VALÈNCIA. València se ha convertido en el nuevo destino de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza, que desembarca en la Fundación Bancaja con una extensa muestra que ofrece una mirada retrospectiva a la sucesión de movimientos pictóricos desde la segunda mitad del siglo XIX hasta los años ochenta del siglo XX. Un total de 82 piezas ocupan las salas del centro cultural, a las que se suma una docena de la colección valenciana, un diálogo que se nutre de las conexiones entre movimientos y creadores de la época, sí, pero también de las bifurcaciones, de las miradas múltiples, de la ruptura con lo establecido. Y es que el relato no se fija tanto en alcanzar una meta, un final de trayecto, sino que nada con maestría por los procesos de transformación, no siempre lineales, de casi un siglo que dio forma al mundo que hoy conocemos.
De esta forma, Caminos de modernidad 1860-1980, que se podrá ver en València hasta el 18 de septiembre, reivindica la modernidad como una evolución constante en la expresión artística, se den estos cambios de una manera más o menos sutil, un proyecto que es fruto de la nueva colaboración entre la institución cultural y la colección de la baronesa, una relación que sigue cimentando proyectos y cuya base es la “amistad y la confianza”. Estas últimas palabras las firma Rafael Alcón, presidente de la Fundación Bancaja, quien presentó la muestra junto al responsable de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza, Guillermo Cervera; y las comisarias de la exposición, Lourdes Moreno, directora artística del Museo Carmen Thyssen Málaga, y Mar Beltrán, técnica de Cultura de la Fundación Bancaja.
Pintores valencianos y catalanes como Mariano Fortuny, Joaquín Sorolla, Antoni Tàpies, Alberto Pla o Santiago Rusiñol se reúnen en una muestra que tiene como eje común el Mediterráneo, una luz a través de la que se relata el cambio, un movimiento, eso sí, formado por numerosas imágenes estáticas, postales a través de las que viajar "para reflexionar sobre pasado”, explicaron las comisarias. Le Paon Blanc de Anglada-Camarasa es la encargada de dar la bienvenida al visitante, una obra que “no solo es moderna por su temática -pues se trata de una mujer, liberada, cortesana que hace de su vida lo que quiere-, sino también por la composición que coloca los elementos decorativos frente al segundo plano que es la propia figura y la técnica basada en grandes trazos de color desdibujados para que sea el propio espectador el que configure la composición”, explicó Mar Beltrán. Con esta pieza se abre un camino que indaga en el naturalismo, un viaje a la pintura de 1860 que vio nacer a un grupo de artistas que tuvieron en el paisaje una fuente de inspiración clara y a través de la que canalizaron el desarrollo de la pintura moderna, con nombres destacados como Ramón Martí Alsina.
Mención destacada para Mariano Fortuny, el pintor español más reconocido a nivel internacional de finales del siglo XIX, un artista “renovador en la técnica” que se convirtió en “maestro indiscutible junto con Francisco de Goya del siglo XIX español”. Su pintura “preciosista” ilumina el camino de la exposición con piezas como Corrida de toros. Picador herido, una escapada a las fiestas populares de la época que también nos lleva al carnaval de Roma de Benlliure o a la Venecia de Arcadi Mas i Fondevila, con paradas ‘locales’ como la plaza redonda de José Navarro Llorens o las estampas marítimas de Sorolla.
La plenitud modernista llega capitaneada por Ramón Casas o Santiago Rusiñol, “que superan las corrientes realistas y ofrecen una obra original influida por la pintura internacional” con “con voluntad de pintar la vida circundante, el no preseleccionar el tema, así como el realizar encuadramientos insólitos”. En este viaje, y con el afán el aglutinar el pulso de la época, la muestra también recoge las reacciones al propio modernismo, con una sección dedicada al noucentisme, un movimiento surgido en Catalunya de espíritu romántico y exaltación de las raíces rurales. El mediterráneo de Joaquim Sunyer o Joaquín Torres-García resulta clave para entender el recorrido modernista, junto a esculturas de Pablo Gargallo y Manuel Hugué.
La muestra se reserva una sorpresa al final del recorrido, una pieza que supone el contrapunto a la obra de Anglada-Camarasa con la que se presenta al público. Se trata de La pêche de Miquel Barceló, perteneciente a la Colección Fundación Bancaja, que fue pintado durante una estancia del autor junto a Mariscal en la localidad protuguesa de Vilanova de Milfontes. La obra supone un broche final que “abre la puerta a otro mundo”, explicaron sus comisarias, una imponente pieza que corona la última sección de la muestra, dedicada a las vanguardias. En ella se reúne obra de Modest Cuixart, Antoni Tàpies o Manuel Gil, entre otros, un espacio que se antoja más que como una cierre, como una puerta abierta a un nuevo mundo, un viaje que se inicia sobre la barcaza de Barcelò.