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Händel: el alemán amado por los ingleses

Vuelve al Palau de la Música por Navidad, donde ha sonado desde su apertura por estas fechas de forma ininterrumpida

17/12/2015 - 

VALENCIA. Este viernes, a las siete de la tarde –media hora antes de lo habitual, debido a su longitud- comenzará a sonar El Mesías de Händel. Desde 1987, año de inauguración del Palau de la Música, la partitura se ha programado cada Navidad de forma ininterrumpida, y esta es la decimosexta vez que lo interpreta la Orquesta de Valencia. Actuará junto al Philharmonia Chorus, una de las más importantes formaciones inglesas, dirigidas ambas por Stefan Bevier. Como solistas estarán Fleur de Bray (soprano), Claire Barnett-Jones (mezzo), Gyula Rab (tenor) y Ian Beadle (bajo).

Aunque Händel nació en la ciudad sajona de Halle y se formó en diversas ciudades de Alemania e Italia, acabó recalando en Inglaterra, donde unió sus actividades de compositor a las de empresario. Se dice que nunca llegó a hablar bien el inglés, pero fue enterrado con todos los honores en la Abadía de Westminster, y el éxito de El Mesías no fue ajeno a ello. Su música tiene una grandeza con pocos parangones en el Barroco. Y esa dimensión, si bien se manifiesta con fuerza en la música instrumental y en las óperas, es en los oratorios, donde encuentra su expresión más genuina. Ahí están, además de El Mesías (1742), Saul (1739) o Israel en Egipto (1739), entre otros muchos. Los oratorios son composiciones de tema generalmente religioso, escritos para coro, orquesta y solistas, que no utilizan escenificación. Es en ellos donde Händel escapa de las convenciones más rígidas de la ópera seria de corte italiano, al tiempo que aprovecha libremente muchos de sus hallazgos. Es en estos oratorios donde la religiosidad se desprende del boato más insustancial, y adquiere al tiempo solemnidad y sencillez. También en ellos desaparecen los personajes mitológicos o de la antigüedad clásica para centrarse en las historias bíblicas, conocidas entonces por todos. En los oratorios se entrecruzan, por otra parte, lo sagrado del texto y lo profano del lugar, pues con frecuencia se cantaban en teatros, hospitales o asilos. Y es en ellos (o, mejor, en la mayoría de ellos), como en las cantatas y Pasiones alemanas, donde se recoge la utilización de la lengua de cada país, abandonándose el latín, que casi había monopolizado, hasta la Reforma protestante, la música religiosa occidental. El grado de intimidad y de cercanía que el canto en la lengua propia generaba en músicos y oyentes, no es algo que escapara al sagaz Lutero, y las iglesias reformadas lo estimularon. En el caso de Inglaterra, además, tal necesidad planeaba asimismo en ámbitos totalmente profanos, pues la ópera italiana, que había seducido al público de tantos países, no llegó a implantarse del todo, y los títulos de Händel en ese formato no acabaron de despegar, a pesar de su valor. La nueva sociedad que se estaba gestando en el siglo XVIII se sintió más identificada con los valores representados en el oratorio inglés que en los de la vieja ópera italiana, con la que, sin embargo, compartía muchos recursos. Los oratorios, por otra parte, no tenían los condicionantes ni los viejos tics de una representación escénica (ni tampoco los gastos), conservando, sin embargo, un decidido carácter dramático. Porque en casos como el de Händel, la música es utilizada magistralmente para lograr la credibilidad de los personajes, encauzar dramáticamente las situaciones y proporcionar una “escenografía” adecuada a los hechos relatados.

El éxito de El Mesías, estrenado en Dublín en 1742 pero pronto transportado a Londres, confirmó a Haendel lo adecuado de su síntesis entre el oratorio vernáculo italiano, el de los luteranos alemanes y el anthem que Purcell había cultivado. Surge así, de la mano de un alemán, un género verdaderamente inglés. No sólo porque perpetúa la gran tradición coral de este país, sino porque supo reflejar como ningún otro las inquietudes religiosas de su población, y las preferencias estéticas de una sociedad en trance de cambio. En la gestación de El Mesías fue importante también la influencia de Charles Jennens, que escribió el libreto a partir de textos bíblicos. Jennens fue un devoto anglicano que plantea aquí una amplia reflexión sobre la Redención. La obra, muy extensa, se divide en tres partes. La primera está dedicada a las profecías sobre el nacimiento de Cristo, y en ella se agotan todas las referencias en torno a la Navidad. La segunda, centrada en la Pasión, concluye en el famosísimo Aleluya. La tercera, por último, trata de la resurrección y glorificación del Mesías.

Händel fue capaz de escribir la gigantesca partitura que ilustraba este texto en sólo 24 días, y no fue la única vez que exhibió una celeridad semejante. Lo más asombroso es que ello no disminuyó en absoluto ni la gracia melódica ni la solidez del entramado polifónico. Algunos de los temas están tomados de obras anteriores, costumbre muy propia de la época, pero escogió aquellos que pudieran encajar con eficacia en este nuevo título.

Distintos enfoques interpretativos

El primer dato seguro sobre las plantillas prescritas por Händel  se refiere a la representación de 1754 en el Founding Hospital de Londres: 15 violines (entre primeros y segundos), 5 violas, 3 violonchelos, 2 contrabajos, 4 fagots, 4 oboes, 2 trompetas, 2 trompas, timbales y continuo (órgano y clave): suman 41. En el coro había 19 cantantes (6 niños y trece voces masculinas), aunque se pedía a los solistas que lo reforzaran. En el concierto del viernes, la Orquesta de Valencia reducirá sus efectivos, y se quedará en 45 instrumentistas, pero el coro sobrepasará las 100 voces. Esta es una de las diferencias fundamentales con las versiones hoy más en boga, que utilizan coro y orquesta pequeños para promover la ligereza en la música. Dichas versiones procuran también la eliminación de añadidos y recortes, el empleo de instrumentos de época y la recuperación del fraseo y la articulación propias del Barroco. El Palau de la Música ha presentado muchos años “Mesías” adscritos a este corte historicista, como los protagonizados por Les Arts Florissants, The Sixteen o The King’s Consort, pero también otros muchos en la línea tradicional. No debe olvidarse, por otra parte, que el propio Händel modificaba plantillas y partituras en función de las disponibilidades de cada representación y que, al calor de su éxito, muy pronto empezaron a aparecer los “Mesías” mastodónticos. Ya en 1784 se escuchó uno en la abadía de Westminster con más de 500 intérpretes, y se ha llegado a cifras tan inquietantes como los 2500 efectivos de una representación en 1857. Por no hablar de los muy actuales “Mesías participativos”, en el polo opuesto del historicismo, donde considerables cantidades de aficionados, tras varias semanas de ensayo, cantan la gran obra de Händel junto a un coro y una orquesta profesionales. De estos en Valencia ha habido unos cuantos. Conviven en la obra. pues, dos enfoques divergentes, ambos con su propia tradición y sus partidarios. La del día 18 está a medio camino, y, a pesar del excesivo tamaño del coro, la calidad del mismo podría suavizar los problemas que formaciones tan grandes presentan en el repertorio barroco.

Las versiones de corte historicista recuperan también la distribución original de las familias instrumentales, donde la presencia de los vientos era  proporcionalmente mayor a la actual, cambiando de forma notable el timbre del conjunto. Tampoco son iguales los instrumentos utilizados, y las partituras, con mucha frecuencia, difieren entre sí. El mismísimo Mozart realizó una nueva versión de El Mesías, adaptándola a su época (Mozart nació sólo tres años antes de que Händel muriera, pero el gusto musical ya había cambiado). 

Lo que no puede faltar, en ninguna de las lecturas de esta obra, es el aliento épico y la emoción que impregna el conjunto, ni el espíritu específico  de cada uno de los números. No puede obviarse, por ejemplo, el hondo carácter profético del recitativo acompañado que entona el tenor al principio, por ejemplo, la energía del coro en “And the glory of the Lord shall be revealed” (La gloria del Señor será revelada), o la delicadeza exhibida cuando anuncia el nacimiento del niño, cambiando enseguida para declamar con fuerza que será llamado “Wonderful, Counsellor, The Mighty God, The Everlasting Father, The Prince of Peace (!) (Maravilloso, Consejero, Dios Poderoso, Eterno Padre, Príncipe de la paz). Los intérpretes también deben trasladar esa alegría chispeante de “His yoke is easy and His burthen is light” (Su yugo es suave y ligera su carga) con que termina la primera parte, la desolación del aria para contralto “He was despised” (Él fue despreciado),  el magnético efecto de  ascensión del popular Hallelujah!, o la claridad en la fuga en el Amen final...

La lista de maravillas sería interminable, y por eso El Mesías se repite año tras año en todas partes, provocando a veces auténticas adicciones. Su aparente sencillez y el carácter pegadizo de algunas melodías no deben llamar a engaño: se trata de una partitura difícil si se quiere presentar con el colorido, el ajuste y el vigor dramático que tuvo en su concepción.

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