VALÈNCIA. Los pocos espectadores que tuvieron el acierto de acercarse ayer domingo al Reina Sofía, -daba pena ver la sala principal-, quedaron atrapados al instante por el arte del barítono canadiense Gerald Finley y su partenaire artístico habitual, el experimentado pianista británico Julius Drake, verdaderos amigos, cómplices y especialistas del género. Pero ¿de qué género? Pues, obviamente del lírico en la especialidad del lied, entendiendo este término como canción, en su más amplia acepción.
Y es que, en ejemplo de su versatilidad, presentaron un programa verdaderamente extenso y amplio, abarcando desde el genuino y puramente romántico de Schubert y Schumann del XIX, hasta la canción americana ligera de Cole Porter, propia del musical de Broadway, pasando por la mélodie francesa. Eso sí: ni una concesión al estilo distintivo. Seguro que Fred Astaire habría dado unos pasitos en el “Night and Day”, y quizá Orlinski habría evolucionado en pirueta sobre el aire. Pero ayer no. Porque Finley es Finley.
Serio e imperturbable, el anglosajón vino a dar una lección, -y lo hizo sin duda-, considerando que el canto es canto, por encima de los lenguajes musicales particulares. Y el lied es lied, cuya esencia dispone la conjugación de la música y la poesía. Así hizo el barítono un lied adusto y estricto de principio a fin, dando relevancia al acento, y en cualquier caso excelso, que es lo que importa.
Gerald Finley es un magnífico cantante. Su práctica es esencial desde el punto de vista mecánico, porque atiende a la perfección las tres fases fundamentales: el apoyo, la producción en las cuerdas, y la emisión con el uso de resonadores. Es tan sencillo, que parece hacer un canto sin técnica, y es todo lo contrario. Y no se desvía nunca. Y desde el punto de vista dramático es un hacha, porque sin alharaca alguna, es capaz de transmitir tantos sentimientos como sugiere el texto, gracias a tantos recursos en el manejo de su voz. Eso le hace ser un verdadero maestro del canto.
No es de extrañar que sea requerido por los mejores teatros del mundo para abordar óperas como Tannhäuser, Parsifal, Tosca, Falstaff, Otello, Don Giovanni, Las bodas de Figaro, Eugenio Oneguin... Ojalá aquí podamos disfrutar de su también dilatada experiencia sobre las tablas, porque Finley, a pesar de todo y ahí donde lo ven, es un hombre de teatro.
Se inició el recital con oscuras partituras de Robert Schumann y textos de Heinrich Heine, -el último poeta romántico alemán-, de los que el pianista demostró ser un verdadero especialista y devoto. Acompañó con sabiduría y eficacia las 8 piezas escogidas de tesitura grave, con las que Gerald Finley mostró lo mejor de sí. Y es que lo más genuino de la voz del barítono es su brillo permanente y suntuoso en la parte media y grave, -¡qué graves, Dios mío!-, que gracias a la perfecta colocación en la máscara, es proyectado de manera segura y eficaz.
Su voz, de agudos limitados y timbre desvanecido en el registro alto, es todavía fresca, y rozando por momentos el lirismo y el color del gran Fischer-Dieskau, se acerca a la excelencia al emitir fácil, como sucedió con la juguetona “Mein Wagen rollet langsam“, en cuyo diálogo entre la voz y el piano, sacó a relucir el barítono su vena teatral. Y con “Belsatzar” la expresión fue consumada por un canto capaz de matizar en dinámicas resueltas a la perfección, destacando unos pianísimos de lujo.
Del empuje y demostración majestuosa del uso de los resonadores en “Die beiden Grenadiere”, se pasó a las 6 canciones lúgubres con texto de Heine, de las que forman del ciclo Schwanengesang, -o sea el canto del cisne-, denominado así por ser de las últimas que compuso Franz Schubert. Fueron a más Drake y Finley. Después del olvido puntual y envenenado del barítono en “Am Meer”, resuelto por el pianista, consiguieron un grandioso “Der Doppelgänger” dicho con un inquietante parlato reflejando el tormento del protagonista, y un “Der Atlas”, donde ambos transmitieron a la perfección el gran dolor del mundo, con reguladores y dinámicas colosales.
Pero, Finley siempre todo en su sitio. Tanto en Schubert como en Duparc, -con quien se inició la segunda parte-, y con todo lo que luego siguió. Siempre en su sitio. Y así, el público siguió atrapado por la expresión del barítono, y admirado con los armónicos que fluían disparados. Del sensible y profundo compositor francés se escucharon 5 piezas para el contraste. Destacaron los intérpretes en la más que refinada, “Soupir”; el barítono por su perfecta dicción y su canto legato, tranquilo y de autoridad, y Drake por su rotundidad y dominio de los matices.
La voz luminosa y segura de Finley fue perfecta para conseguir un lied de gran profundidad emocional en la dramática “L’invitation au voyage”, -también otra joya de la mélodie francesa-, en donde precisamente ambos artistas pusieron orden, belleza, lujo, calma y voluptuosidad, como el texto de Charles Baudelaire.
Desde allí se pasó a la estética más inglesa del concierto, -británica y americana-, a base de pinceladas de compositores tan diversos como Britten de quien se expuso su áspera y moderna “Um Mitternacht”, la “The early morning” de Graham Peel, cantada con una elegancia soberbia, o el “Silent noon” de Vaugan Williams, de reguladores y pianísimos elocuentes. De Franz Liszt se interpretó su única obra inglesa, “Go not, happy day”, con un brillo arrebatador, igual que con luz propia se expuso “When stars are in the Quiet skies” de Charles Ives, representante del más puro y genuino estilo americano.
Con el “Night and day” del musical de Porter Gay divorce, se despidieron, por supuesto, sin adaptación de enfoque y sin concesiones estilísticas. Y ante los aplausos que no cesaban, dos obras fuera de programa. Primero “My heart in the Highlands” de Ottorino Respighi en recuerdo de su abuelo, como el propio Finley explicó. Y luego, aflojándose la corbata interpretó el canadiense la humorística y etílica “Chanson a boire” del ciclo Don Quijote a Dulcinea de Maurice Ravel muy bien teatralizada. Con tropiezo final, casi cae al suelo el barítono. Pero no. Siempre en su sitio. Finley siempre está en su sitio.
Demasiadas butacas vacías una vez más en el Reina Sofía, a pesar del denso y magnífico espectáculo vivido, donde se pudo disfrutar de la canción, y con el que se puede reflexionar, -tras la propuesta de Drake y Finley-, sobre lo que ha significado el lied a partir de la estética romántica, su evolución hasta a nuestros días, y lo que el futuro le depara.
Desde luego, por Gerald Finley, -el barítono lírico de graves extremos y densos-, no será, porque su capacidad para la expresión de los sentimientos plasmados en los textos, está demostrada, y gobierna infalible por encima de estilos. Y sin concesiones. Y sin posibilidad de inflamación. Porque es Finley.
FICHA TÉCNICA
Palau de Les Arts Reina Sofía
Domingo, 3/12/2023
Recital lied
Obras de Schumann, Schubert, Duparc, Britten, Peel, Vaughan, Liszt, Ives, Porter
Barítono, Gerald Finley
Pianista, Julius Drake