La arquitecta y urbanista egipcia Beth Stryker (a la izquierda en la imagen superior) y la activista cultural eslovena Tamara Bracic hablan con Cultur Plaza sobre los proyectos colaborativos que han desarrollado en sus ciudades de origen para tratar de humanizar el espacio público
VALÈNCIA. Beth Stryker y Tamara Bracic proceden de profesiones y contextos políticos y socioeconómicos muy distintos, pero a ambas les une una visión común: la idea de que los ciudadanos tienen el derecho a participar de forma activa en el diseño del espacio público en el que viven, trabajan, disfrutan de sus amigos y crían a sus hijos. Representan dos formas de activismo; Stryker lo lleva a cabo desde el campo del urbanismo y la arquitectura a través de Cluster, una plataforma creada en el contexto de la Primavera Árabe para la investigación crítica de proyectos urbanos en el centro de El Cairo. Tamara Bracic es una de las impulsoras de Bunker, un centro cultural sin ánimo de lucro que tiene su sede en una antigua central eléctrica de los suburbios de Liubliana, capital de Eslovenia. Ambas han pasado esta semana por València con motivo de la celebración del encuentro internacional Transmaking, que ha reunido a cerca de 75 especialistas en el campo de la cultura: académicos, emprendedores, artistas y activistas procedentes de Europa, Asia, Iberoamérica y el norte de África.
¿Qué se puede esperar de un encuentro como este? Tamara Bracic: “Es una de las pocas oportunidades que se dan para mezclar a académicos con gente que trabaja sobre el terreno, como artistas, gestores.. Los académicos tienen muchos conocimientos teóricos y manejan mucha información relevante, pero no están habitualmente en contacto con lo que pasa a pie de calle. Intentamos aprender mutuamente sobre cómo mejorar el mundo en la medida lo posible”. Beth Stryker, lo reafirma: “Sí, todavía tenemos mucho que aprender unos países de otros”.
Parece oportuno que València acoja un encuentro de estas características, en el que se analizan dinámicas de participación ciudadana que contribuyen a ampliar el valor del espacio público. La política urbanística y de movilidad del actual Gobierno municipal ha sido disruptiva con respecto a la de sus antecesores. La priorización de los peatones y medios de transporte sostenible sobre vehículos de motor ha llevado a ampliar la red de carril bici; cerrar calles y plazas al paso de los coches; apostar por la reconversión de los tinglados del Puerto de Valencia en un contenedor cultural o abrir la web (DecidimVLC), donde los ciudadanos podían votar los proyectos urbanos en los que les gustaría que el Ayuntamiento invirtiera una parte de su presupuesto. Una serie de iniciativas públicas que no son sino la prolongación lógica del espíritu proactivo demostrado por la sociedad civil valenciana en los últimos años. Son muchos los ejemplos de activismo cultural desarrollados por emprendedores culturales y colectivos vecinales para construir un espacio urbano más humano y menos comercializado: el proyecto agroecológico Cabanyal Horta; festivales como Cabanyal Íntim y Russafart, la recuperación de la antigua Fábrica de Hielo (que ha pasado de ser un espacio abandonado a un centro cultural y de ocio con actividades pensadas para niños, adultos y familias), y así un largo etcétera.
Algunos de estos proyectos estaban incluidos en las visitas guiadas preparadas por la unidad de investigación Econcult de la Universitat de València (anfitriones del evento) para los invitados extranjeros de Transmaking. “Las ciudades son un gran laboratorio, por eso uno de los principales objetivos de este encuentro ha sido demostrar cómo los espacios culturales que parten de la participación ciudadana no solo favorecen el empoderamiento de la democracia del pueblo, sino que también generan dinámicas de formación e innovación”, explica Raúl Abeledo Sanchis, doctor en Ciencias Económicas especializado en desarrollo local, sostenibilidad y planificación cultural y coordinador de proyectos europeos e internacionales de Econcult.
Tanto Stryker como Bracic tienen claro que la planificación urbana tiene un efecto directo en el bienestar de los habitantes, pero la implementación de las ideas no es igual de fácil en todos los países. “En nuestra organización, Cluster, somos una mezcla de urbanistas y arquitectos –explica la activista egipcia- que hacemos esfuerzos por integrar a los ciudadanos en las decisiones que afectan a la ciudad en la que viven, porque normalmente están muy alejados de ellas”.
“En Eslovenia –apunta Bracic- no está establecido ningún mecanismo de participación ciudadana para las inversiones urbanísticas. Nuestra organización, Bunker, se centra sobre todo en la programación de eventos relacionados con las artes escénicas y a la producción del Festival Internacional Mladi levi, que ya va por su vigésima edición. Nuestra sede está en el edificio de la primera planta eléctrica que abrió en Liubliana hace 120 años y está situada a las afueras. Fue rehabilitada en 2004 y llegamos a un acuerdo para compartir el edificio con la compañía eléctrica, que nos dejó un espacio para nuestro centro cultural. Cuando empezamos nuestras actividades nos dimos cuenta de que la gente del barrio no tenía ningún tipo de conexión emocional con ese edificio, así que decidimos preguntar a los vecinos cómo les gustaría cambiar el espacio público alrededor de la planta eléctrica. Algunas de esas ideas las pusimos en práctica durante el festival. Pedimos a los vecinos que retiraran los coches durante esos diez días, y utilizamos las calles para organizar charlas literarias, juegos, desayunos, conciertos. El concejal de Cultura y el alcalde dieron apoyo la iniciativa mientras sabían que era efímera, pero cuando acabó el festival y les presentamos ideas para transformar de verdad el barrio (como construir parques infantiles o recuperar determinados espacios abandonados para actividades culturales) nos dijeron que para ese tipo de decisiones ya estaban los urbanistas municipales. Es decir, se da por hecho que los técnicos saben mejor que los vecinos qué es lo que necesita el barrio. Para mí, lo peor de todo es ver que la gente no acaba de comprender que tienen derecho a decir cómo quieren que sea su ciudad”.
Las acciones urbanas en las que ha participado la arquitecta Beth Stryker son de una naturaleza distinta. El reto para ellos es revitalizar el centro de El Cairo, muy castigado no solo por los acontecimientos políticos de los últimos seis años, sino también por la decadencia de los edificios históricos y el hecho de que el 70% de la población vive en casas “informales”. Los pasajes comerciales de la capital egipcia -una tipología arquitectónica que también caracterizó las remodelaciones de finales del siglo XIX en ciudades como París y Viena- son los protagonistas de uno de los proyectos más celebrados de Cluster. Muchos de estos pasajes estaban abandonados, deteriorados o no eran seguros, especialmente para las mujeres. Este colectivo pensó cómo los pasajes y callejuelas del centro podían transformarse en una red de espacios públicos alternativa a la retícula de calles y tráfico rodado que aparece en los mapas convencionales. Analizaron durante tres años todos los pasajes de la ciudad (su accesibilidad, los patrones de uso que se le daban, etc.) e intervinieron dos de ellos como proyectos piloto. Uno, por ejemplo, pasó de ser un callejón oscuro y olvidado a convertirse en un luminoso jardín peatonal, siguiendo los designios de una votación pública que involucró a vecinos y propietarios. “Recogimos fondos entre la gente para financiar la intervención y que así fuese más fácil conseguir el permiso del Gobierno. Solo queríamos utilizar ese proyecto como ejemplo de cambio. Y lo conseguimos, porque a partir de ese momento, el Ayuntamiento ha renovado por su cuenta otros pasajes del centro, convirtiéndolos en espacios más habitables y seguros. Por su parte, esta experiencia a animado a nuevos colectivos vecinales a organizarse por su cuenta para tomar decisiones sobre cómo mantener sus calles o cómo transformarlas”. Los proyectos de Cluster buscan por tanto un cambio de paradigma, pero contando siempre la colaboración con las autoridades locales: “Las acciones de confrontación no funcionan en El Cairo ahora mismo. Las cosas han cambiado mucho con respecto al momento en que iniciamos nuestra organización después de la revolución de 2011, cuando sí se pudieron llevar a cabo muchos proyectos informales”, apunta esta activista.
Otro de los temas a debate durante esta semana en Transmaking han sido los fenómenos gentrificación y turistificación de las ciudades, que muchas veces se desencadenan después de que los actores culturales hayan puesto en valor un espacio. Russafa y el barrio del Carmen podrían servir como ejemplos cercanos de ello. “Existe el riesgo de mercantilización de entornos culturales que se habían revitalizado inicialmente con otra filosofía, pero también está el problema de la institucionalización excesiva, cuando las administraciones se apropian de esos espacios y los convierten en lugares públicos, pero no ciudadanos. Es decir, sin tener en cuenta a los vecino, sino obedeciendo a otro tipo de intereses”, comenta Raúl Abeledo.
Son fenómenos contemporáneos muy extendidos a nivel mundial, que se dan tanto en Londres y Nueva York como en Madrid o Berlín, pero no así en ciudades como El Cairo, en las que predominan todavía las rentas antiguas. “En Liubliana lo que notamos es que, conforme crecen los precios en el centro de la ciudad y desaparecen los espacios que no están destinados al consumo, la gente tiende a trasladarse a las afueras, que es donde estamos nosotros. Nuestro barrio todavía no es interesante para los inversores, en parte por la existencia de varios colectivos okupas como Autonomous Factory ROG, que tienen su sede en un enorme edificio. El Gobierno querría convertirlo en un centro para la industria cultural, cuando ese área cumple ahora mismo una función muy distinta. Es de hecho el único lugar de Liubliana que ha querido acoger a los inmigrantes y refugiados que llegan a Eslovenia desde 2015 a través de la ruta de los Balcanes. Allí dan clases de cocina e ingles a los recién llegados, imparten talleres para que aprendan profesiones… es decir, están haciendo todo aquello que el Gobierno debería hacer y no hace”.