VALÈNCIA. Recuerdo que la inolvidable e injustamente tratada Helga Schmidt comentó en una comida que le impresionaba el hecho de que en muchas de las familias de Valencia había un músico. Siendo quien era y, viniendo de quién venía, el comentario tenía especial valor. Aunque la Orquesta de la Comunitat Valenciana la componen profesores de muchas partes del mundo (también muchos españoles y valencianos), convendría empezar a tratarla como la cúspide, la culminación de todo un mundo musical que no nos hemos inventado. Créanme si les digo que no me había sucedido con anterioridad, y hemos asistido a conciertos y funciones de ópera verdaderamente memorables, tener el convencimiento de estar ante una formación de un nivel que quizás, y espero que entiendan lo que digo, no hemos valorado en su verdadera dimensión. Cuando al finalizar la Dama de picas los clamores más ruidosos se dirigen al foso no es una casualidad o una deferencia impostada a los esforzados profesores. Pienso que es hora que se ponga a esta formación en el lugar que merece y se tenga como el mascarón de proa de toda una región musical, y empecemos a presumir de ella como lo hacen en Amsterdam con su Concertgebow, en San Petersburgo con su Mariinski y por qué no en Viena y Berlín con sus respectivas formaciones sinfónicas. No pienso que nuestra OCV esté tan alejada de estas míticas formaciones. Cierto es que la citadas centurias tienen un bagaje histórico muy amplio y además disponen de plantillas que en algún caso doblan a la nuestras. Circunstancia esta última que habría que ir dándole solución, además de plantearse seriamente la internacionalización de la orquesta con una presencia mayor fuera de nuestra ciudad dirigida por batutas de prestigio.
Me niego a reconocer que comparar la formación valenciana con grandes orquestas europeas sea una exageración, y es lo primero que se me ocurrió comentar a un compañero y amigo, bajando las escaleras del auditorio, al verme incapaz de concretar en palabras lo escuchado minutos atrás. El hándicap (perdonen el extranjerismo) más implacable es que esta orquesta reside en una ciudad llamada Valencia y no en una de las dos ciudades que ustedes saben de este país. De ser así, sería esta “la orquesta de todos los españoles”, dispondría el mecenazgo de grandes compañías y disfrutaríamos de su permanente presencia en los medios. De ser así habría recibido galardones a nivel nacional y no únicamente el Premio Honorífico de la Asociación de Amigos de la Opera de Comunidad Valenciana, lo cual está muy bien y me congratulo por ello. El ninguneo, sí ninguneo, mediático y financiero al que se somete a este teatro fuera de aquí es un gran problema que padecemos y que tenemos que convivir con él sin que se vislumbre solución.
A pesar de lo dicho al comienzo respecto al ecosistema musical en que se nace este conjunto y que lo hiciera en forma de milagro musical, no olvidemos que es fruto de un conjunto de circunstancias casi esotéricas, entre ellas que el deus ex machina de la concreta formación fuera el desaparecido Lorin Maazel, uno de los directores más exigentes desde el punto de vista técnico de las últimas décadas y que contribuyera a su personalidad el carisma de otra leyenda de la dirección como Zubin Mehta. Este milagro no puede ser flor de una o dos décadas más y que lo que ha costado tanto se vaya marchitando. Ahora que la formación posiblemente viva uno de sus mejores momentos, es cuando conviene de asentar las bases para evitarlo y, como en las grandes formaciones, la excelencia sea algo intrínseco a la orquesta.
Cierto es que hasta ahora no se ha dicho nada del concierto de este viernes con dos exigentes partituras en los atriles: el Adagio de la décima sinfonía de Gustav Mahler y la cuarta sinfonía de Dmitri Shostakovich. Respecto a la primera, quizás la página más bruckneriana de Mahler, sin dejar de ser Mahler en ningún instante, explora recovecos interiores del alma del propio músico como en pocas ocasiones lo había hecho antes. Su vida llena de obsesiones y de acontecimientos vive sus años más difíciles. Es en este adagio donde todo el conjunto, como un solo instrumento, un solo corazón que bombea, el que debe empujar hasta el paroxismo, transportándonos a territorios hasta el momento inexplorados por el mismo Mahler. ¿Hacia dónde se habría dirigido de vivir una década más?. Extraordinaria la cuerda, en especial las violas, a las que Elder mandó levantar en los saludos y no menos magnificas todas las trompas. Buena parte de esa enorme intensidad y paroxismo en la lectura, y del inaudito sonido obtenido, la tuvo el veterano director inglés Sir Mark Elder que con un gesto sobrio pero cargado de una energía que inevitable arrastra a los músicos a unirse a su causa. Una orquesta que si cree en el director, va donde éste le pida, por mucho que le exija. Si al podio sube un maestro de verdad como Elder, con estos músicos asistiremos a una velada difícilmente superable.
Si la página mahleriana nos puso el corazón en un puño, la cuarta sinfonía de Shostakovich fue una de esas páginas que pasarán a la historia de la melomanía valenciana. Elder en un detalle de plena confianza en los músicos y en un éxito que pocos dudábamos, dedicó unas palabras introductorias sobre el significado de la obra y su relación personal con ella. Una sinfonía a la que le tiene un especial afecto. Describir con palabras lo acontecido es, ya lo advierto, un quiero y no puedo, pero me remito a lo dicho sobre los límites de estos músicos. Da sensación de que el límite no es cosa de unos profesores que parecen no tenerlos, sino de la capacidad de la batuta para transitar lugares que en el caso de esta sinfonía son de una complejidad extrema. En esta ocasión como en tantas otras con otros directores de primer nivel, el británico no defraudó, llevando la música del compositor ruso allá donde el arte musical alcanza su extremo. Un territorio en el que es prácticamente imposible ir más allá, logrando de cada transformación temática de las decenas que se presentan con características propias convertirla en un mundo en sí mismo: del humor a la marcialidad, del misterio a la melancolía, de lo banal a lo más profundo como ese final escalofriante con las notas de la celesta en el que el silencio que se apodera del espacio es más ensordecedor que mayor de los fortes. Tendría que dedicar toda una segunda parte de esta crítica a citar a cada una de las familias de instrumentos que la partitura las convierte en los protagonistas de cada uno de los pasajes. No hubo solistas por encima de otros, imposible citar por la calidad exhibida a unos y dejar a otros, así que esta ocasión me ceñiré a los cinco valencianos con un peso específico: Cecilio Villar en el requinto que hizo cantar con un histrionismo fuera de lo normal, a Bernardo Cifres en la trompa siempre seguro y con un sonido precioso, el extraordinario fagot de Salvador Sanchís colosal en todas sus comprometidas intervenciones, la soberbia flauta de Magdalena Martínez, la trompeta Rubén Marqués con unos pianísimos al alcance solo de un gran maestro. Músicos todos ellos que podrían sentarse en cualquiera de las grandes formaciones orquestales del mundo.
Tras ello, el delirio, la conmoción, el frenesí de una sala puesta en pie, lo que tiene especial valor en una obra que no es, a priori, accesible a todos los públicos y no es la partitura más conocida de Shostakovich.
Ficha técnica
Viernes 20 de octubre de 2023
Obras de Mahler y Shostakovich
Orquesta de la Comunitat Valenciana
Sir Mark Elder, director musical