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Heródoto, el clásico que nos enseñó a entender al otro

Antonio Penadés presenta este jueves 'Tras las huellas de Heródoto', una crónica de viajes que pone en valor al escritor de Halicarnaso, fuente primaria para historiadores

16/09/2015 - 

VALENCIA. El Museo L'Iber es una casa señorial de finales del siglo XIV o principios del XV, en el casco antiguo de Valencia. Se ha convertido en uno de los epicentros de la vida cultural valenciana del XXI. Es el escenario habitual de presentaciones de libros, de conferencias, de mesas redondas... El edificio ha saltado el tiempo. Ha vencido al paso de los años y se ha instalado como lugar imprescindible.

Este jueves, a las siete de la tarde, acogerá la presentación del libro Tras las huellas de Heródoto de Antonio Penadés (Valencia, 1970), editado por Almuzara en su colección Sotavento, un acto en el que el novelista, autor de El hombre de Esparta, estará acompañado por el escritor Fernando Ortega y por Alejandro Noguera, director del Museo L'Iber y de la Fundación Libertas 7. Será un acto de invocación a los clásicos, en este caso a Heródoto (484-425 a.c), un autor que hoy, 2.500 años después de su nacimiento, sigue siendo referido y empleado como fuente primaria.

Los clásicos verdaderos son así, vencen al tiempo, como los grandes palacios, atraviesan los siglos y permanecen iluminando el camino. En el caso del autor de Halicarnaso, Penadés lo conoció cuando era estudiante, en una biblioteca pública, "una tarde de lluvia y frío" en la que accidentalmente se enfrentó a los párrafos en los que relata como Darío, el rey persa, tuvo conocimiento del incendio de la ciudad de Sardes, casus belli que acabó provocando las Guerras Médicas, uno de los conflictos más importantes del mundo antiguo. Tras saber lo que había sucedido, Darío preguntó por cuál era el pueblo que había ayudado a los rebeldes jonios. "Atenas", fue la respuesta. Entonces Darío juró venganza y ordenó a sus sirvientes que antes de cada comida le repitieran tres veces: "Señor, acuérdate de los atenienses".

Fascinado por el relato Penadés se aproximó al escritor griego y ese mismo verano, narra en su libro, sintió por primera vez el deseo de viajar a los sitios que recorrió ese autor de la Grecia clásica, al que muchos consideran el padre de la Historia, otros el padre del periodismo, y todos una de las fuentes más fiables del mundo antiguo.

Hace 11 años, Ryszard Kapuściński, publicó su también imprescindible Viajes con Heródoto, un libro que se convirtió en una palanca para recuperar el nombre del escritor clásico. Heródoto le enseñó a Kapuściński a viajar. Cuando el reportero polaco estaba en la India y no podía comunicarse con su entorno, con su ejemplar de Los nueve libros de la Historia en las manos se preguntó cómo se habría manejado el historiador de Halicarnaso en sus viajes en el extranjero y comprendió que entonces la lingua franca era el griego. Obviamente en la India la lingua franca era el ingles. Debía aprenderlo. Y para ello acudió a un ejemplar de Por quién doblan las campanas de Hemingway, al que se había enfrentado infructuosamente. Incapaz de comprender las descripciones, se volcó en los diálogos, y de esa manera pudo sobrevivir a la espera a la que se vio obligado por la guerra del canal de Suez, que le dejó atrapado en el país asiático.

Si al periodista polaco le ayudó a viajar, a Penadés le inspiró también a saltar fronteras, pero no sólo las físicas, sino también las mentales, las que nos impiden conocer y entender al otro. "Todos lo conocemos como el padre de la Historia, pero para mí la parte más interesante de su libro es su primera parte, la de cronista de viajes, porque te ayuda a desarrollar la empatía, a comprender al otro. Fíjate en su descripción de las Guerras Médicas, como te hace incluso entender las motivaciones de los persas", cuenta.

"Cuando profundicé en la obra de Heródoto me fascinaron, sobre todo, dos facetas suyas: su afán por acumular conocimientos y su respeto al otro. Me impresionó esa curiosidad que profesaba hacia las distintas sociedades, pueblos y tribus diseminadas por Europa, Asia y África, ya fueran sus costumbres, sus sistemas políticos, los accidentes orográficos, su historia, las técnicas medicinales, sus leyendas y ritos religiosos, los vestidos, el clima... Parecía interesarle absolutamente todo".

Por eso quizá Heródoto parece inagotable, y así lo señala el propio Penadés. Leerlo, enfrentarse los cientos de páginas de su Los nueve libros de la Historia constituye uno de esos viajes apasionantes que todo amante de la Literatura debe hacer. Sumergirse en su mundo, en su forma de narrar, en su visión de la vida, hace que el lector infiera porque es citado constantemente.

Fuente primaria, Heródoto ha sido empleado por historiadores como Pedro Barceló y David Hernández de la Fuente en su libro Historia del pensamiento político griego, editado por Trotta. Ambos autores resaltan su fiabilidad. "A Heródoto de Halicarnaso debemos la  mejor visión panorámica de la fase final de la era arcaica y del inicio de la época clásica. Gracias a sus múltiples digersiones insertadas en el plano narrativo general de sus Historias, que nos transmiten las causas, el desenlace y las consecuencias de las guerras greco-persas, disponemos de una cantidad de información adicional sobre estos cruciales eventos que, al mismo tiempo, nos permite examinar, desde la perspectiva histórica, el desarrollo del sistema político griego en su momento más decisivo", señalan.

Penadés valora todo esto pero admite que a la hora de afrontar su libro, su principal obsesión era el viajar hacia el espacio del otro, la otredad que decía Kapuściński, y hacerlo desde el punto de partida de todo, la ciudad de nacimiento del autor, Halicarnaso, hoy la ciudad turca de Bodrum, un lugar que le maravilló desde el avión, un destino turístico lleno de tesoros como la embarcación más antigua que se conserva, Ulu-Burum, del siglo XIV a.C., o los restos de la tumba de Mausolo, una de las siete maravillas del mundo antiguo, que se construyó setenta años después de la muerte de Heródoto.

"Lo que es magnífico en Heródoto es cómo conjuga tres ámbitos que están relacionados: la afición de viajar, la Historia y la Literatura", prosigue Penadés. Esa idea se le quedó impregnada. La adquirió para sí y empapa las páginas de una crónica de viajes fluida y amena, que remite a autores como como Robert D. Kaplan, si bien a diferencia del estadounidense Penadés ni ofrece conclusiones ni busca respuestas, sino que suscita preguntas, indaga, estimula, al tiempo que realiza una suerte de memoria emocional, con referencias a lecturas juveniles como las de El señor de los anillos o las de clásicos comoMadame Bovary.

A lomos de un Renault Clío, Penadés recorrió emplazamientos, naciones antiguas, ruinas... siguiendo los pasos del maestro y en ese viaje, acorde sus enseñanzas, encontró al otro. "Descubrí un protagonista que no esperaba, que era Turquía", resume, una nación que aparece tan atractiva como las digresiones literarias y emocionales que adoban el texto. De esta forma, al igual que el propio Penadés, el lector se siente maravillado por ese país tan remoto y tan próximo, tan incardinado a la historia europea, tantas veces olvidado o menospreciado, cuna a su vez de muchas de las personalidades que marcaron indeleblemente la Antigüedad.

Pero sobre todo su Tras las huellas de Heródoto, subtitulado Crónicas de un viaje histórico por Asia Menor, es un sincero homenaje al autor, a su huella. "Lo que tenía obsesión era por su figura, por su pensamiento, el lugar donde nació, las ciudades que conoció en su juventud...", se explica Penadés. "[Mi libro] Es una crónica de viaje, como tantas otras, el viaje es muy interesante pero sólo cobra sentido porque el centro era él", puntualiza.

¿Y quién es Heródoto? Un autor que no sólo dio fe de su tiempo para la posteridad, no sólo mostró y veneró la diversidad del ser humano, sino que también enseñó al hombre a ser humilde. Porque, como apuntaba Víctor Lama de la Cruz en la edición de EDAF de Los nueve libros de la Historia, si algo dejó patente Heródoto tras sus crónicas, planeando sobre ellas, fue "la ley que parece regir la historia de todos los pueblos: a un momento de esplendor, sobre todo cuando va unido al orgullo y la vanidad, sucede la desgracia, que coloca a las personas en su sitio restableciendo el equilibrio inicial: éxitos y fracasos que se suceden para enseñar al individuo su modesta significación en el curso de la historia".

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