VALENCIA. En 1997 se publicó Las canciones de Almodóvar, un álbum con canciones utilizadas por el director a lo largo de su filmografía, que por aquel entonces acababa en Carne trémula. En esta sección suelo hablar sobre todo de episodios y momentos que en ocasiones están vinculadas a entrevistas que realicé en el pasado. La entrevista que le hice a Pedro Almodóvar con motivo de la aparición del citado disco es uno de ellos.
Conversador brillante y divertido, el director habló exclusivamente de música en una conversación que, leída 20 años después, sigue viva. Una gran parte de lo que dice no ha perdido vigencia, otra en cambio produce una sensación de nostalgia cuando se ve contrapuesta al presente. He aquí un recuerdo periodístico el cual recupero sin más intervención mía desde el presente que la de editar. Es una versión comprimida sobre la versión original que apareció en El País de las Tentaciones el 8 de agosto de 1997.
Da la sensación de que cuando una canción determinada aparece en alguna de tus obras no es por simple casualidad.
En absoluto, pertenecen a mi vida y a algún momento de ella. Yo la música la empleo como en los musicales, de un modo activo. Aborrezco esa tendencia que tienen los americanos de sacar un tema que no tiene nada que ver con la película, que sale con los créditos y que solo sirve para hacer el clip adecuado, la música con imágenes cinematográficas se vende muy bien. Para mí, la música tiene que ser un elemento narrativo de primer orden y como tal la utilizo. La acción no se detiene con las canciones, como ocurre en las películas pop, que alguien dice: “Mira qué nubes más bonitas”, y entonces suena un tema que a lo mejor se llama Nubes en un cielo gris.
Ocurre que, una vez incorporadas esas canciones de autores y procedencias tan dispares a tus películas, el público las identifica casi de inmediato como un elemento más del universo almodovariano.
Es un elemento depredador involuntario por mi parte. Recuerdo haber presentado a Chavela Vargas en México y, nada más sonar los acordes de Piense en mí, el Teatro bellas Artes se vino abajo. Su director me dijo, “tú eres el responsable de esto”. Pero el verdadero responsable es Agustín Lara, el compositor, y los intérpretes que la han cantado como Toña La Negra y mil más. Mi hermano Agustín dice que esto se debe a cierta labor arqueológica por mi parte. Si estoy de viaje y oigo una canción, me dedico a buscar otras versiones. En el caso de Piensa en mí, Toña La Negra la cantaba como un danzón; Chavela la transforma, la aletarga hasta arrastrarla por los suelos y convertirla en una especie de fado.
Una cosa que une a las canciones de tus películas es que casi todos son temas tristes, desgarrados.
Sí, mucho. El otro día alguien del flamenco decía: “Entre las canciones que más me han dolío…” Es como que el placer o la identificación con cierta música te llega a través del dolor. Eso es muy del jondo. Las canciones que me arañan por dentro, las que me hacen llorar son las que más me impactan, las que me parecen más gráficas. Por eso yo, que adoro el pop, veo que en mi cine esas canciones no caben.
Algunos de los temas que usas pertenecen a géneros denostados en España hasta hace no mucho, a pesar de estar cantados por artistas hispanos.
Nunca puedes decir de esta agua no beberé. Mira el glam 20 años después. En su momento sonaba un poco aberrante, porque era lo que tenía éxito, pero ya ves la importancia que ha tenido. Recuerdo que Gary Glitter nos privaba, los trajes nos echaban para atrás, pero nos gustaba. Y un tiempo después, todo aquel glam criticado por inmediato y por fulminante es influyente. Por ejemplo, a mí ABBA me ponían los pelos de punta, ¿quién me iba a decir a mí que se iban a poner de moda en los noventa? Y me refiero a antes del dragqueeneo. Siempre hay un momento para descubrir las canciones.
En cualquier caso, la relación entre Almodóvar y ciertos artistas provoca reacciones de una manera espontánea. Ahí está el caso de La Lupe o Chavela Vargas. ¿A qué crees que se debe?
La verdad es que he sido como un medio para que se produzca ese reconocimiento, sobre todo con una mujer como La Lupe, que era santera. Es como si me hubiera elegido para ello. Chavela era conocida en España. Venía mucho a cantar a sitios como el Florida Park, los night clubs de los sesenta, una época con mucha vida nocturna en Madrid. Había mucho cabareteo y gente pasándoselo muy bien en plena dictadura de Franco.
¿Consideras que has tenido un papel importante en esa labor de recuperación?
No es que me sienta el descubridor de nadie, me veo más bien como un medio transmisor. En el caso de Chavela estaba totalmente olvidada, la gente tenía muy malos recuerdos de ella. Dicen que llegó incluso a disparar desde un escenario a un espectador. Pero era una injusticia que no se le diera una nueva oportunidad en México, era como una proscrita. Chavela casi comenzó desde cero aquí, en un local de Madrid. Triunfó en España, volvió a México y la gente no se lo creía. Tuvo que ir al Olympia de París para que la tuvieran en cuenta. Participar aunque sea mínimamente en la trayectoria de mujeres así me emociona mucho.
¿Cómo descubriste a La Lupe?
Por medio de Néstor Almendros conocí La Escuelita [el club, mencionado por Marc Almond el canción L’esqualita de Soft Cell, cerró sus puertas el pasado mes de marzo después de 39 años de vida], un club de dragqueeneo latino
neoyorquino que es la bomba. Nada más entrar te registran porque no están permitidas las armas, es un sitio heavy, heavy, heavy. Allí escuché la canción Puro teatro por primera vez y me quedé estupefacto. Era a mediados de los ochenta. La Lupe estaba viva y de hecho vivía en Nueva York, era homeless. Y allí había una drag que la imitaba, por lo visto, perfectamente. La Lupe es que era tremenda, fue de todo: yonqui, se rascaba el brazo hasta hacerse sangre, le pegaba al marido directamente en el escenario.
¿Echas de menos figuras así en la música actual?
Forman parte de una estirpe de cantante que ya no existe. El pop no se presta a ello. Si se da es en el rock, en casos como el de Janis Joplin, que tiene una voz macerada porque se ha metido de todo y ha vivido mucho. Además, es una especie que por su propia combustibilidad muere muy pronto. El milagro de Chavela es que ha sobrevivido a sí misma.
¿Por qué lo temas que eliges para las películas están en muchos casos alejados del pop e incluso de la música más actual?
Soy muy ecléctico en mis gustos, voy de un extremo a otro. Eso se ve en el cine, pero no en la parte musical porque privan las músicas viscerales, desgarradas y barrocas, porque son las que les van a mis personajes, que al final son quienes me piden que use determinadas canciones. Me resulta muy difícil meter música moderna. Sin embargo ahora salen muchos discos ideales para una banda sonora.
¿Por ejemplo?
En el sello Real World de Peter Gabriel, hay un grupo llamado Afro-Celt Sound System. ¿Crees que una gaita gallega puede hacer que te pongas a dar brincos en una discoteca? Pues ellos lo consiguen porque detrás de esa gaita está media África con unas percusiones tremendas. Hay cosas que están muy bien pero que no les van a los personajes. Prefiero las versiones raras.
¿Cómo la que usabas en La ley del deseo de Ne me quitte pas?
Era una versión exquisita de Maysa Mataraso. Fue una gran diva de la música brasileña, otra mujer muy atípica que, curiosamente, también vivió en Madrid. Tenía un bar en el que cantaba cada noche, eso si su nivel alcohólico se lo permitía.
En Las canciones de Almodóvar aparecen por primera vez en muchos años algunas de las canciones que grabaste junto a Fabio McNamara entre 1982 y 1983.
Mucha gente me pregunta por aquellos discos. Yo los he intentado encontrar y es imposible. De repente, en una tienda de segunda mano lo ves por veintitantas mil pesetas. Por lo visto toda la nueva ola del principio está cotizadísima. Se editó una versión en casete para gasolineras. Cuando se lo dije a Fabio lo encontró ideal, le parecía el sitio y el formato adecuados para nuestro disco, al lado de los chistes de Arévalo. [Hace unos meses, el álbum Cómo está el servicio de señoras, junto con el maxisingle Gran ganga, fueron reeditados en formato vinilo con el añadido de rarezas]
¿Y cómo ves esas grabaciones 15 años después?
Aquella es una época que añoro muchísimo, pero no me tomo en serio como cantante. Fue divertido hacerlo. Oyendo las canciones me he dado cuenta de que son una gran obra literaria, y eso sí lo digo muy en serio. Eran letras tronchantes. Por ejemplo, El rock de la farmacia, de Fabio. Cada día se iba inventando una estrofa nueva, al final las fuimos recopilando y le obligamos a que las grabara. Es surrealismo del mejor. Por cierto, el otro día me regalaron una versión de Voy a ser mamá de Nosoträsh que es muy graciosa.
¿Te has preguntado cómo verán esas canciones los que te hayan conocido exclusivamente como director de cine en los últimos años?
Fabio ha cambiado menos, pero yo no. Además, yo solo me acicalaba para las actuaciones. El escenario exige una indumentaria ad hoc y yo iba como una perra cada vez que salía a escena para poder competir con Fabio, que le quedaba todo bien. El glitter, el cuero, todo le quedaba bien a él. Y no tenía dinero para encargar un modelo, así que me iba a Almacenes Arias, me compraba una bata, un zapato de borla y después perlas de plástico. Si la gente ve una actuación de aquellas y me ve ahora… la verdad es que no sé cómo lo asociarán, y te aseguro que soy absolutamente el mismo.