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La fórmula del jovencito David Lynch para transformar tus pesadillas en una obra maestra

Coincidiendo con el 40 aniversario de Cabeza borradora, Cinema Jove dedica un ciclo a las películas y cortometrajes del director norteamericano y exhibe un documental sobre su etapa formativa

22/06/2017 - 

VALÈNCIA. La noche del 19 de marzo de 1977, dos meses antes de que George Lucas estrenase la primera entrega de Star Wars, un tipo llamado David Lynch presentaba su primer largometraje en el Filmax Festival de Los Angeles. Cuentan que tras el pase de la película –al que acudió solo un puñado de personas-, un gran silencio se cernió sobre la sala. Nadie abría la boca; nadie se levantaba de la butaca. Al cabo de algún minuto, se abrieron paso los aplausos. Hablamos, por supuesto, de Eraserhead (Cabeza borradora). Todos tenemos un antes y un después de esa bizarrada hipnótica que parece hablarnos del terror a la procreación (Lynch acababa de ser padre), del anhelo de evasión y la monstruosidad implícita en el ser humano.

La película, que bebía estéticamente del expresionismo alemán y posiblemente también del checo Jan Svankmajer -que por aquel entonces no era muy conocido fuera de su país, pero ya había puesto la técnica del stop motion al servicio del surrealismo más extremo-, se convirtió casi de inmediato en una obra de culto. Podemos recoger las miguitas de su influjo hasta el tiempo presente. Un ejemplo de ello es el bebé alienígena que engendra el protagonista de la cinta, Henry Spencer, en el que vemos el precedente del alien de H. R. Giger (si bien el artista suizo siempre aseguró que no hubo plagio). También es conocido que Kubrick se empapó totalmente del ambiente de pesadilla de la primera película de Lynch antes de rodar El Resplandor.

Lynch gozaba también de un sexto sentido para las bandas sonoras, ya desde su etapa de formación. Su acierto más notable hasta la fecha fue la elección de Badalamenti para Twin Peaks, pero también ha pasado a la historia por incluir en Cabeza Borradora la diminuta y desasosegante canción “In Heaven”, versionada por DEVO en 1979 y en 2004 por Pixies, y publicada en 1990 por Alternative Tentacles, sello del cantante de Dead Kennedys, Jello Biafra.

En cierto sentido, puede decirse que Cabeza borradora ha sido la película más importante de la trayectoria del cineasta. No solo por su condición de obra maestra, sino porque durante los cuatros años que duró el rodaje -en unos establos abandonados que le cedió el American Film Institute de Los Angeles-, Lynch trabajó con una sensación de libertad difícil de repetir. “Menudo regalo. No me lo podía creer. Trabajaba, vivía y comía allí. Fue una de las experiencias cinematográficas más felices de mi vida. Me encantaba el mundo en que se desarrollaba, porque era mi universo particular. Lo había creado exactamente como yo quería, sin apenas gastar dinero. Solo tiempo”.


Son palabras extraídas de David Lynch: The Art Life, documental dirigido por Jon Nguyen y Rick Barnes y estrenado este año coincidiendo con el 40 aniversario de Cabeza borradora y la aparición de la secuela de Twin Peaks con la que Mark Frost y Lynch han dado continuidad a la celebérrima serie que sacudió los cimientos de la ficción televisiva a principios de los noventa. La doble efeméride ha brindado también una oportunidad excelente al festival Cinema Jove para dedicar un ciclo completo a las primeras producciones del realizador. No solo los largometrajes –Cabeza borradora (1977); El hombre elefante (1980); Dune (1984) y Terciopelo Azul (1986)-, sino los cinco cortometrajes que los precedieron. En ellos –Six men getting sick (1966); Absurd encounter with fear (1967); The Alphabet (1968); The Grandmother (1970) y The Amputee (1974)- encontramos ya muchas de las claves del universo onírico, siniestro y anti-narrativo que ya todos convenimos en describir como lynchiano. 


Los cortometrajes fueron para el director un fértil campo de experimentación, que le permitieron trasvasar sus ideas plásticas (de la pintura fundamentalmente) al formato cinematográfico. Para él, una película es en esencia “un cuadro en movimiento con sonido”. Son trabajos en los que aparecen elementos recurrentes en su carrera, tales como la renuncia a la coherencia argumental y esa fijación por las deformidades físicas y la carne que -igual que ocurre en las pinturas de Francis Bacon o en las películas de Cronenberg-es al mismo tiempo una preocupación metafísica y una expresión extrema de materialismo. La carne como esencia básica de la vida. La carne y nada más.

Tres de los cortometrajes, así como el mediometraje The Grandmother (de 34 minutos de duración) se exhibirán en una misma sesión que tendrá lugar en el Centre del Carmen el domingo 25 de junio a las 22.30. El evento tendrá además un importante aliciente. La banda de música post industrial We Are Not Brothers, que si por algo se caracteriza es por su habilidad para crear atmósferas sonoras oscuras y perturbadoras, acompañará en directo las proyecciones. La afinidad estética y conceptual de la banda alcoyana con el cineasta norteamericano quedó patente en la canción “Lynch’s nightmare”, contenida en su primer álbum, Autodestrucció (2009). “Los dos somos muy fans. Hemos visto Mulholland Drive decenas de veces”, corroboran.


“Los cortos nos vienen como anillo al dedo. Nuestro imaginario, nuestra música, es altamente lynchiana. Tras analizar al detalle cada una de las piezas, aún nos hemos dado más cuenta de ello -explica Damià Llorens, componente del dúo junto a Fran Sancho-. Para el directo vamos a aprovechar gran parte de nuestro material grabado, tanto el ya editado como el del próximo disco. Incluiremos además muchos otros sonidos y pasajes que hemos creado exclusivamente para la ocasión. Melodías, capas, drones y distorsiones. También daremos rienda suelta a la improvisación, utilizando sintetizadores y pedales de guitarra”.

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