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Kurt Cobain y Nirvana treinta años después

7/04/2024 - 

VALÈNCIA. En 1991, Nevermind revolucionó la industria de la música de manera inesperada. Las multinacionales habían intuido que el llamado underground o rock independiente o rock universitario podía ser apto para llegar a un público más amplio, ajeno al nicho en el que operaban artistas como Dinosaur Jr o Redd Kross. Como concepto y como estilo, el rock comercial había perdido todo atisbo de naturalidad cuando los ochenta estaban a punto de ser los noventa. Mandaba la pose, la sobreactuación, la fórmula. En uno de esos gestos que implicaban críticas por haberse vendido, REM se fueron a Warner. El marcado nivel melódico de sus canciones convirtió a la banda en un fenómeno de ventas global. El caso de Sonic Youth, que en 1990 recalaron en la multinacional Geffen, fue distinto. En la música de los neoyorquinos no mandaba la estructura formal de estrofa-estribillo-estrofa. Así y todo, el cambio de compañía ayudó a que sus canciones más pegadizas llegaran a un público más amplio. A partir de ahí, varios de los grupos subterráneos a los que apoyaban y con los que trabajaban Sonic Youth, fueron captados por su nueva discográfica u otras grandes marcas. Geffen se quedó con Nirvana y al poco tiempo, Nirvana cambiaron de una manera tajante el papel del rock en la música comercial.

Cuando sonaban en la radio o aparecían en MTV, Nirvana parecía un auténtico milagro. Su música sonaba cruda, enojada, herida. Luego se sabría que en realidad Kurt Cobain renegaba del sonido que el productor Butch Vig había imprimido al álbum que los lanzó al éxito, reprochándole de haberle quitado visceralidad a su música. El asunto es que, a pesar de sus comprensibles quejas, Nevermind seguía sonando impulsivo, aunque estuviera mucho más pulido que Bleach, el debut que publicaron en 1989. Cuando Nevermind superó en las listas de venta a Michael Jackson, la lectura fue la siguiente: los perdedores de toda la vida se habían infiltrado en la corriente mayoritaria: lo raro, lo distinto, lo alternativo era visible desde una fama que fue mundial. Los fans más sectarios acusaron al grupo de haberse dejado domesticar por la industria. Siempre hay quien prefiere salvaguardar para siempre la pureza de la creación, que es casi como ser padre y negarse rotundamente a que tus hijos pequeños no crezcan jamás. Lo que más le cabreaba a Kurt Cobain era que su éxito atrajera a un público compuesto por gente similar a la que le acosó en el instituto o lo miró con desprecio por no adaptarse a las normas de lo aceptado. “Llegados a este punto, tengo una petición que hacerles a nuestros seguidores”, escribió en las notas de Incesticide, un recopilatorio con caras B y temas no editados en ningún álbum que Geffen publicó para satisfacer la demanda de material que provocó Nevermind. “Si cualquiera de vosotros odia de una u otra manera a los homosexuales, a las mujeres o a la gente de otras razas, os pido que nos hagáis un favor: dejadnos en paz de una puta vez. No vengáis a nuestros conciertos y no compréis nuestros discos”.

Que Cobain hubiera alcanzado semejante nivel de éxito fue una cuestión de justicia poética. No era un estatus que rechazara, pero la posibilidad de que eso minara su credibilidad comenzó a atormentarle cada vez más. Pensar que compartir fans con un grupo como Guns N’ Roses –que podría parecer que eran similares a Nirvana pero que eran exactamente lo opuesto a ellos- le carcomía la conciencia. Y toda esa presión, sumada a su mala salud y al consumo de drogas para paliar tanto los dolores físicos como mentales que padecía, empezó a pasarle factura al trío. Nirvana ya era entonces un grupo del que la prensa, musical, amarilla o generalista, hablaba constantemente, por lo tanto, la aparición en escena de Courtney Love tampoco colaboró a estabilizar la situación. Cuando visitaron València en julio de 1992 para dar el que sería su único concierto aquí, la situación del grupo era evidente. El batería Dave Grohl y el bajista Krist Novoselic hacían una vida independiente de la de Cobain y su esposa, que se encontraba en un avanzado estado de gestación. Love tenía una personalidad explosiva y también una gran ambición. Ninguna de estas dos cosas era bien recibida entonces si venía de una mujer unida sentimentalmente a un gran artista. Lo que escribió Kim Gordon hace unos años en su autobiografía La chica del grupo, ayuda a clarificar este tema sin riesgo de incurrir en la misoginia: “Es curioso lo mucho que pienso en Kurt. Siempre fue tan proclive a la amabilidad, con su lado vulnerable, pasivo. Uno de los elementos de su auto destructividad fue elegir a Courtney para alienarse de todo el mundo que le rodeaba, al mismo tiempo que la fama le fue alienando de cualquier tipo de comunidad que pudiera tener”.

Para enmendar cualquier conclusión errónea respecto a sus intenciones, Nirvana registró su siguiente disco haciendo justo lo contrario que habían hecho en el anterior. Las tensiones que afectaban ya a su entorno no hicieron mella en la química musical que había entre Cobain, Novoselic y Grohl. Compusieron temas nuevos, rescataron otros antiguos y, a continuación, buscaron a un productor de mentalidad purista. Steve Albini, que incluso se negó a recibir regalías -algo habitual en estos casos- por su trabajo en el álbum, se encargó de que In Utero sonara como casi todos los discos en los que participaba como productor: crudo como si alguien hubiese decidido grabar al artista tocando en su local de ensayo. A Geffen no le gustaron los resultados y los temas elegidos para salir como single los mezcló Scott Litt. Así y todo, In Utero devolvió la furia al sonido de Nirvana. Cuando se anunció que inicialmente el disco iba a titularse como una de sus canciones, I Hate Myself And I Want To Die (Me odio a mí mismo y quiero morirme), nadie pensó que aquella declaración tuviera visos de advertencia.

Foto: JESSE FROHMAN

Lo último que registraron Nirvana antes de que su líder cayera en una irreversible deriva fue un concierto celebrado a finales de 1993, MTV Unplugged in New York, donde se intuían los derroteros por los cuales habría evolucionado artísticamente Cobain de haber podido sobrevivir a sí mismo. El concierto, que sería publicado tras la muerte del músico, daba prioridad a su lado más lírico y a lo que podría haber sido el inicio de una nueva etapa, ya fuese en compañía de Nirvana o en solitario. Unos días antes de que acabara el año, Bruce Pavitt, uno de los fundadores de Sub Pop, el sello independiente de Seattle donde debutó Nirvana, los vio actuar en navidades. A Pavitt, que los había visto actuar decenas de veces, le pareció que esa noche carecían de vida y que funcionaban con el piloto automático activado. En febrero de 1994, el trío inició una gira que hubo de ser cancelada después de que Cobain ingiriese una sobredosis de tranquilizantes y champán. La mezcla lo sumió en un coma del cual despertó veinticuatro horas después. Nadie supo asegurar si aquello fue un accidente o un acto premeditado. Se quitó la vida tan sólo unas semanas más tarde, tras haber escapado del centro de rehabilitación en el que había ingresado. La sensibilidad de Cobain, esa a la que se refería Kim Gordon, no debería pasarnos inadvertida hoy, cuando la visibilidad, la igualdad y la empatía son valores que han adquirido un mayor protagonismo en la sociedad. Treinta años después, se puede decir que Kurt Cobain fue un pionero que luchó para que el rock –y el mundo- no fuese un nido de retrógrados.

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