VALÈNCIA. Podrías llegar a tu parada de metro con los ojos cerrados, los pies te llevan solos a la terraza en la que con la caña te ponen olivas y no ese mix de frutos secos rancios y tienes comprobado que hay apenas una canción de Rigoberta Bandini entre tu sofá y tu horno de confianza. Sí, te tienes muy trabajado tu barrio. ¿Pero hace cuánto que no lo exploras a lo bestia? ¿Hace cuánto que no te lanzas a callejear por sus esquinas buscando la fascinación de lo desconocido? ¿Hace cuánto que no te sales de tu circuito de sociabilidad predeterminada (saludo cortés al vecino, chascarrillo sobre el calor al frutero)? Efectivamente, has caído en la trampa de la rutina adulta, esa que nos hace existir en pentagramas inflexibles. Menos mal que todavía queda población infantil dispuesta a observar, tomar nota y proponer cambios que mejoren su vida y la nuestra. Porque alguien tenía que venir a hacerse cargo de este desaguisado que tenemos montado.
En esa tarea de redescubrir sus vecindarios y aprender a vivirlos de otra manera están inmersos los participantes de Compensem Cultura: ¡Explora tu barrio! Un programa enfocado a ciudadanos de 3 a 18 años y organizado en ocho grupos de trabajo: Benimaclet, Ciutat Vella, Orriols, Olivereta, Cabanyal, Ruzafa y la pedanía de La Torre. “El objetivo final es que realicen una reflexión extensa sobre los entornos en los que viven, que conozcan tanto los lugares como a sus habitantes y que lancen propuestas sobre los usos culturales del espacio público”, resalta Susana Monteagudo, una de las educadoras de este proyecto impulsado por la Regidoria d’Educació del Ayuntamiento de València y financiado la Conselleria de Educación. Se trata, sostiene su compañera Laura Pastor, de “poder decir quiénes son y dónde están, y hacerlo además con sentido crítico”. ¿Es posible que una chiquilla de 8 años sea más consciente de las carencias del barrio que tú? Efectivamente.
Y a base de incursiones en los laberintos urbanos, los niños y niñas logran “representar el barrio huyendo de los mapas tradicionales, creando un mapa propio del barrio en el que viven”, explica Monteagudo. Este ejército de flâneurs bajitos traza así una cartografía sensible, subjetiva, que aúna las coordenadas que fascinan, intrigan y agitan a la chavalada valenciana.
El punto de partida aquí, como en casi todas las buenas historias, es resolver un misterio. En cada barrio se ha perdido un lagarto y es necesario poner en marcha una investigación para dar con él. En L'Olivereta el reptil fugado lleva por nombre Marcela, en El Cabanyal es Lola y el de Orriols se hace llamar Pistacho.
Con ese eje compartido, el desarrollo del proyecto se adapta a los ritmos y códigos de los distintos grupos.“Cada barrio tiene sus propias características, trabajamos con niños que vienen de entornos muy distintos y que entre ellos tienen edades y vínculos diferentes. Por ello, debemos generar un espacio de pertenencia”, explica Pastor. De esta forma, las actividades desarrolladas dependen “de las inquietudes e intereses del grupo. Queremos que este sea un escenario de participación”, apunta Ana Sánchez, otra de las educadoras. Así, en Russafa abordan a menudo cuestiones relacionadas con la sostenibilidad, en Ciutat Vella salen a escena la gentrificación y la falta de zonas verdes y en L’Olivereta se clama sobre la necesidad de más ubicaciones al aire libre “para jugar”.
La iniciativa se estructura en cuatro fases. La primera es una expedición a esos lugares urbanos que la infancia reconoce como suyos, ya sea su parque favorito (todos tenemos uno), los comercios que visitan con sus padres o la parada en la que esperan al autobús. A partir de ahí, se busca ampliar la base de emplazamientos que les resultan familiares y descubrir otros nuevos.
Llega entonces el proceso de vinculación con las personas que integran el vecindario, esos habitantes de la calle de al lado de los que sabemos muy poco, aunque cada día compartamos recorridos. Las visitas infantiles se erigen así como una forma de reestructurar y fortalecer esos lazos interpersonales “que en las últimas décadas se han debilitado mucho”, comenta Monteagudo.
“Para nosotros era importante que conociera el lugar en el que vive y los distintos aspectos de la zona, que supiese ubicarse en sus calles. Varias generaciones de mi familia han vivido aquí y nosotros vamos a las mismas paradas del mercado a las que iba mi abuela -- explica Chus, madre de Marc, integrante del equipo de Russafa-- Tras tanto tiempo en casa, han podido pasear por las calles, socializar, hablar con gente desconocida... Ahora cuando vamos paseando en familia me señala qué sitios ha visitado”. Y es que, como explican desde el Ayuntamiento, Compensem Cultura, como su propio nombre indica, tiene como objetivo precisamente compensar los efectos negativos del confinamiento en la infancia durante el pasado curso escolar. Y hacerlo, además desde la práctica artística y la efervescencia cultural. Con siete veranos a sus espaldas, Marc participa en la iniciativa con varios compañeros de colegio y su actividad favorita hasta ahora ha sido acudir a la emisora radiofónica del barrio “y hablar en directo”.
El programa incluye un caleidoscopio de actividades participativas que fomentan la interacción con el callejero. A continuación esparcimos unas cuantas: entrevistar a distintos expertos con todo el equipamiento de un periodista fetén (cámaras, grabadoras, cuadernos y bolígrafos); visitar exposiciones y huertas; rodar pequeñas piezas de ficción para revivir cómo era el día a día en zonas en las que ya no quedan vecinos; montar una campaña de arqueología urbana para recuperar restos de edificios derruidos; disfrazarse de árboles para pedir más zonas verdes... En definitiva, revisitar la ciudad desde prismas insólitos.
En cada nueva sesión, la travesía urbana les lleva a bibliotecas, teatros, museos, plazas, huertos urbanos... pero también hasta las puertas de colectivos como Orriols Convive, València Acull, Cabanyal-Horta o Sedajazz. Han conocido un ficus monumental, han pintado con tiza en los adoquines y han jugado muchísimo. Porque jugar es una cosa muy importante, aunque a algunos se les olvida con cada renovación del DNI. Y en cada paseo brotan las charlas inesperadas con desconocidos que habitan y crean en sus mismas geografías. Encuentros intergeneracionales complicados de hallar fuera del ámbito familiar.
“Hay muchas entidades de proximidad, como las asociaciones vecinales, a las que muchos nunca se habían acercado”, indica Sánchez. En ese sentido, para Monteagudo, Compensem Cultura es también una herramienta para “recuperar el tejido social del barrio y ponerse en contacto con esos pequeños colectivos de a pie que a menudo no se conocen entre ellos, pero que luchan por causas muy similares”.
Llegamos a la tercera fase. Y es que, más allá de trazar esos mapas propios, Compensem Cultura actúa como herramienta para el debate y la protesta. Los menores intercambian impresiones (entre ellos o con los adultos que encuentran) sobre los comercios tradicionales que han cerrado, la turificación del barrio, la falta de zonas verdes, la realidad de las personas sin hogar del barrio, los problemas de tráfico, la soledad los mayores... Y se lanzan a responder a grandes interrogantes: ¿Qué te gusta de tu barrio? ¿Y qué no? ¿Cómo te gustaría que fuese tu barrio? Ana e Isabel, del grupo de El Cabanyal, tiene claro su balance. En la columna de cuestiones positivas, la playa y la huerta urbana. En el debe: “Que haya más fuentes en calle para poder beber agua” y “Que la gente no deje tanta basura en el suelo”. En La Torre aspiran, entre otras cosas, a disfrutar de un polideportivo. Apuntado queda.
Una vez expuestas las reivindicaciones, cada equipo elaboró una serie de postales que enviaron por correo al Ayuntamiento proponiendo mejoras para el barrio. En estas semanas, Compensem Cultura alcanza su etapa final: una muestra en cada barrio de las distintas acciones que han desarrollado estos jóvenes expertos en urbanismo y habitabilidad. Sacad la agenda: martes 15, El Cabanyal; miércoles 16, Russafa y el sábado 19 tenéis sendas citas en La Torre y Benimaclet.
Una de las premisas esenciales de Compensem Cultura es que la muchachada se convierta en un agente “de acción cultural en su vecindario”. Frente a una visión que observa a los menores bajo un prisma de condescendencia, se apuesta aquí por interpelar a la gente pequeña en tanto que interlocutores válidos. No en vano, como subraya Pastor, la mirada infantil sobre la ciudad es muy distinta a la adulta, “porque la vivimos de forma diferente. A veces, intentamos escuchar a los niños, pero desde el adultocentrismo, desde nuestras lógicas, que no son las suyas y eso dificulta una comunicación auténtica. Tenemos la responsabilidad de recoger sus necesidades, pero debemos hacerlo con coherencia”.
Ese marco mental que imponemos (a nosotros mismos y a los demás) los humanos ya crecidos suele huir de la improvisación y la espontaneidad como de la peste. Nos aterroriza lo inesperado, amamos tener un plan, un guion al que atenernos. “En el ámbito educativo, hay cierta tendencia a que todo esté pautado y dado. Nosotras apostamos por cierta autogestión para que sean niñas y niños quienes se interroguen y tomen decisiones”, expone Monteagudo. De hecho, muchos de los encuentros con lugares especiales o vecinos sorprendentes han surgido “de forma fortuita durante la exploración”. A veces hay que dejar en el cajón la hoja de ruta prevista para dejar espacio a la maravilla.
Y de paso, hacer caso al pedagogo y maestro Francesco Tonucci, especialista en auscultar el rol de la infancia en el espacio público, cuando dice que “la calle es peligrosa porque no hay niños”.