Kamikaze Producciones estrena Ricardo III en el TEM
VALÈNCIA. Al tándem formado por el director Miguel del Arco y el actor Israel Elejalde el repertorio clásico les salta a la mesa de trabajo de Kamikaze Producciones en función de los tiempos que vivimos, apegado a la actualidad. Así, su versión del inadaptado por brutalmente sincero Misántropo de Molière coincidió con el Movimiento 15M. Decidieron explorar la crisis de identidad de Hamlet en plena ídem financiera, y ahora, en pleno apogeo del populismo y la posverdad, acometen un Ricardo III cuya ambición desmesurada le lleva a recurrir a las fake news y a la corrupción. Cada clásico, a su tiempo.
“Tenemos la sensación de que no somos nosotros los que elegimos las obras, sino al revés”, comparte Elejalde, que este próximo 15 de enero vuelve a su remedo de Trump y el Joker de Heath Ledger en el Teatre El Musical.
En el horizonte, acarician la idea de “meterle el diente” a La escuela de las mujeres de Molière, “pues habla de mucho de lo que está ocurriendo ahora, como la condición de la mujer”. Sin embargo, antes de una nueva aventura escénica, tienen que ultimar el mazazo para la cultura que ha supuesto el cierre de su estimulante proyecto en Madrid, Pavón Teatro Kamikaze.
- Si Shakespeare levantara la cabeza…
- El propio Shakespeare se tomaba licencias para hablar de la Inglaterra del momento cuando representaba Ricardo III en el Londres del siglo XVII, porque la acción está ambientada 150 años antes. En nuestras obras siempre hacemos un trabajo de contemporaneización e intentamos traer los originales con elementos reconocibles para el público actual, porque consideramos que eso es lo que ocurría en origen. Eso es ser más fiel que representar las obras tal y como están escritas.
- Vuestro montaje nació pegado a la historia reciente de nuestro país. Al ritmo de brincos sin tregua que va la actualidad, ¿os habéis planteado actualizarlo?
- No hace falta retocarlo. Todo lo que cambiamos hace un año son modificaciones con pequeños guiños a nuestra realidad. Las fake news, por ejemplo, no son de ahora: Ricardo ya lanzaba libelos y decía mentiras para difamar a sus contrincantes.
- ¿Qué hay de la monarquía? Estos últimos meses, la nuestra ha dado bastante juego.
- En su momento actualizamos el reinado y lo colocamos en un lugar atemporal, con elementos de las cortes de los siglos XVII y XXI. Las noticias de nuestra propia monarquía, que han sido más de las que hubiéramos deseado, no hace falta apretarlas, porque cualquier referencia al monarca es completada rápidamente por el público. No citamos al rey emérito, pero Ricardo III va sobre un monarca que abandona y sobre otro depuesto. En el texto original se habla de corrupción, de ser honorable, de tener una conducta impoluta… La gente lo escucha y con su imaginario se va a un sitio totalmente diferente. Casi no tenemos que hacer nada, el guión ya estaba ahí.
"Las fake news, por ejemplo, no son de ahora: Ricardo ya lanzaba libelos y decía mentiras para difamar a sus contrincantes"
- En tus entrevistas comparas a Ricardo III con Trump, ¿ya le has buscado comparación de relevo ahora que ya tiene una pata fuera de la presidencia de EE.UU.?
- Afortunadamente, en este tiempo no ha salido nadie peor que Trump. Y espero que así siga. Biden tampoco me da muy buena espina, pero Trump es lo peor que ha pasado en política en los últimos 20 años, no sólo por lo que ha hecho, sino por lo que representa: el hecho de qué personas íntegras decidan aceptar y legitimiar su forma de ejercer el poder.
- Tu Ricardo dista de la escuela que implantó Laurence Olivier, quien se apartó de su representación bufonesca para apostar por una inteligente y elegante.
- En efecto, yo quería recuperar la esencia del Ricardo anterior. Eso surge de ver a bufones como Bolsonaro y Trump, cuyo comportamiento deja que desear. si no fueran tan peligrosos, resultarían ser unos fantoches. Para encarnarlo me gustaba la idea de una persona burda, rastrera, desagradable y soez, pero a la vez medio chistosa, que seduce a cierta gente, porque consideran que esa chabacanería es sinónimo de honestidad. Encajan que esa forma chulesca de ejercer el poder es mejor que la política llena de subterfugios y de dobles caras. Ambos hablan siempre como si fueran la voz del pueblo. Se comportan como si estuvieran en una tasca y ejercieran la política desde ahí, porque parece que les hace más honestos.
- ¿Cuánto tiene que ver con el acceso de estos personajes al poder la fascinación por el mal?
- La gran pregunta de la función es por qué pensamos que hay algo bueno en ese tipo de comportamientos o en esa forma brutal de ejercer el poder. Uno no debe preguntarse por qué existe Hitler, sino por qué los demás admitieron que existiera. Ese es el verdadero problema: por qué nos fascinan esos monstruos. No me asusta que exista Trump, sino que millones de personas crean que debe ser el presidente.
- ¿Qué morbo personal da interpretar a un villano?
- El trabajo de la actuación tiene que ver con el deseo de ser otros y de vivir otras vidas, así que cuando coges un personaje que está tan lejos de ti mismo sientes una enorme fascinación. Además, los villanos son profundamente amorales. Nunca tropiezan con divisiones éticas, sino que consideran que lo bueno es lo que a ellos les da beneficio. Habitan un mundo regido por la ley natural, donde no importa si hay víctimas. Indudablemente es algo divertido, pero a veces uno tiene que reprenderse esa diversión y plantearse el peligro de la tentación.
- Debes haberte reprendido un rato, porque en tu carrera hay un buen puñado de asesinos y de corruptos.
- He hecho muchos malos, pero pocos con la amoralidad de Ricardo. Alcestes, de El misántropo, es justo lo contrario, un hombre que puede llegar a caer mal porque lleva la verdad al paroxismo. Y Hamlet estaría justo en el medio, se convierte en un villano, pero moral, no quiere ejercer la venganza a la que le empuja la sociedad. La gente dice que piensa demasiado, que duda. No es eso, sino que sabe que si hace caso a su instinto, no va a tener freno. Es un personaje complicado.
- ¿Qué papel te confirmó que querías ser actor?
- Hubo dos momentos, a los 14 años empecé a hacer musicales en el grupo de teatro del instituto. Mi profesor de literatura era amigo y fan de Dagoll Dagom y montó Glups!! y La nit de Sant Joan. A los 15 fue mi primer acercamiento a Shakespeare, me fascinó Julio César, el monólogo de Marco Antonio me dejó marcado. De hecho, me fui a casa y me lo aprendí de memoria. Ahí se quedó algo indeleble.
- ¿Te lo sigues sabiendo?
- Sí, de hecho, lo he utilizado mucho en pruebas. También el monólogo final de Segismundo en La vida es sueño, con el que arranca Ricardo III y otro de El Rey Lear. Los utilicé para entrar en la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Me han acompañado toda la vida.
- ¿Sigues pensando en incorporar un día a Segismundo a tu trayectoria?
- Yo pienso en él, pero él ha dejado de pensar en mí. Me queda poco tiempo para encararlo, dos o tres años, estoy un poco mayor. A lo mejor puedo hacerlo al límite, porque me encuentro bien físicamente, pero creo que se me va a escapar.
- Sin embargo, eres licenciado en Ciencias Políticas. ¿Qué te ha impedido ejercer tu carrera académica?
- Mi padre era sindicalista y estuvo metido en política en el Partido Comunista a finales de los setenta, principios de los ochenta. Siempre ha habido algo de la política que me ha atraído, pero supongo que me tira más el teatro y todo lo que genera. Al fin y al cabo, cualquier obra escénica es un acto político. Con el tiempo lo hice bien, porque la política necesita de una dedicación y de un cuajo que no tengo. El teatro es una forma de fingir para alcanzar la verdad, pero la política, cada vez está más cerca de los productos de venta que de la defensa de un conjunto de ideas. De ahí que crezca la desafección.
- ¿Qué te impactó más, coincidir con Dolores Ibarruri en el Comité Central del Partido Comunista o con José Sacristán en Magical Girl (Carlos Vermut, 2014)?
- Pepe es admirable como actor, pero sobre todo como persona por su honestidad y la lealtad a sus ideas y a su trabajo. Respeto a Dolores, pero no me acuerdo de casi nada. Era muy pequeñito, tenía tres o cuatro años. Tengo nociones muy vagas, de un sitio lleno de hombres fumando. Son recuerdos prestados, porque me han contado la anécdota muchas veces. Mi padre relataba en todas las fiestas, con cierto sonrojo y gracia, que al verme, Dolores dijo “qué niño más bonito”, y yo le contesté “papá a esta señora tan vieja para qué la necesita el partido”. No recuerdo haber sido tan insolente.
- En Ensayo, de Pascal Rambert, el director que encarnas dice: “Es más cómodo pensar que lo peor es siempre lo seguro y el cinismo dirige el mundo. Yo no lo creo”. ¿Lo suscribes?
- Lo suscribo a muerte. Es una de las frases más emocionantes que he dicho encima de un escenario. Quizás porque casi todos estamos presos de esa idea fatalista que implica una falta absoluta de esperanza y una resignación obligada. Son de esas frases que te hacen bien, porque te obligan a defender una idea que se convierte en un mantra. Cuando las cosas van mal, casi siempre es más culpa de nuestra falta de movilización. La historia nos recuerda que las cosas se tuercen, pero también que pueden cambiar.
"es triste que una institución como el Pavón Teatro Kamikaze cierre sin que parezca que a nuestras administraciones les duela demasiado"
- ¿Os ha acompañado esa frase en el cierre del teatro?
- Sí. También una de Valle-Inclán que me hace mucha gracia, donde afirma que no hay nada malo en fracasar, pero si se hace, ha de ser de manera sublime. Me gusta, porque es una frase motivadora. La vida es un conjunto de pequeños éxitos y también de muchos fracasos, que hay que aceptar como parte del aprendizaje. Los fracasos son los que te movilizan para intentar reconstruirte y ser mejor. Así que no hay que tenerles demasiado miedo. Has de dormir con la palabra fracaso cerca de ti, porque si no, te adormeces, repites un producto que te trae éxito. No soy defensor del malditismo, no tiene nada que ver con eso, sino de un miedo controlado. Ese es el que te lleva a meterte en terrenos desconocidos. No sale bien siempre, pero te permite reconfigurarte y repensarte.
- A medio mes del cierre del Teatro Kamikaze, ¿seguro que no puede haber un bis?
- Seguro que cerramos y nos vamos. Seguro que abandonamos el Pavón. Este proyecto tal y como estaba concebido ha acabado, pero espero poder pergeñar otros proyectos en el futuro con mis socios y amigos.
- ¿Para qué sirve un Premio Nacional? En 2017, los impulsores del proyecto fuisteis reconocidos con el de Teatro y la distinción no ha impedido el cierre.
- En ese momento fue un pequeño espaldarazo para un grupo de personas que creían en levantar algo que parecía quimérico. Después no nos ha servido para mucho más. Hemos luchado contra demasiados gigantes: comenzamos nuestro periplo en medio de la crisis económica y hemos acabado el peor año de los últimos 80. Hay cosas que podían haberse hecho mejor y es triste que una institución como el Pavón Teatro Kamikaze cierre sin que parezca que a nuestras administraciones les duela demasiado. Pero las cosas son así. Hay que soltar. Ya nos veremos en otra.