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En mayo se cumple el 95 aniversario de la muerte prematura de Francisco Cuesta, uno de los compositores fundamentales de la Valencia del siglo XX
VALENCIA. La de Francisco Cuesta Gómez, Paquito Cuesta si vienes del siglo pasado, es una de esas historias que, para el gran público, se queda en el insoportable devenir cotidiano de un lugar dedicado en la vía pública. Desde 1969, 80 años después de su nacimiento y casi medio siglo después de su muerte, Francisco Cuesta cuenta con un lugar dedicado a su figura en Valencia; eso sí, la Plaça del Músic Cuesta, erigida ya en los confines del distrito de Quatre Carreres, le vendría bastante a trasmano a Cuesta si, en una surrealista metacita póstuma, decidiera encontrarse consigo mismo desde su casa natal situada muy cerca de la Iglesia de San Martín. Esta plaza se antoja menor ante los homenajes tangibles con los que, merecidamente, cuentan en la ciudad colegas suyos como, por ejemplo, el valiosísimo Joaquín Rodrigo.
Aceptando las reglas del juego de las siete diferencias musicales de dos carreras únicamente comparables en sus inicios, se podría pecar de amarillismo al caer en la tentación de afirmar que sólo la tragedia impidió conocer si la magnitud de la herencia de Cuesta se acercaría a la del Maestro Rodrigo. La realidad es que, si nos dejamos seducir por la leyenda, los puntos en común entre ambas figuras nos permitirían llevar la ficción hasta territorios inhóspitos.En realidad, y sobre todo extramusicalmente, ambos compositores tienen importantes elementos en común.
Biográficamente, Cuesta se adelantó apenas 11 años a la gran figura valenciana (y española) de la música en el siglo XX que es Joaquín Rodrigo. Como el Marqués de los Jardines de Aranjuez, Cuesta vio la luz prácticamente ciego, lo que permite iniciar una serie de analogías fundamentales entre ambas figuras, guardando las distancias y abriendo una puerta a la elucubración que normalmente no va a ningún sitio más allá del territorio de la fantasía. Nacido en 1889, el compositor valenciano fue coetáneo del también músico invidente Rafael Rodríguez Albert, el escultor Ignacio Pinazo, José Iturbi o Leopoldo Querol. Aquellos eran los tiempos del Círculo de Bellas Artes de Valencia de principios del siglo XX y de la cacareada escuela de música valenciana.
“Su música es de una factura magnífica, poseedor de una armonización avanzada a su tiempo, y partícipe, en parte, del nacionalismo musical existente en la época”, así lo explican Fernando Solsona Berges y Roberto Loras Villalonga, docentes de la Academia de Música Valenciana, en El Compositor Ciego Francisco Cuesta Gómez, su investigación sobre la figura del pianista y compositor valenciano publicado en El Artista durante 2011. En el texto, que pretende rescatar la historia de Cuesta y poner el acento en la calidad de sus composiciones, se desgranan con precisión cada una de las fases que el protagonista atravesó como compositor hasta su muerte prematura, apenas cruzada la frontera de los 30.
Su precipitada desaparición es la que, al mismo tiempo, condena su legado y alimenta su leyenda. En la exigua bibliografía sobre Cuesta destaca precisamente una biografía de título revelador publicada en Estudis Musicals 5, la revista del Conservatorio Superior de Música de Valencia: La Vida Breve de un Moderno Compositor Valenciano: Francisco Cuesta (1890-1921) (López-Chavarri Marco y López-Chavarri Andújar, 1987). En el escrito se destaca la relevancia del compositor en el nacionalismo musical del primer tercio del siglo XX y su particular forma de abrazar lo exquisito. “Presenció también cómo la música racial caía en manos pecadoras que convertían el oro nativo en vulgar mercancía y se alejó de aquellas corrientes, persistiendo en escribir música purificada y completamente poseída del espíritu de su tierra”, explican los autores, que rematan con un gesto idiosincrásico del músico: “cuando Cuesta había obtenido el sufragio de la masa, le volvió la espalda para ir en pos del noble ideal”.
López-Chavarri incide en la difícil elección del músico ciego, cuya senda poco frecuentada por sus colegas, junto a su pronta desaparición, acabó por marcar la audiencia póstuma de su herencia. Los firmantes hablan de “instinto privilegiado para repugnar la vulgaridad”, pero también de lucha concienzuda; “lucha que más tarde llevase a Paco Cuesta a abandonar con alegría el camino del triunfo fácil y a entrar con nueva euforia por sendas de más noble y elevada estética”. Sin embargo, y a pesar de no contar con el reconocimiento mainstream de muchos de sus coetáneos, Cuesta sí se lleva algunos laureles que hacen dudar sobre si su figura está lo suficientemente bien ponderada más de un siglo después de su muerte. “Un caso aparte en la música valenciana son los compositores invidentes Francisco Cuesta, Joaquín Rodrigo y Rafael Rodríguez Albert”, explica Blanquer Ponsoda en su obra de 1987, y concluye más tarde que Cuesta “quizá sea el que mayor influencia ha ejercido entre las jóvenes generaciones de su tiempo” merced a “la frescura de su inspiración y su finísima intuición armónica”.
“Hay que hacer notar que toda esa formación musical se produce sin salir de Valencia, sin cambiar de ambiente, sólo a través del finísimo instinto del joven músico”, recuerdan Solsona Berges y Loras Villalonga en su texto, y califican la segunda etapa del compositor invidente como cercana al postimpresionismo y a las tendencias armónicas del jazz, “aunque conservando su melodía nacionalista”. No en vano, en esta segunda fase creativa, Cuesta sustituye valses como ‘Capricho Español’ por composiciones como ‘Danza Valenciana nº1’ (1917), ‘De La Huerta Valenciana’ (1917) y ‘Canción Valenciana’ (1919). Su rol fundamental en el paso hacia el modernismo valenciano, merced sobre todo a esa segunda fase, se aprecia, por ejemplo, en la colección que el Institut Valencià de la Música i la Generalitat Valenciana editaron en 2008 con Ricardo Roca al piano y la soprano Marta Mathéu; esta, junto a la creación del Quintet Cuesta en su honor en 1981, es uno de los pocos reconocimientos tangibles al compositor.
A pesar de su breve paso por el mundo de los vivos, Cuesta es considerado, de hecho, por muchos autores como uno de los más vehementes representantes del nacionalismo musical valenciano de principios del siglo pasado. “El nacionalismo musical, preconizado en España por Felipe Pedrell, es llevado a la práctica en su primera época por Salvador Giner y Francisco Cuesta”, expone Sergi Arrando i Yáñez en L’Escola de Música Valenciana, Realitat o Ficció. López-Chavarria Marco abunda también en esta cuestión cuando habla del ambiente musical en la Valencia de Francisco Cuesta, esto es, la del primer cuarto de siglo XX. “Vino a reforzar este sentimiento de la terreta un impulso de valenciana y de instinto regionalismo”, explica el autor, que matiza que “(el amor) a la música de la raza” era el antídoto que sacudía “el contagio propagado por cupletistas y teatritos de género ínfimo”.
Sin embargo, el legado del compositor invidente se vio interrumpido a la fuerza. El 23 de mayo de 1921, a escasos días de su aniversario, murió a raíz de las complicaciones derivadas de una tuberculosis contraída tiempo atrás. Años más tarde todavía se especulaba en los medios sobre la desaparición de Cuesta, del que se decía que se había contagiado de la enfermedad en alguna de sus visitas a Madrid; sin embargo, y tal y como se indica en El Compositor Ciego, ninguno de los tratadistas consultados por Solsona Berges y Loras Villalonga mencionan sus visitas a la capital.
Lo cierto es que, de todas las figuras a la postre relevantes en la música valenciana del primer tercio del siglo pasado, sólo Francisco Cuesta fue privado de cierta longevidad. Manuel Palau, Óscar Esplá, Eduardo López-Chavarri o el mismo Joaquín Rodrigo disfrutaron de una existencia prolongada en la que pudieron desarrollar su trabajo y darle forma de herencia indiscutible. Poco después de cruzar la frontera de los 30, Cuesta murió dejando varias piezas a mitad, además de una carrera que en aquel momento evolucionaba hacia el lied y el modernismo valenciano. A pesar de todo, y como recoge Ricart Matas en su Diccionario Biográfico de la Música, “sus obras señalaron una nueva orientación entre los compositores valencianos”.