VALÈNCIA. El periodismo musical se encuentra en un momento extraño, lo mismo que la música pop sobre la cual ha gravitado a lo largo de más de seis décadas. Lo anglosajón ya no es hegemónico en esta materia. Las obras discográficas ya no dejan una huella cultural detectable. Cuando el futuro es incierto, no está de más revisar el pasado. El periodista Bruno Galindo se ha encargado de recoger una serie de textos que sirven para establecer una historia de la crítica musical. Kokotxas. Las más selectas piezas del periodismo musical español no pretende ser definitivo –de ahí que se anuncie como primer volumen de una serie que debería tener continuidadr-, pero sí resulta muy ilustrativo por diferentes razones. Como parte implicada tanto en la profesión como en el libro, tenía interés en conocer detalles sobre esta iniciativa, así que le envié una tanda de preguntas a Bruno.
-La idea de hacer una antología de artículos del periodismo musical en España, ¿cómo surgió?
-Fue un encargo de la editorial. Querían publicar una recopilación de artículos, pero no tenían muy claro cómo hacerlo o bajo qué idea; entonces me pidieron un concepto y producirlo. Mi idea fue hacer una especie de Nuggets -el recopilatorio de garaje que hizo Lenny Kaye para Elektra Records a principios de los 70- alrededor del periodismo musical hecho aquí. Buscando un título que fuera el equivalente patrio de los nuggets, al editor le vino Kokotxas. Salió como una broma, pero se quedó.
-¿Cuál ha sido la parte más complicada de llevar a cabo? ¿Seleccionar? ¿Contar con todas las firmas que tú considerabas necesarias?
-Hacer la selección, claro. En particular la de los primeros años, pues implicaba un trabajo de hemeroteca, de búsqueda de artículos que ni siquiera sus autores tenían ubicados. Por otro lado, quedaron muchísimas piezas fuera. Esto ha llevado a la editorial a prever un Vol. II.
-Es cierto que el periodismo de música, aquí, ha sido mayormente cosa de hombres. ¿Es por eso también que las mujeres que había desde el principio, salvo casos muy concretos como los de Patricia Godes o Bertha M. Yebra, ha sido casi como si no existieran?
-Sí. Una de las direcciones a las que apunta este el libro es mostrar que, al principio, en los 60, antes de que existiera un periodismo musical “profesional”, cuando casi todo se publicaba en prensa generalista, sí había mujeres escribiendo sobre música. Luego viene una ausencia que duró décadas. En lo que llevamos de siglo es más paritario. Por qué ocurrió esto merecería un ensayo propio. Hablé mucho con Patricia Godes sobre el asunto durante la confección del libro.
-Bruno, como periodista que empezó escribiendo de música en los ochenta, ¿cómo vives y te planteas el presente de esta profesión?
-Como una posibilidad muy remota, aunque no imposible si tienes claro que para subsistir tienes que hacer más cosas. Libros, curadurías, podcasts, charlas, docencia, pinchar… lo que se te dé mejor. En realidad no es distinto del trabajo del periodista cultural. O del escritor medio. Tienes que hacer muchas cosas para poder vivir, lo que vuelve la actividad algo francamente complicado y a menudo enloquecedor. El periodismo musical es una actividad por la que siento cariño, respeto y gratitud; hay algo vocacional que, a pesar de las dificultades y de ser tan ingrato, permanece. Celebro que no preguntes por el futuro porque me costaría mantener ese optimismo.
-¿Cuáles fueron los motivos por los que empezaste a escribir de música? Cuéntame un poco esos principios.
-Desde muy pequeño mis mundos fueron la música y la literatura, casi por igual. Mi primer trabajo, a los 18 años recién cumplidos, fue en una compañía de discos (luego estuve en otras dos). Cuando lo dejé supe que quería seguir en la música pero desde otro lugar. Escribir fue mi primera opción. Empecé a colaborar en revistas y periódicos y me fui dedicando a ello. Tuve suerte y me tocó vivir parte de aquellos buenos tiempos —unos pocos años de los 90 y primeros dos mil—, y también los malos en toda su plenitud.
-Una vez recogidos los textos y hecha la antología, ¿cómo crees que ha envejecido el periodismo musical de aquí?
-Hay de todo. Unas piezas aguantan mejor que otras, pero hay que entender que están escritas para contar su momento, más que para la posteridad. Muchas sí han alcanzado ese rango. El periodismo, musical o no, de aquí o de allá, es temporal por naturaleza. Leer un periódico de ayer —como el de la canción de Héctor Lavoe— requiere ponerte en situación.
-Dicho esto, ¿mitificamos excesivamente lo que se escribe fuera por el mero hecho de que más de la mitad de lo que leemos no lo entendemos, pero nos han metido en la cabeza que lo que escriba ese señor (o señora) es intocable?
-Sí, lo que se escribe y lo que se escucha. Sobre todo con lo que viene del ámbito anglo. Yo diré que estoy a favor de cierta mitificación. Ojalá mitificáramos más, empezando, por supuesto, por lo nuestro. Nuestra cultura y nuestro desempeño profesional —hablo de los periodistas culturales— no se entiende sin la mitificación. Dicho esto, está claro que nunca hay que perder el rigor, el discernimiento, la actitud crítica.
-¿Crees que el periodismo musical consigue atrapar el interés del lector no especializado? Por otra parte, ¿crees que debería hacerlo o está bien que vaya dirigido casi en exclusiva a los consumidores de música?
-Lo atrapó hace tiempo; en el siglo pasado, como dices. El periodismo musical era leído y entendido incluso en los medios generalistas (recordemos los suplementos de periódicos). Tuvo el público que necesitaba, un público que estaba mucho más metido en la música que el actual. Hoy estamos lejos de ese punto: para que un suceso musical capte el interés “no especializado” tiene que ser un boom conocido por todos, o bien un tema que polarice: que te sitúe a favor o en contra. Yo creo que el periodismo musical actual exige colocar el objeto cultural en un marco sociopolítico, cultural y tecnológico: la canción, el disco, el artista (o lo que sea), en el centro de una gran foto que te explique el mundo. Creo que eso es lo suyo.