Recuerdo, hace muchos años, en mis primeros viajes a los marché y deballages del sur de Francia, que se me iban literalmente los ojos detrás de los grabados de tema mitológicos, que allí se podían encontrar fácilmente, y que en España eran poco comunes, ya que los que abundaban aquí eran los de asunto religioso. Siempre me traía bajo el brazo unos cuantos pensando erróneamente que mi “exquisito” gusto era universal y los vendería rápido y bien. Al final solían acabar colgados en mi casa o guardados en carpetas. Seamos claros: el mercado del grabado antiguo en España ha tenido siempre una salud bastante achacosa si lo comparamos con Centroeuropa y con los países anglosajones.
Algunas cosas me dejé en el tintero y de ahí esta segunda parte. Cuando hablamos de grabado no hay que olvidar al primer best seller de la historia: Jacques Callot (1592 - 1635). El prolífico artista francés realizó más de 1.400 planchas de los más variados temas. Representó a toda clase de tipos que poblaban día a día las ciudades y pueblos de su época, en muchas ocasiones representados de forma grotesca, pudiendo considerarse uno de los primeros caricaturistas: soldados, payasos, gitanos, mendigos, músicos ambulantes, así como vida de la corte. Esta enorme variedad de temas dio lugar a un exacerbado coleccionismo de sus estampas. Los grabados de Callot se compraban, vendían y cambiaban como cromos.
Hace poco leí algo tan curioso como que su éxito era tan abrumador que en las novelas de la época era un clásico y repetido personaje el llamado “coleccionista de grabados de Callot”. Vamos, que en toda familia, gremio o parroquia no faltaba el coleccionista de estampas de del grabador francés. A colación de ello me viene a la memoria visual la cantidad de obras entre dibujos, acuarelas y óleos de artistas sobretodo del siglo XIX, con el título lacónico y repetidísimo “El coleccionista de grabados” en los que aparece un individuo solitario hurgando entre carpetas de una compraventa de grabados o un anticuario, o bien sentado con una lupa o monóculo entre las manos para la mejor observación de las estampas mientras el propietario del comercio se afana en buscarle las mejores piezas.
Otro nombre que me he reservado para esta segunda parte, es el de Hieronymus Cock. Un grabador que no pasará a la historia por lo excelso de su arte, aunque en Anvers organizó un gran taller que le reportó fama y riqueza. Por lo que Cock ha pasado a la posteridad es porque introdujo en el proceso de elaboración de los grabados la división del trabajo en el proceso creativo. División que quedó plasmada en las propias estampas. Así, es común a partir del siglo XVII que en la parte inferior aparezcan las abreviaciones (del.) dibujante; (pinx.) pintor; (inv.) creador del motivo; (fec.) fabricante; (sculp., inc) grabador; (excud.) propietario de la plancha o editor. Algunos de estos datos son de gran interés para los historiadores del arte. Teniendo en cuenta que una parte del legado pictórico se ha perdido por las más variadas causas, en el caso de que la estampa sea una trasposición de una obra pictórica de un autor, si esta nos revela el nombre del pintor original del cuadro, podemos adjudicar una obra determinada desaparecida a tal o cual artista. Por esta razón buena parte del patrimonio pictórico desaparecido lo conocemos a través de las estampas.
Prueba de autor
Ya en la época moderna, sobretodo a lo largo del siglo XX aparecen en la obra gráfica (grabado, serigrafía, litografía…) otros datos que debemos tener presente: la numeración del grabado (el número de estampa sobre el total de la tirada), que generalmente a lápiz suele escribir el autor. Si lo que aparece en lugar del numero son las letras P.A., es que el grabado es una prueba de autor que son un número de obras que se asigna para sí el propio autor (aproximadamente el 10%) o HC (Hors commerce) que significa que la obra está fuera del comercio por tratarse, por ejemplo una donación del artista.
Por lo cercano el tercero de los nombres sería Alexandre de Laborde (Paris, 1773- 1842) y su Voyage pittoresque et historique de L´Espagne y su Itinéraire descriptif de l'Espagne (1809, 5 volúmenes y 1 atlas) y el Voyage pittoresque et historique de l'Espagne (1806- 1809), dos joyas monumentales, precisas y eruditas. Se suele hablar comunmente de Laborde como grabador, cuando en realidad fue el editor de esta obra que contó con la colaboración de grabadores del momento. En la monumental edición podemos encontrar grabados de numerosos pueblos, paisajes, monumentos o restos arqueológicos de toda España. Adquirir grabados de esta serie, y de época, es tarea fácil y los precios son asequibles. Quizás muchos no sepan que su localidad de origen, por pequeña que esta sea, fue incluida en esta magnífica obra, y qué mejor que tener un grabado original de hace dos siglos que nos da una idea de cómo era.
Finalmente, arrimaré el ascua a nuestra sardina al recordar las figuras de dos insignes valencianos: el grabador Tomás López Enguídanos (1775 – 1814) y el celebrado botánico y dibujante Antonio José Cavanilles (1745 —1804) con las obras Icones et descriptiones plantarum, quae aut sponte in hispania crescunt, aut in hortis hospitantur (1791-1801) y las Observaciones sobre la Historia Natural del Reino de Valencia (1795-1797), cuyos grabados son también relativamente fáciles de encontrar (obviamente los pertenecientes a tiradas más tardías, más si cabe). Si observamos con detenimiento las estampas realizadas para estas compilaciones de estudio botánico y geográfico, en ambas esquinas de la parte inferior de la estampa aparece en nombre del conocido estudioso a la izquierda, seguido de “del” (dibujó) y a la derecha la del grabador seguido de “Sculp” (grabó).
Esperando que estos dos humildes artículos, un tanto reivindicativos, hayan servido para, al menos, despertar en unos cuantos una nueva mirada sobre este mundo tan especial, no quiero acabar sin recomendar una exposición que acaba de recalar en Valencia. Si se quiere disfrutar unos cuantos excelentes grabados es obligatoria la extraordinaria muestra que el Museo San Pío V dedica a la melancolía en el arte español de los siglos XVI y XVII. Entre otras maravillas y proveniente de la Biblioteca Nacional, y de impresionante colección de estampas, un ejemplar de uno de los grabados más famosos “El caballero, la muerte y el diablo”, un buril sobre plancha que no siempre se tiene la ocasión de disfrutar a pocos centímetros, y que llevó a cabo en 1513 Alberto Durero uno de los grandes grabadores de la historia del arte.