Los cuatro aseguran que la actividad es prácticamente la misma que la que tenían antes del 29 de octubre de 2024. Puede que no al 100%, pero sí al 90. Un año después de la tragedia, quienes seguramente no sean los mismos, sean ellos. La bodega Valsangiacomo sigue elaborando sus icónicos vermuts –prueben el reserva– y sus vinos de uvas autóctonas desde Chiva; Julio Quilis, al frente de Saifresc, volvió a cultivar los campos que tiene en Catarroja; el horno El Puente –imaginen con ese nombre su ubicación–, hornea el pan y prepara los mejores pastisstes de boniato que he probado nunca mientras vigila las obras del barranco del Poyo que tienen la puerta; y el restaurante Ximo II del Polígono El Oliveral, en Ribarroja, sigue preparando los almuerzos y los menús que dan de comer a más de 200 personas de media al día.
Según una balance presentado por la Cámara de Comercio de Valencia hace unos días, el 20% de los negocios del sector servicios y el 5,8% de las empresas industriales afectadas por la riada del 29 de octubre están cerrados un año después de las inundaciones. Lo que significa que siete de cada diez empresas ubicadas en el casco urbano de las poblaciones –PYMES básicamente– han retomado su actividad (el otro 10% restante está en obras). Si miramos a las grandes, un centenar de empresas industriales de la zona cero ha cerrado debido a la DANA, es decir, un 85 % de las empresas ubicadas en polígonos están activas y un 9,2% han cerrado por otros motivos.
Una bodega que ha pasaso por bombardeos, incendios e inundaciones
Después de escuchar a Marta Valsangiacomo –y leer las ocho páginas que redactó contando al detalle todo lo que ha pasado desde aquella mañana del 29 de octubre– parece un milagro que hayan resistido. Valsangiacomo fue la bodega más afectada de todas las que golpeó la DANA en Valencia. La riada no discriminó por actividad empresarial, pero el del vino fue un sector especialmente dañado.
Aquel día, cuado a la 11 de la mañana se fue la luz y viendo lo que llovía, decidieron mandar a los 76 trabajadores a casa y cerrar la bodega. Solo se quedaron seis personas, dos de los hermanos propietarios de la bodega –Carlos y Arnoldo–; la familia guardesa de las intalaciones y otros dos trabajadores que no vieron el aviso. Seis horas más tarde, cuando intentaron volver a casa, ya no pudieron salir. Se refugiaron en la parte de arriba donde pasaron dos días y dos noches sin luz ni comida, presenciado la devastación que el agua iba dejando a su paso. Cinco generaciones, casi dos siglos de historia y el trabajo de los últimos 22 años –cuando se trasladaron a estas instalaciones desde Valencia– destruido en unos minutos. También el resultado de la vendimia y la campaña de Navidad para la que estaba ya todo preparado. “No quedo ni una sola sala, almacén, o metro cuadrado que no estuviese seriamente dañado. La cava subterránea se cubrió con dos millones de litros de barro. Tuvo que venir un equipo especializado de Madrid para poder extraer el lodo. Trabajaron durante tres días ocho personas, con equipos de oxígeno. Perdimos todos los vinos que teníamos guardados, aproximadamente 200.000 botellas”, recuerda Marta. El relato de los daños materiales es mucho más extenso y pormenorizado, pero mientras describe algo que se parece al apocalipsis surgen dos temas recurrentes: uno, la inmensa suerte de no haber sufrido ningún daño personal ni por parte de su familia ni de nadie del equipo gracias a la decisión de mandar a todos a casa; lo segundo, el agradecimiento a clientes, proveedores y amigos que han sido decisivos para que un año después, la actividad de la bodega se haya recuperado casi por completo.
Hablamos cuando se cumple exactamente un año de la tragedia, un día en el que el recuerdo de aquel día que nadie va a olvidar se hace un poco más latente. La primera pregunta es obvia: ¿Cómo estáis? “Aquí estamos, aquí seguimos, nos hemos recuperado. Hoy hechos polvo, el año que llevamos ha sido muy difícil, de mucho trabajo físico… Hemos envejecido más de lo que tocaba, pero gracias a la ayuda de todos hemos tirado”, afirma Marta. En cuanto pudieron llegar a la bodega y ver el nivel de destrucción se reunieron los cuatro hermanos para tomar una decisión sobre el futuro de la empresa. Pese a tener mucho en contra, decidieron seguir. La rapidez a la hora de reaccionar y el hecho de que las decisiones se tomasen en familia fueron claves para volverse a levantar en tan poco tiempo.

En tiempo récord y con la ayuda de familiares, trabajadores, clientes quitaron el barro y se dedicaron a recuperar lo poco que quedaba en pie. “La ayuda fue salvaje”, comenta Marta. Algo de vino en unos depósitos que resistieron les sirvió para retomar la actividad, que por supuesto no podía hacerse en la propia bodega. A las pocas semanas, Marc Grin, de la vecina bodegas Murviedro, pasó a verles y les ofreció las instalaciones de su bodega para que pudiesen seguir trabajando. “Decidimos externalizar la producción de mosto y establecimos un contrato de forfait con bodegas Murviedro, nuestra competencia directa, con los que tenemos muy buena relación, y estuvimos embotellando allí para nuestros clientes y cargando los contenedores directamente en la bodega de Murviedro, en Requena,varios meses hasta mitad del mes de febrero”, explica Marta.
Un año después, desde la bodega aseguran que la facturación del año pasado ha aumentado un 22% y han conseguido poner en marcha toda la maquinaria y sustituir la dañada al 90%. La Bodega Valsangiacomo continúa el camino que comenzaron en Suiza Giovanni y Vittore Valsangiacomo, la primera generación, una empresa con dos siglos a sus espaldas que ni el agua, ni las crisis económicas, ni los los incendios ni los bombardeso que la bodega sufrió durante la guerra civil, han podido detener. A pesar de la pesadilla vivida, Marta Valsangiacomo se queda con lo mismo que permanece en la memoria de todos los que de una forma u otra vimos cómo aquel día, la vida se detenía: “Nos hemos sentido y nos sentimos muy queridos y valorados, nos han ofrecido ayuda de todas partes, hemos recibido gestos de solidaridad en todos los ámbitos, personal, empresarial e institucional. Ese sentimiento de ver que el mundo responde con el corazón, que no estamos solos, que somos valorados, la confianza de nuestros trabajadores, la empatía de los proveedores y la solidaridad de nuestros clientes nos dio la fuerza para salir adelante”.

El Horno con vistas al barranco del Poyo
Conduciendo seis minutos desde la bodega hasta el casco urbano del municipio de Chiva llegas al horno El Puente. Un establecimiento familiar que se asoma al barranco del Poyo, la rambla por la que discurrió el agua que aquel día no encontró otra salida al mar. Otro lugar que es mucho más que un medio de vida. Es donde ha transcurrido la historia de cuatro generaciones. Un horno a leña tradicional, que además de elaborar pan y magdalenas, actúa como punto de encuentro de los vecinos y vecinas del pueblo. Un ejemplo de resistencia de lo todo lo bueno que aporta el pequeño comercio.
Mariate Sánchez Margós a punto estuvo de saltarse la tradición familiar. Estudió periodismo y ejerció durante 15 años, antes de tomar las riendas del negocio cuando sus padres se jubilaron hace 13 años. El 29 de octubre llegó a Chiva desde Valencia en autobús, porque no le gusta conducir con lluvia e hizo caso de las previsiones. Ya llegó mojada al horno. Sobre las 12 empezaron a a llegar las primeras noticias de que el barranco llevaba mucha agua su paso por localidades vecinas como Cheste o Turís. A las dos decidieron cerrar. Un rato después se subía al autobús de vuelta a Valencia, un autobús que tardó más de la cuenta en pasar. A las ocho de la tarde dejaron de tener comunicación con la gente del pueblo. El desastre lo vieron retransmitido por televisión.
Al horno pudieron volver el 31 de octubre, dos días después. Llegaron como pudieron por una A3 llena de obstáculos y vehículos abandonados. Cuando entraron, la sensación coincide con el clima bélico con el que muchas personas describen lo ocurrido: “Nuestra sensación fue como si hubieran tirado una bomba. Ahí empezamos a tener conciencia de lo que había pasado”, recuerda. Lo primero que le dijo a su familia fue que limpiaran el destrozo y luego ya verían qué hacer. “Sin dramatismos, vamos a pensar, cerramos y vemos”, afirma. Al día siguiente, el día de todos los Santos, todo el pueblo estaba allí, ayudándoles a limpiar el barro y a sacar todo lo que no servía. “Me quedé en shock al ver a todo el mundo allí, era un ejército de gente y así decidí que íbamos a tirar, como la corriente del río”, asegura.


Fueron dos meses de trabajo incansable, no exentos de baches. El más gordo fue cuando encendieron el horno y se dieron cuenta de que el aislamiento interior estaba inservible. Buscaron a una persona especialista en hornos giratorios –una rareza dentro de los hornos tradicionales– que se metió en el horno como si se tratase de una cueva y fue sacado el material empapado y reponiendo el nuevo. No llegaron a abrir en navidades como les hubiese gustado, pero sí unas semanas más tarde. El 20 de enero organizaron una merienda donde invitaron al pueblo para agradecerles toda la ayuda de aquellos días.
Un año después, Mariate reconoce que tiene la necesidad de pasar página, pero estos días es imposible no estar más sensible. Las obras que desde hace meses resuenan en la puerta del horno para intentar enderezar un barranco que no tuvo culpa de nada no le acaban de dejar. La clientela ha vuelto, también las pastas tradicionales valencianas que atraen a tanta gente de fuera de Chiva. La sensación que le ha quedado dice que siempre le va a acompañar. “Me quedo con la gente, el cariño que he sentido, lo que se necesita un comercio local en un barrio, en un pueblo. Me quedo con el apoyo de mis padres y de Rai (su marido). Con el afecto y lo necesario que somos los unos con los otros. Sentir que formas parte de algo, que te necesitan. Que nos necesitamos”, concluye.

El restaurante del polígono que fue refugio
Rubén Joaquín Andujar y su hermano Sergio, socios y propietarios del restaurante Ximo II, ubicado en el polígono El Oliveral de Ribarroja, no pudieron celebrar los 25 años del establecimiento. El día que el bar cumplía un cuarto de siglo, en lugar de brindar con amigos y clientes, estuvieron quitando barro.
El 29 de octubre, a la hora de comer, tuvieron mucha más faena de lo que correspondía a un martes. Todos los trabajadores que tuvieron dificultades para salir del polígono se acercaron a comer allí mientras hacían tiempo para poder irse. “La faena nos desbordó ese día. Se acabó la comida. Todo el equipo nos quedamos a recoger y a merendar lo poco que quedaba. Eso nos salvó”, señala. A partir de las siete de la tarde, empezó a entrar gente empapada buscando donde resguardarse. La mayoría de naves habían cerrado, por lo que “los bares fueron los grandes aliados de la gente en los polígonos”, asegura Rubén. El agua empezó a entrar, poco a poco al principio, hasta que llegó el tsunami y estampó contra los cristales de la entrada un coche que había la puerta inundándolo todo. Él, junto a sus seis empleados y otras 23 personas que habían acudido buscando ayuda, subieron a la zona de arriba donde Rubén tiene el despacho y los vestuarios. Sin luz ni agua, con la ropa mojada y escuchando los gritos de socorro que llegaban desde fuera pasaron la noche hasta que al día siguiente pudieron bajar y salir del restaurante con el agua por la cintura.

Una placa en la pared recuerda, un año después, la altu que alcanzó el agua. En su caso, fue un metro ochenta. El 90% del local quedó destrozado. Maquinaria, mobiliario, instalaciones… todo para tirar. Con las ayudas, la parte del consorcio, la labor que recuerda se hizo desde Mercadona para ayudar y ahora con el impulso de de Heineken y la iniciativa Fuerza bar que anima a los valencianos a acudir a más de 150 bares de las zonas afectadas, cuatro meses después pudieron volver a abrir. “Hemos podido recuperarnos, estamos estables, la gente nos ha ayudado mucho Es lo que más recuerdo lo más emotivo, la ayuda desinteresada de gente, mucha desconocida, familiares, amigos, clientes… Hemos sido olvidados por las Administraciones, desde el día que pasó hasta que hemos abierto”, asegura.

Medio año con campos improductivos y unas cosechas espectaculares
Un año después de la DANA, el 40% del sector agrario sigue sin recuperarse y más de 300 hectáreas no volverán a ser productivas, según datos de la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA-ASAJA). Se estima, además, que los productores afectados de la Comunitat Valenciana en los principales cultivos que se vieron más perjudicados han dejado de ingresar 103,6 millones de euros, afirma la Unió Llauradora i Ramadera.
Julio Quilis es uno de esos agricultores que durante medio año ha tenido parados los campos de Catarroja que fueron sepultados por el agua y el barro. Él y su empresa, Saifresc, han podido salir adelante porque aparte de las tres hectáreas que cultivaban en Catarroja, cuentan con más tierras en Alcàsser y Manises. El almacén de la empresa que se dedica a producto ecológico también fue afectado. “No se salvó nada, había metro y medio de agua y entre 5 y 10 centímetros de lodo, una capa que no dejaba secar el suelo. Hasta enero no pudimos entrar a labrar y hasta marzo no se pudo plantar. La primera recolección fue en mayo. Más de medio año con los campos improductivos”, recuerda. Esas tres hectáreas las dedicaba a hortaliza de temporada, un cultivo que dada su naturaleza, no cuenta con seguro agrario, aunque sí que asegura que él ha recibido varias ayudas de las Administraciones. Julio no ha podido calcular las pérdidas en euros que le ha provocado la riada. Tuvo suerte de que la maquinaria que utiliza en el campo estaba en las otras localidades donde trabajan. También de que su casa particular, en la misma población, aguantara la embestida del agua. Las puertas resisitieron y las ventanas no dejaron que entrase nada. Las casas de otros vecinos no corrieron tanta suerte. Fuera había más de un metro de agua.

- Campos arrsados en Catarroja (Saifresc)

- El almacén de Catarroja de Saifresc
La primera semana tras la DANA, la mayor parte de los 30 trabajadores de la empresa se dedicaron a limpiar la nave y ha acondicionar los campos. “Había que poner en marcha la nave como fuera para seguir con la comercialización, a pesar de las dificultades para entrar y salir de la zona”, cuenta. Quilis, hijo de agricultores, lleva toda la vida en el sector agrario, primero como técnico de campo para algunas cooperativas de la zona y desde hace 15 años con Saifresc, que montó junto a otros dos socios. La empresa se dedica, principalmente, a la venta en los mercados locales. Le pregunto si cuando vio el desastre, pensó en tirar la toalla. Es categórico. “No, esto es nuestra vida, a no ser que económicamente nos hubiéramos visto bloqueados… Ni pensarlo”, subraya. Me cuenta que los controles fueron exhaustivos desde el primer día para asegurar que no hubiese ningún problema sanitario. Todo salió perfecto. Hoy, a falta de algunos detalles, la empresa funciona a pleno rendimiento. Me cuenta que incluso el barro actuó como abono y las primeras cosechas de aquellas tierras arrasadas seis mes antes fueron “espectaculares”.

- Campos actuales en Catarroja de Saifresc

Quizás algo de verdad hay en la canción de Xoel López que durante las primeras semanas de aquel 29 de octubre nos recompuso un poco el corazón: “Del lodo crecen las flores más altas”.