La memoria que transitamos forma parte del patrimonio democrático con que nos construimos; es nuestra medida de lo atroz, de lo inhumano o de lo digno con que observamos el mundo. Aquí recorremos algunos lugares de memoria que cabría recordar
VALENCIA. La memoria son los asuntos del pasado que importan en el presente, aquellos que nos obligan a definir una posición ética frente a la barbarie o frente a la virtud, aquellos que reconocemos como parte de una identidad colectiva. La indiferencia es una posición. El recuerdo también. Y también el menosprecio.
La idea de reconciliación latente en nuestra democracia tiene más de negación del debate en la esfera pública que de superación del pasado traumático. Bajo ese buenismo de mirar hacia delante y de reconciliar a los españoles (sic), se olvida que la democracia es la gestión de los conflictos, pero no su desaparición.
Por esa misma dejadez (interesada o no, aquí da igual) hemos perdido ocasión de recuperar las historias y los lugares de nuestro patrimonio democrático. Y son abundantes, carne de memoria y de historia. En ciudades y pueblos de nuestra Comunitat en ocasiones ni existe una mínima referencia a estos hechos. Como ocurre en Alemania, Argentina, Italia o Polonia, el territorio debe poder ser leído. Cada uno tiene derecho a saber por dónde pisa y a recorrer la historia que nos precede. Aquí recorremos algunos lugares de memoria que cabría recordar.
El 25 de mayo de 1938 Alicante sufrió uno de los peores bombardeos de la Guerra Civil. La aviación italiana, que tenía su base en Mallorca, se adentró en la península para bordear la ciudad y esquivar así las alarmas de la costa. Los aviones descargaron sus bombas sobre el mercado a las once y cuarto de la mañana, ante la imposibilidad de la gente de escapar de la masacre y alcanzar los refugios.
Se calcula que murieron en aquel bombardeo unas trescientas personas. Aunque los estudios no son concluyentes, al parecer murieron el doble de personas que en el bombardeo de Gernika en abril de 1937. En la historia bélica fue la primera vez que se utilizó la aviación para bombardear ciudades y objetivos civiles; el gran objetivo, entonces, era el de crear terror en la población y que esta se rebelara contra el poder legítimo, aparte de comprobar la eficacia del nuevo armamento.
Dénia, Valencia, Burriana, Gandia, Castelló o Vinaròs fueron objetivos de la aviación fascista. Sin embargo, cabe destacar el bombardeo de Benassal por su crueldad; la aviación de Hitler arrasó con algunos pueblos del Maestrat calibrando la eficacia de sus nuevos aviones. En esta ocasión, no eran objetivos estratégicos, ni militares, ni de importancia. Sirvieron únicamente de laboratorio para ajustar el armamento que utilizarían en la Segunda Guerra Mundial.
En Serra, el corazón de la Calderona, instaló Manuel Azaña su residencia como Presidente de la República. Las hostilidades contra la ciudad de Madrid hicieron que el gobierno y la capital del Estado se trasladasen temporalmente a Valencia. En la Lonja y en el Ayuntamiento se celebraban sesiones de Cortes históricas, y los ministerios cambiaron sus sedes por edificios del centro histórico.
Juan Negrín, presidente del gobierno, o Indalecio Prieto, ministro de defensa, establecieron su residencia entre Nàquera y Bétera. Manuel Azaña, en cambio, se instaló en la Pobleta, una masía que se encuentra en el término municipal de Serra, lugar en el que recibía, despachaba y en el que se refugió durante buena parte de la guerra.
Fue un aeródromo construido ad hoc para la evacuación del gobierno de la República. Una vez rendida Barcelona, en Valencia y Alicante se encontraron los miles de desplazados que intentaban escapar de la previsible represión franquista. Es conocido el episodio de psicosis colectiva en el puerto de Alicante, donde unas cuatro mil personas esperaban la llegada de algún barco mientras las tropas franquistas entraban en la ciudad. La represión de Franco fue atroz.
Cerca de allí, despegaron desde Monòver la madrugada entre el 5 y el 6 de marzo de 1939 el presidente del gobierno Juan Negrín, la diputada Dolores Ibarruri, el General Enrique Líster, el poeta Rafael Alberti o la escritora María Teresa León. Monòver se convirtió en el último territorio libre antes de partir hacia el exilio.
En la actual Facultad de Teología de la Calle Trinitarios existió durante la Guerra Civil una de las mayores checas de la zona republicana. Las checas eran lugares de detención improvisados en los que se realizaron torturas, juicios y ejecuciones, como medida de control de la retaguardia. Hubo en Monteolivete, en la Calle Sorní 7, en convento de Santa Úrsula o en el Colegio de los Escolapios de la Calle Carniceros.
Fueron numerosas durante la guerra, y no solo fueron empleadas contra religiosos, rebeldes y fascistas, sino también contra anarquistas, troskistas y todo aquel que disintiera de la línea de actuación del SIM (Servicio de Información Militar), o fuera sospechoso de ello. Tal fue el caso de José Robles Pazos, traductor del escritor John Dos Passos, quien vino a España junto a Ernest Hemingway como reportero de guerra. José Robles desapareció en la Valencia controlada por el NKVD, los servicios de inteligencia de la Unión Soviética, sin saberse todavía los motivos.
2.238 personas fueron fusiladas en una pinada en los alrededores del cementerio de Paterna, en un inmenso muro que hacía las veces de paredón. Las detenciones y fusilamientos fueron masivos desde 1939 y hasta 1956. Solo hay un lugar en España que superó en número las atrocidades cometidas en Paterna, el cementerio de la Almudena, en Madrid.
Una página web localiza el nombre y origen de los asesinados por Franco durante todos estos años y una cuenta de Twitter actualiza todos los días el listado de ejecuciones de la posguerra. Paterna sigue siendo, aun hoy, el gran lugar de memoria de la represión franquista.
A escasos cinco días del golpe de Estado de Franco, la Segunda República fundó la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico. Su objetivo era el de proteger las obras artísticas amenazadas por la contienda. En efecto, los bombardeos fascistas sobre Madrid alcanzaron el Museo del Prado, de modo que se procedió, no solo a la retirada de los cuadros, sino a la evacuación a zonas de menor peligro.
De este modo, llegaron desde El Prado, El Escorial o la Academia de San Fernando los cuadros de Goya, Velázquez, Zurbarán o Tiziano a Valencia, y fueron depositados, con una especial protección, en las Torres de Serrano y en la Iglesia del Patriarca. Posteriormente fueron trasladados a Figueres, y de ahí a Ginebra, donde la Junta firmó la devolución de las obras artísticas a la España de Franco una vez acabado el conflicto bélico.
Fueron muchos los lugares de detención a partir de 1939. En Valencia se hacinaban los prisioneros en San Miguel de los Reyes. En Alicante fueron famosos los campos de concentración de los Almendros o de Albatera. Los refugios de la guerra civil que protegían de las bombas a la población fueron abandonados o sellados. Se habilitaron, en cambio, los lugares de una represión que duraría cuarenta años.
El espacio que transitamos está construido sobre la historia. El dolor no puede ser confundido con el odio, ni la memoria con la venganza. Son premisas básicas. La memoria que retomamos de nuestras calles forman parte del patrimonio democrático con que nos construimos; es nuestra medida de lo atroz, de lo inhumano o de lo digno con que observamos el mundo.