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Guadalupe Sáez conecta el naufragio de su abuelo durante la Guerra Civil con el de la Sala Ultramar

La familia política estrena en el Teatro Rialto una pieza de autoficción llamada Nínive, con ecos del relato bíblico de Jonás y la ballena

16/10/2024 - 

VALÈNCIA. Tras 12 años de travesía, más de 350 espectáculos programados, 184 compañías, ocho ediciones de residencias autorales y cuatro publicaciones de textos teatrales, el 26 de noviembre del año pasado, cerraba sus puertas la Sala Ultramar de València.

Aquel duelo resonó en Guadalupe Sáez, una de las socias fundadoras de la sala del buzo, de una manera íntima que iba más allá de la frustración y la honda pena personal, porque la hacía conectarse con su abuelo. 

En septiembre de 1936, Antonio Sáez se quedó a flote durante siete horas, abrazado a una tabla de madera, después de que su barco, el destructor Almirante Ferrándiz, del bando republicano, se fuera a pique bombardeado frente a Estepona por un torpedero fascista. El superviviente emigró a Francia, pero al año volvió a su país, a pesar de que seguía en guerra y la situación no era halagüeña para la II República.

“En esa idea de dejar ir las cosas empecé a encontrar puntos de conexión con mi abuelo. Pensé en la necesidad de aprender a rendirnos o continuar flotando, en esta manera de mantenernos sabiendo que a la larga esa obstinación genera dolor”, desarrolla la dramaturga.

Aquel comecome se convirtió en la semilla de la obra que este próximo 24 de octubre su compañía, La familia política, estrena en el Teatre Rialto, Nínive. La propuesta se anuncia como una historia de rendiciones, de cobardía y de naufragios, pero también contiene a una amiga yogui, a una enfermera en turno de noche, a la madre, la abuela, el bisabuelo, una prima y un primo guardia civil de Sáez y al cantante italiano Franco Battiato.

Contaminación mediterránea cruzada

Esta convivencia fértil es el fruto de la participación de su autora en el Taller de dramaturgia Contaminante, una iniciativa que forma parte del Proyecto Dramaturgia Internacional –  Mediterráneo y tiene por objetivo “vincular dramaturgias catalanas, valencianas, de Baleares y francesas, a fin de fomentar el intercambio de teatralidades y de culturas así como establecer vínculos creativos”.

“El punto de partida era dejarte influir por otros universos y otras compañeras que fueron sumando capas de simbolismo, significados y significantes. Pese a que los elementos en mi obra parezcan cosas muy alejadas, todos tenemos dentro ideas que parecen inconexas, pero luego tienen más relación de la que aparentan. En Nínive hay muchas cuestiones que me han ido abordando y a las que no les he dado un sentido final hasta que no les he dado un tiempo”, explica Sáez.

Su título es un doble guiño a la memoria de su familia. Nínive era la ciudad más grande del Imperio neoasirio. Sus restos forman parte hoy día de Mosul, en Irak, cuya capital se halla en ruinas después de la ocupación del Estado Islámico. De hecho, en 2015, sufrió un ataque terrorista que supuso la destrucción de las enormes estatuas de Hatra, un conjunto monumental Patrimonio de la Humanidad. 

“Tanto Nínive como Cartagena, donde nacieron mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre, conectan con las pequeñas derrotas que vivimos”, expone la dramaturga. 

Pero Nínive es, principalmente, una referencia a la fábula que ha ilusionado a tres generaciones infantiles de la familia Sáez. Antonio hacia fantasear al padre de Guadalupe con la epopeya de un hombre que viajó en el vientre de una ballena. El cuento bíblico lo escuchó luego ella de boca de su progenitor, también llamado Antonio, y ahora se lo relata en la noche a su hijo.

Entenderse entre un legado de recuerdos

No es la primera ocasión en la que la autora recurre a la autoficción. Ya la practicó en Para que no te me olvides, un ejercicio de memoria para mantener vivo el recuerdo de su padre, y en La lengua incompleta, sobre la comunicación con su madre, marcada por el abandono del castúo, una variedad lingüística vernácula de Extremadura.

“Vivo la elección de este género con la sensación de hacer justicia conmigo misma. No podemos avanzar si no conocemos lo que pasó en pasado, no solo a nivel social, sino también personal. Necesito entenderme a mí y a la gente que me rodea”, explica.

Guadalupe es la más pequeña de cuatro hermanos, de modo que las historias familiares le han llegado contadas, no vividas. En su búsqueda de respuestas lleva al extremo la cualidad del teatro como espacio para plantearse preguntas. “El mundo es demasiado grande y me cuesta entenderlo pero el mío pequeño, con sus vínculos, sí puedo conectarlo e intentar compartir las dudas que al final tenemos todos”.

En Nínive, en concreto, intenta reconstruir la historia de su abuelo. Ahí entra la fantasía y la realidad, dónde le hubiera gustado que estuviera durante su etapa en Francia y dónde sospecha que estuvo, en algún campo de refugiados. Uno de los interrogantes que más pesa es por qué volvió, “por qué nos empeñamos de forma ilógica y absurda en resistir, en continuar a flote, en acabar regresando”, desarrolla Sáez.   

El respiro del humor 

La autora y directora Beatrice Bergamin, miembro del jurado de Premio Jesús Domínguez de Teatro, que premió Nínive ha valorado en la obra: “También hay un suave y sutil sentido del humor, ligero como un pájaro, que ilumina con cierta alegría melancólica algunos pasajes y me reconforta”.

Un conocido define a Guadalupe Sáez como la persona triste más divertida que conoce. La dramaturga se reconoce irónica y deudora de autoras como Patrícia Pardo, porque dan un respiro al público a través del humor. 

“Siempre intento tener puntos de fuga en mis obras, porque me parece una forma de reírme de mí misma. Nada de lo que cuento es tan importante”, concluye, equivocada.

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