora Lydia Grant les recordaba a sus alumnos de danza que cumplir sus sueños requería mucho esfuerzo y sacrificio, y que ella se iba a encargar de demostrárselo. Ahora que la fama consiste simplemente en ser famoso porque sí, sin talento artístico o cuestiones éticas que valgan, esas palabras cobran mayor significado cuando vemos imágenes de la serie en YouTube.
Los alumnos de la ficticia, aunque muy real, escuela Secundaria de Artes Escénicas de Nueva York en la cual transcurría la serie no eran niños ricos y predominantemente blancos. Eran negros, puertorriqueños, gente de extracción humilde (como en el caso de Bruno Martelli) y, por supuesto, entre ellos también había muchas mujeres. Para todos ellos, alcanzar la fama equivalía a que se hiciera justicia poética.
A principios de los años ochenta, el concepto de fama era muy diferente al de ahora. Ser famoso era una meta, pero no una meta en sí misma. Significaba que tu trabajo había llegado al público, que tu talento era aceptado. Una escritora, un director de cine, un grupo de música, una deportista o un bailarín podían ser famosos simplemente por su trabajo. Hasta que el siglo XX se extinguió, la fama era un complemento asociado a una meta. Steven Spielberg y Rafaella Carrá merecían la fama y Cruyff también. En 1982, la NBC estrenó una serie que giraba en torno a esa idea: triunfar a cambio de darle al mundo algo que te hiciese inolvidable.
Puede parecer un concepto frívolo, porque el objetivo principal de cualquiera que ame su creatividad debería consistir en plasmarla por el simple placer de hacerlo; la popularidad que esta pueda proporcionar debería ser un regalo de fin de curso, pero no un fin. En el caso que plantea la serie, la búsqueda de la fama es la reivindicación de un derecho, tener licencia para acceder a un nivel que solamente unos privilegiados alcanzan.
Fama no nació de la nada. Hubo antes una película, dirigida por Alan Parker, que acabaría convirtiéndose en el patrón para la serie. De hecho, el piloto para esta fue un episodio que adaptaba al formato televisivo la oscarizada película de Parker pero sin Irene Cara al frente del reparto de actores. Con dicha película terminaron los musicales al uso, ya que el lenguaje vertiginoso del videoclip se había impuesto y acabó influyendo en las futuras producciones del género.
* Lea el artículo íntegramente en el número 84 (octubre 2021) de la revista Plaza