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la pantalla global

La Cabina recupera una obra maestra de Érick Zonca

El festival proyectará el mediometraje ‘El pequeño ladrón’ en su sección Inèdits

17/11/2017 - 

VALÈNCIA. La gala de inauguración se celebró el pasado martes, y ayer ya comenzaron las proyecciones de la sección a competición, en la sala Luis García Berlanga de la Filmoteca, pero esta tarde es cuando La Cabina comienza a alcanzar su velocidad de crucero, con sus dos sedes (la otra es el Aula Magna del Centre Cultural La Nau) funcionando a pleno rendimiento. El festival, como bien sabe el lector informado, es el único en España centrado en los mediometrajes, películas entre treinta y sesenta minutos que a menudo habitan un limbo poco definido, porque si bien la Wikipedia o la RAE admiten el término, la Ley Española del Cine no lo contempla y opta por definir como cortometraje toda “película cinematográfica que tenga una duración inferior a 60 minutos”. Sin embargo, el formato ha ido encontrando su espacio en certámenes especializados como La Cabina, que cumple una década, o el Festival du Cinéma de Brive, que se celebra en la localidad francesa de Brive-La-Gaillarde desde hace ya catorce años. Otros, como el de Amiens, no están especializados en el mediometraje, pero le dedican una sección específica. Porque haberlos, haylos.

La prueba más rotunda son los veinticuatro títulos que integran la sección a competición del festival valenciano, a los que se podría sumar también la decena que reúne la sección Amalgama, centrada en películas de no-ficción que abordan lenguajes lindantes con el documental creativo, el cine experimental o el video-arte. El grueso de la programación se completa con la sección Inèdits, que cada año pone al alcance del público mediometrajes realizados por directores consagrados. Orson Welles, Woody Allen, Francis Ford Coppola, Akira Kurosawa, Abbas Kiarostami, Naomi Kawase o Martin Scorsese fueron algunos de los cineastas que La Cabina rescató en ediciones anteriores. Se trata de trabajos que, por su peculiar duración, resultan menos conocidos que las grandes obras de sus autores, al no haber gozado de distribución en salas comerciales. En 2017, será el turno de Sidney Lumet (Strip Search, 2004), Satyajit Ray (Sadgati, 1981) o Věra Chytilová (Strop, 1962). También de los españoles Basilio Martín Patino, de quien se proyectará Tarde de domingo (1960), su práctica de fin de carrera en el Instituto del Cine, y Antonio Mercero, autor de La cabina (1972), producción para televisión que consiguió un premio Emmy y que da nombre al festival. Curiosamente, la película también ha podido verse recientemente en el marco de Aislamiento (1967-1985), la magnífica exposición que el IVAM ha dedicado a Anzo, prueba de la fuerza y vigencia de sus imágenes.

Origen televisivo

La selección de joyas rescatadas en la sección Inèdits se completa con un título en el que merece la pena detenerse: El pequeño ladrón (Le petit voleur, Érick Zonca, 1999). Poniéndonos melindrosos, excede la duración del mediometraje, ya que se extiende hasta los 65 minutos (incluso se montó una versión de cien), pero se trata de un detalle menor (Tarde de domingo, ya puestos, no llega a la media hora) que hubiera imposibilitado la proyección de un film soberbio, de una concisión inaudita. De hecho, tampoco es un título inédito, puesto que se estrenó en España el 5 de enero del año 2000, de la mano de la distribuidora Alta Films, poco después de que pasara por el Festival de San Sebastián, donde pudo verlo el crítico Casimiro Torreiro, quien escribió en El País: “Es una modesta producción para televisión en la que nada sobra; no concursa, no tiene actores conocidos. Es un puñetazo en el hígado y una lección de cómo se puede hablar de la vida y sus conflictos prescindiendo de lo accesorio: un film obligatorio en tiempos de inflación de metraje para no contar nada”.

Efectivamente, el origen de El pequeño ladrón es catódico, como el de La cabina de Mercero. Fue un encargo del canal francés La Sept (reconvertido posteriormente en el Canal Arte) para una serie titulada Gauche/Droite, pero que acabó llegando a las salas, como había sucedido años atrás con El diablo sobre ruedas (Duel, 1971), uno de los primeros (y mejores) trabajos de Steven Spielberg. La anterior película de Zonca, La vida soñada de los ángeles (La vie rêvée des anges, 1998), había sido también su debut en el largometraje, y sirvió para poner con rotundidad en el mapa a un cineasta con una sensibilidad extrema, capaz de retratar las emociones con una maestría asombrosa. Sus actrices principales, Élodie Bouchez y Natacha Régnier, ganaron conjuntamente la Palma de Oro a la interpretación femenina en Cannes, y el film se convirtió en un auténtico fenómeno en el circuito de autor, gracias a su poderosa descripción de las dos protagonistas. Por un lado, Isa, de veinte años y con una mochila como único equipaje, que llega a Lille tras pasar por diferentes ciudades y trabajos. Allí se cruzará con Marie, otra chica de su edad, tan solitaria como ella. Zonca retrata la relación entre ambas con honestidad brutal, logrando que permanezcan durante mucho tiempo en el corazón del espectador. De este modo, el director colmaba las expectativas que había generado con sus cortometrajes anteriores: El primero, Rives (1992), fue seleccionado en Cannes. El siguiente, Éternelles (1994), se hizo con el Gran Premio en Clermont-Ferrand y el Premio Kodak de Cannes. Y con el siguiente, Seule (1997), volvió a Clermont-Ferrand para recibir una mención especial.

La vida soñada de los ángeles era una historia sobre personajes al margen, que ponía la mirada en los residuos del estado del bienestar, en gente que no encontraba fácil adaptación en un mundo donde se sentía incómoda. También es el caso de Esse, el protagonista de El pequeño ladrón, encarnado por el debutante Nicolas Duvauchelle, un actor descubierto por el director de casting Antoine Carrard. “Lo que me gustó de él fue que hablaba muy poco, incluso tuvo problemas para aceptar el papel. Me hizo pensar en un joven Paul Newman o en James Dean”, ha comentado Zonca, que tuvo algunos problemas con él. “Una vez casi nos pegamos, discutíamos violentamente. Cuando en la película golpea una puerta, lo hace de verdad, las heridas de sus manos son reales”. Las declaraciones permiten hacerse una idea del contenido de la película. De maneras semidocumentales, sin entrar a juzgar en ningún momento a sus personajes, El pequeño ladrón vuelve a hablar de inadaptados que se mueven permanentemente en un entorno de violencia que lo impregna todo.

La serie Gauche/Droite imponía a los directores escogidos que las películas abordaran cuestiones políticas. Zonca lo hace sin necesidad de ser explícito, simplemente mostrando cómo está jerarquizada la sociedad que muestra. Por un lado, en lo que respecta a las relaciones laborales. Por otro, en el contexto criminal en que se desenvuelve el protagonista, que cuando no está delinquiendo se dedica a practicar boxeo. Habla nuevamente Zonca: “Lo que me interesaba era hablar de un joven que se siente atraído por la violencia y la asertividad para escapar de su condición, pero la espiral de violencia en que se zambulle finalmente se vuelve contra él, y cuando regresa al punto de partida, no ha ganado nada. No me interesaba el aspecto psicológico, lo que quería mostrar eran piedras chocando entre sí”. De ahí que el film esté completamente despojado de sentimentalismo, y que sea imposible aferrarse a ningún personaje ni empatizar con él. Y eso incluye al propio Esse, que se define en las primeras secuencias, tanto en relación a su jefe en el horno donde trabaja (y del que es despedido en cuanto comienza la película) como a una amiga que intenta establecer una relación afectiva sincera con él.

Un paseo por los bajos fondos

Después de ser despedido como aprendiz de panadero en Orleans, Esse se traslada a Marsella, donde conecta con un grupo de ladrones que se dedica a robar en chalets y a practicar el boxeo. Empieza desde abajo, haciendo recados para el jefe de la banda, apodado El Ojo, y poco a poco va adquiriendo alguna responsabilidad mayor. Hasta que las cosas se tuercen. El pequeño ladrón, sin embargo, no tiene nada que ver con el típico relato hollywoodiense sobre un mafioso de poca monta que llega a la cima para luego despeñarse desde las alturas. Aquí no hay glamurización de la vida criminal ni moraleja aleccionadora, solo pedazos de vida arrancados del natural, de manera abrupta y concisa. Zonca se ciñe al limitado metraje de que dispone y va directo al grano, mostrando la tensión constante que marca el día a día de su protagonista. “Cuando Esse comprende que existe la misma jerarquía entre los mafiosos y los hombres de negocios, regresa al trabajo y encuentra una ética”, explicó el director. “Algunos me acusaron de moralismo, me dijeron: ‘No se avergüence de enviar a su hombre a trabajar en una fábrica’. ¿Qué les gustaría? ¿Que escribiera un best-seller? Yo soy realista, no moralista”. El antihéroe de Zonca apenas habla, se define por las acciones que realiza y las que sufre, zarandeado de un lado a otro (literal y simbólicamente) mientras la cámara lo sigue de cerca. Rodada en 16 mm., con estilo cercano al cine directo, El pequeño ladrón habla de un joven que no encuentra su sitio porque el entorno social se impone al individuo y a la postre solo queda asumir el mal menor. Una visión determinista que posee también una clara lectura política.

La película obtuvo dos galardones en certámenes dedicados a la producción televisiva: El FIPA de Oro en el Festival Internacional de Biarritz y el VFF TV Movie Award en Munich. Además, como se ha dicho, llegó también a las pantallas comerciales. Sin embargo, eso no significó que Zonca pudiera consolidar su carrera como cineasta. Tras dos títulos de tanta relevancia, no logró llevar a buen puerto un nuevo proyecto hasta 2008, año en que presentó Julia en la Berlinale. Inspirada en Gloria (John Cassavetes, 1980) e interpretada por una soberbia Tilda Swinton, contaba la historia de una mujer de cuarenta años, alcohólica, manipuladora, mentirosa e insegura, que se gana la vida a base de pequeños trabajos mal pagados, y que acaba involucrada en el secuestro de un niño. Reincidía así en los personajes al límite y los ambientes criminales que, en esta ocasión, no obtuvieron el beneplácito unánime de la crítica, aunque el film mantiene la fuerza visual y el discurso radical de sus anteriores trabajos. Su relativo fracaso le condenó a un nuevo periodo de inactividad, que rompió en 2014 con otra película para televisión, Soldat blanc. El próximo año podría ser el de su regreso definitivo, ya que tiene previsto el estreno de Fleuve noir, una adaptación del escritor israelí de serie negra Dror Mishani protagonizada por Vincent Cassel, Romain Duris y Élodie Bouchez. Antes de que aterrice en los cines (debería hacerlo en enero), La Cabina brinda la posibilidad de disfrutar en pantalla una de sus mejores obras. Será el próximo miércoles, día 22, en el Aula Magna de La Nau. A las 18h. Es pase único, así que organicen sus agendas.



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