VALENCIA. Con los faros -tan lustrosos, tan espigados- ocurre como con los reptiles milenarios, que con cada paso mueven pedazos de memoria y su costra está hecha de lonchas de historia. El puerto de Valencia tiene un faro que ilumina una postal inverosímil. Es el viejo faro, vigía de los mares, pero también respaldo de las escapadas furtivas de los pobladores marítimos. El viejo faro ha quedado hoy como una leyenda en un tiempo equivocado: inaccesible a la ciudad, una reliquia atrapada entre las instalaciones de la autoridad portuaria.
Al viejo faro hoy se llega escoltado por la policía portuaria, rodeado hasta la intimidación por depósitos y contenedores. El viejo faro tiene a su farero, que guarda en el interior sus archivos y se encarga de las señales marítimas, pero el viejo faro se ha quedado en fuera de juego por la ampliación y las garras de un progreso que lo han descolocado. Desde el viejo faro se ve Valencia a lo lejos, a pesar de estar tan cerca; como una bruma.
Pasan incesantes a la vera del viejo faro cargamentos de automóviles preparados para enviarlos a lo lejos. En ese trasiego silencioso de mercancías parecería que se fueran a llevar al faro y transportarlo a peso. El viejo faro apenas recibe ya visitas, tan hecho como estaba a ser un centro de dispersión marina. Las llaves que abren sus accesos están poco acostumbradas.
Qué ha sido del viejo faro. El escritor y editor Felip Bens, eminencia marinera, se quedó desde pequeño prendado por aquella guía de de bienvenida: “este espacio mágico se le ha hurtado a la ciudadanía. Hace nueve años de la America's Cup y la F-1 no va a volver a Valencia. Es tiempo de que el puerto y las instituciones recuperen la dársena para las personas y que se habilite el acceso al viejo faro, símbolo de tantas cosas queridas para los habitantes del Marítim”.
Es una mañana soleadísima y tras pasar la barrera del puerto y algún minuto de coche, al fondo aparece el viejo faro. Su tumulto de antaño, es hoy silencio. El que era punto de fuga de los vecinos del Cabanyal y el Grau está acompañado solo de una gaviota que se pasea impasible. El agua calmada como una balsa. ‘Todo esto era esparcimiento’.
El faro y su muelle hizo construir vías para que el tren alcanzara las piedras desde El Puig, cuenta Joaquim Díez en Crónicas del Marítim. Una vez hecha la escollera hasta el viejo faro se convirtió en la procesión de amor para las parejas de novios -anota Díez- deteniéndose tantas veces en el bar ‘La cueva del mero’ para ponerse finos con sus gambas, calamares y sardinas a la plancha. En los días peores de Levante las olas golpeaban con ferocidad resbalando contra el muro, describe Crónicas del Marítim.
Los visitantes se asomaban a ver a los buques terminales llegar en sus últimos servicios antes de ser desguazados, como ‘El Temerario remolcado a dique seco’. Ya nadie se asoma, ya nadie mira, ya nadie visita al viejo faro, anclado ante sí mismo.
El faro, retiro de amor para el Marítim, fue presentado en sociedad con la visita del rey Alfonso XIII en abril de 1905, plantando su yate, un crucero y un acorazado y poniendo la primera piedra. El día después se marchó cargado de paquetes de fertilizantes del Grau.
En la ciutat, donde hasta el Micalet tuvo que hacer las veces activando hogueras (les fumades, que avisaban de la llegada de piratas), su rostro farero ha quedado irreconocible.Un punto más en el borrado del pasado más marinero. Un hurto, refería Felip Bens: “Se podía llegar en coche, en bici o paseando hasta el principio del "paretó", donde acudían los pescadores de caña y desde donde se avistaba el islote de la Gità, antes de que la creciente actividad comercial del puerto la incorporara a tierra firme. El “paretó” tenía un paseo elevado en que los novios disfrutaban del paisaje, esquivando las cañas. Al final, el faro de mampostería y más allá, una escollera moderna que lleva al faro nuevo, junto al cual estaban instaladas las bateas de los clotxiners”.
Una placa bajo el faro con la firma de Eduardo Zaplana recuerda el centenario de las obras en el muelle. Guiados por la autoridad portuaria se deshace el camino, volviendo a la ciudad. El viejo faro queda atrás, atrás, atrás. Una magnífica postal cerrada en una caja de recuerdos. El viejo faro confinado en el aislamiento.