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NOBEL DE LITERATURA

Ishiguro, el detective literario

8/10/2017 - 

ALICANTE. El año 1983, la prestigiosa revista literaria Granta, uno de esos templos de visita ineludible para los creyentes en la religión de la ficción narrativa, ofreció una nómina de autores que, para muchos lectores desde entonces, se ha convertido en una guía de calidad asegurada y horas de disfrute, entre las páginas de ese objeto de diseño ergonómicamente perfecto que es un libro: Martin Amis, William Boyd, Salman Rushdie, Julian Barnes, Ian McEwan, Graham Swift, Clive Sinclair y Kazuo Ishiguro estaban en aquella lista. Las novedades de cada uno de ellos se han convertido en un acontecimiento festivo para lectores en gran parte del mundo, pero especialmente para los lectores de traducciones al español, gracias a ese foco de alta intensidad llamado Jorge Herralde, a su editorial Anagrama, y a la colección Panorama de Narrativas, prácticamente todos ellos han pasado por sus cubiertas de amarillo desvaido.

Ishiguro, no obstante, nunca ha sido la gran figura de aquella terna. Nombres como Amis, McEwan, Rushdie, incluso el socarrón Barnes o el taciturno Swift, han ocupado más páginas de suplementos literarios, entrevistas en los grandes medios, polémicas políticas incluidas, de las que Mr. Amis tiene la piel curtida. Incluso tampoco ha sido el gran estilista, la prosa más pulcra de entre todos ellos, título que siempre ha basculado entre McEwan y Swift. Pero sí ha sido el más elegante, a veces con una elegancia impostada, excesiva, fruto de su doble endoculturación. Porque Ishiguro no es un autor postcolonial, a pesar de que el mundo colonial ocupe algunas de sus mejores páginas, Ishiguro no proviene del matraz de culturas y el flujo de sustituciones lingüísticas de los siglos XIX y XX, su padre fue un oceanógrafo japonés que en 1960 fue contratado por una institución de investigación inglesa, y a las Islas Británicas trasladó a la familia, incluido su vástago, nacido en Nagasaki seis años antes, en 1954. En declaraciones posteriores a la concesión del premio, Ishiguro ha recordado su filiación japonesa, “siempre he dicho a lo largo de mi carrera que, aunque haya crecido y sido educado en este país británico, una gran parte de mi mirada al mundo y mi acercamiento artístico es japonés, porque provengo de una familia de allí", de hecho, mantuvo la nacionalidad japonesa hasta 1982.

En Kazuo Ishiguro se unen las formas más extremas de la caballerosidad inglesa, ese autismo cáustico que se ha convertido en patrón universal de la hidalguía británica, con la gestualidad minimalista y contenida de la tradición japonesa. En sus formas personales y también en su literatura. Tal vez sea este el único rasgo distintivo presente en todas sus obras.

Porque el Nobel de 2017 se ha concedido a un autor de obra, si no escasa, desde luego no proteica, en contraste con el desparrame verbal y sonoro de su predecesor en el puesto, el bardo Bob Dylan. “Tan solo” siete novelas y un libro de relatos conforman su bagaje publicado: Pálida luz en las colinas (A Pale View of Hills, 1982), Un artista del mundo flotante (An Artist of the Floating World, 1986), Lo que queda del día o Los restos del día (The Remains of the Day, 1989), Los inconsolables (The Unconsoled, 1995), Cuando fuimos huérfanos (When We Were Orphans, 2000), Nunca me abandones (Never Let Me Go, 2005), El gigante enterrado (The Buried Giant, 2015) y Nocturnos: cinco historias de música y crepúsculo (Nocturnes: Five Stories of Music and Nightfall, 2009). No hay ningún tipo de unidad temática ni argumental entre ellas, no hay un tiempo y un lugar que las una, no es Ishiguro autor de una gran novela que se va repitiendo, o de un gran fresco publicado por entregas. Ishiguro se reinventa estilísticamente en cada novela, aunque su mirada del mundo sea siempre la de la introspección, el asombro contenido ante la evolución constante y la asunción de nuevas pautas de conducta, la extrañeza ante la pérdida de nortes y referentes.

Este galardón llega "en un momento muy incierto para el mundo, donde se ha puesto en cuestión sus valores, su liderazgo y su seguridad". Una reacción muy en consonancia con el holmesiano detective Christopher Banks que protagonizaba When We Were Orphans, que asume como propias estas palabras de su amigo Akira, “Nostálgico. Cuando estamos nostálgicos, recordamos. Cuando nos hacemos mayores descubrimos que había un mundo mejor que este. Recordamos y deseamos que aquel buen mundo vuelva”.

La preocupación por el mundo que cambia sin remedio y, a veces, sin sentido, ganando en comodidad y comfort, pero también perdiendo valores y seguridades que, tal vez, no era necesario lanzar al contenedor de la basura no reciclable, aquí se encuentra el núcleo de la narrativa del autor japonés en lengua inglesa, británico de origen japonés, conocido por un público mayoritario, inconsciente de su existencia, gracias a su idilio con el cine, sólo con un par de incursiones, en las que ni siquiera obró como guionista ni adaptador, a pesar de ser este uno de sus oficios desempeñados.

James Ivory dirigió en 1993 Lo que queda del día (The Remains of the Day), con guion de Ruth Prawer Jhabvala, e interpretada por Anthony Hopkins, Emma Thompson, Christopher Reeve, James Fox, Hugh Grant y Ben Chaplin, convirtiéndola en el prototipo de “película inglesa” long seller. En 2010, Mark Romanek adaptaba Nunca me abandones (Never Let Me Go), con guión de Alex Garland, e interpretada por Carey Mulligan, Keira Knightley y Andrew Garfield, con un notable éxito entre el público adolescente.

El autor de 62 años ha reconocido que en un primer momento pensó que su premio era un bulo, puesto que no había recibido la llamada de la Academia sueca cuando su nombre ya estaba circulando por los medios. "Pensé que era un bulo en estos tiempos de noticias falsas", ha señalado con humor. De hecho, ha explicado que recibió la llamada de su agente --cuando estaba sentado en su cocina-- para que escuchara en directo el anuncio de la academia, sin saber si ganaría. "Poco después, me llamó una señorita muy amable desde Suecia y me preguntó si quería aceptar el premio. Me sorprendió su tono ligero, era como si me estuvieran invitando a una fiesta".

Kazuo Ishiguro no es Paul Auster, no es Philip Roth, no es Javier Marías, no es Mircea Cărtărescu, no es Ngugi Wa Thiong'o, no es Amos Oz, no es Margaret Atwood y, desde luego, no es Haruki Murakami, pero nadie puede dudar de que su elección supera a una buena parte de ellos y es de las mejores posibles, pensando en los lectores de todo el mundo.

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