Llega a los cines una de las últimas películas del director surcoreano, una hermosa y singular reflexión sobre el acto de hacer cine y su relación con la vida
VALÈNCIA. Un joven actor decide poner a prueba su creatividad y rodar un cortometraje. El pequeño equipo formado por el propio actor y dos antiguos compañeros de clase –el cámara y la actriz protagonista- llega a la isla de Jeju en busca de inspiración. Mientras deambulan por la costa en busca de ideas, el director vislumbra a una mujer en la playa y se acerca a hablar con ella. Gracias a este singular encuentro y una canción de amor escrita tiempo atrás, llegará a la historia que quiere contar en su película. Este es el argumento de In Water, una de las últimas películas del prolífico director surcoreano Hong Sang-soo (nunca está muy claro cuál es la última), presentada en la Sección Encounters de la Berlinale y en el Festival de Gijón y que llega ahora a los cines españoles gracias a Atalante (que también acaba de estrenar Nuestro día, otra de las películas más recientes del director).
Producida, dirigida y escrita por Hong Sangsoo, quien también se encarga de la fotografía, el montaje y la composición musical, y protagonizada por Shin Seok-ho, Kim Seung-yun y Ha Seong-guk, la película cuenta la historia de estos tres amigos con la misma actitud, la misma filosofía, la misma forma de ver y entender el cine, las mismas herramientas y al mismo ritmo que sus anteriores. De hecho, cada nueva película del director puede verse como una suerte de continuación de la anterior, como si se tratara de una especie de obra en progreso, partes de la misma que en conjunto forman un todo único, una conversación continua en la que unas películas conversan con otras. In Water sigue los mismos planteamientos e ideas de las últimas: contar una historia con lo mínimo, a través de las posibilidades que el cine puede ofrecer. Ahí vuelve a estar una de sus claves: en la economía narrativa desde la que el cineasta construye su película.
El maestro coreano vuelve a narrar desde su característica puesta en escena minimalista, austera y depurada, pero esta vez lo hace desde una perspectiva que la diferencia: toda la película, de una hora de duración, está rodada fuera de foco (incluidos los créditos finales). Lo que inicialmente podría parecer una simple gamberrada (y, probablemente, algo de eso hay, porque en las películas del director casi nunca falta humor), termina convirtiéndose en un experimento formal y conceptual muy curioso e imaginativo: por un lado, a nivel pictórico, la imagen se difumina creando un efecto impresionista con secuencias de una singular belleza, como el hermoso plano final que da título a la película; y, por otro, a un nivel narrativo, se nos propone observar la realidad desde una mirada diferente, alejada de lo convencional, más libre y poética.
El resultado es una película que habla con sencillez, sutileza y humor, a través de un tono divertido, tierno y a la vez con cierta melancolía, entre la ligereza y la profundidad, del mismo acto de hacer cine, de por qué hacer cine, de una manera de verlo y hacerlo, de sus dificultades y búsquedas, de un cine que surge de la vida, de lo cotidiano, de las pequeñas cosas que conforman nuestros días, de la observación de lo extraordinario de lo ordinario, del cine como forma de estar en el mundo. In Water también acaba siendo una hermosa y conmovedora reflexión sobre las contrariedades y los embates de la vida; una película a contracorriente, sosegada y con capacidad de sugerir, que, en tiempos de consumo rápido, donde todo pasa y poco queda, logra dejarnos algunas imágenes para el recuerdo.