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LA PANTALLA GLOBAL 

La mujer deja de ser sujeto pasivo en el cine de terror: miedo en clave femenina

3/03/2017 - 

VALÈNCIA. La mujer y el cine de terror. Espinoso asunto. Si existe un género (aparte del porno) acusado de machista, misógino y cosificador del cuerpo femenino ese es, sin duda, el cine de terror. Tradicionalmente, el rol de la mujer en las películas de miedo es el de víctima o el de superviviente traumatizada. Las primeras se agrupan en su propia categoría: las scream queens o reinas del grito, actrices especializadas en correr ligeras de ropa tratando de evitar al psicópata asesino de turno y en chillar exageradamente antes de ser preceptivamente mutiladas. Las segundas son la final girls, esas mujeres que, tras pasar por un auténtico calvario de horrores, logran mantenerse con vida y escapar del psychokiller. Suelen ser las más recatadas de entre el grupo de víctimas. En muchos casos, las únicas que permanecen vírgenes a lo largo del metraje. La idea de pecado y castigo, ya se sabe. Por eso (entre otras cosas) resulta tan interesante It Follows (David Robert Mitchell, 2014), porque le da una vuelta de tuerca al tópico y salva, precisamente, a los personajes que sí practican sexo.

Los clichés instaurados por el cine de terror de los años setenta están tan interiorizados por el espectador que incluso propiciaron el nacimiento de Scream (Wes Craven, 1996), una saga que asumía el conocimiento de los códigos del género hasta el punto de permitirse parodiarlos con inteligencia. En su interesante ensayo Todos los jóvenes van a morir. Ideología y rito en el slasher film (Editorial Micromegas, 2016), el historiador valenciano Luis Pérez Ochando recoge las reflexiones del crítico americano Robin Wood, que señala que a principios de los ochenta, en las salas de cine, “confluían dos tendencias: las películas que iban de adolescentes asesinados (teenie-kill pics) y las de ‘violencia contra las mujeres’. La distinción no siempre era clara, pero la motivación de la masacre, tanto a nivel dramático como ideológico, era diferente en cierto modo: en general, los adolescentes son castigados por su promiscuidad y las mujeres son castigadas por ser mujeres”. El propio Pérez Ochando señala que se trata de una opinión matizable, pero sustentada en la revisión de una filmografía tan abundante como realizada según un mismo patrón. ¿Es posible cambiar el paradigma?

Otras voces, otras miradas

El próximo 17 de marzo se estrena en España Crudo (Grave, 2016), producción francesa protagonizada por Justine, una joven de dieciséis años que vive en una familia donde todo el mundo es veterinario y vegetariano. Desde su primer día en la escuela de veterinaria, ella se desvía radicalmente de sus principios familiares y come carne. Las consecuencias, claro, no tardan en llegar, y Justine empieza a desvelar su verdadera naturaleza. Caníbal, para más señas. Una coming-of-age movie teñida de sangre, que ha provocado desmayos en algunas proyecciones, pero que también se hizo con el Premio Fipresci de la Semana de la Crítica en Cannes 2016 y con tres más (ópera prima, jurado joven y Méliès d’Argent) en la última edición del festival de Sitges. ¿Su peculiaridad? El punto de vista femenino que aporta su directora, Julia Ducournau, que se rebela contra los lugares comunes. “Un espectador me dijo en un festival que era muy positivo que hubiera mujeres en el género, porque le aportarían cierta ternura”, le contaba la cineasta a la periodista Phoebe Reilly en la revista Rolling Stone. “¿Ternura? ¿Has visto mi película? Cuando haces terror, estás expresando una forma de violencia que sientes en tu interior, y es importante que reconozcamos que las mujeres también podemos sentir violencia o rabia”.

Ducournau, que prepara una nueva película sobre una serial killer, no está sola. “Esto es solo el principio, espero que nadie piense que se trata de una moda o algo así”, comenta. Y los hechos le dan la razón. En el pasado festival de Sundance, tuvo lugar el estreno mundial de XX (2017), un film de cuatro episodios íntegramente escritos, dirigidos y protagonizados por mujeres. Desde el 17 de febrero está disponible online. El proyecto involucraba inicialmente a Mary Harron (American Psycho, 2000) y Jennifer Lynch, pero finalmente las directoras participantes han sido Karyn Kusama, Jovanka Vuckovic, Roxanne Benjamin y Annie Clark, más conocida por su nombre artístico en el mundo de la música: St. Vincent. Su segmento supone su debut como realizadora de cine. ¿Se puede decir que XX ofrece una mirada femenina sobre el género? Definitivamente, ya que son mujeres las que están delante y detrás de la cámara, más allá de la valoración individual de cada episodio. Porque The Box, el de Vuckovic, no está lejos de The Twilight Zone. Her Only Living Son, de Kusama, ofrece una variación sobre La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, Roman Polanski, 1968). Annie Clark se decanta por el humor negro en The Birthday Cake. Y Don’t Fall, el de Benjamin, es el más convencional de todos.

Sin embargo, es en ella en quien hay que centrar la atención, porque Roxanne Benjamin es también una de las productoras de la película. En 2012 puso en marcha otro film de terror a base de episodios a cargo de varios directores, V/H/S. Su éxito le permitió abordar la secuela V/H/S 2 (2013), e incluso una tercera parte, V/H/S Viral (2014). “Me gusta saber lo que asusta a la gente, y quiero ver historias contadas por mujeres porque me interesa conocer lo que las mantiene despiertas por la noche”, ha declarado. Por eso escogió entre las directoras de XX a Karyn Kusama, que saltó a la palestra gracias al éxito en el circuito independiente de Girlfight (2000), su potente opera prima. Después tuvo el obligatorio encontronazo con la gran industria (Aeon Flux, 2005), pero demostró personalidad al formar tándem con la guionista Diablo Cody (Juno, Ricki) en la irónica Jennifer’s Body (2009) y se situó de manera definitiva entre las directoras más destacadas del género con La invitación (The Invitation, 2015), una inteligente y claustrofóbica cinta con la que conquistó Sitges. “La falta de diversidad estrecha nuestra visión del mundo”, asegura Kusama. Resulta obvio añadir, pero lo haremos, que temas habituales en el cine de terror como las angustias de la adolescencia, la maternidad o las relaciones de pareja pueden contemplarse desde una nueva perspectiva gracias al acceso de muchas mujeres a la dirección.

Otra de ellas es Jennifer Kent, guionista y directora de una de las grandes sorpresas de los últimos años: The Babadook (2014). La película, que también triunfó a su paso por Sitges, recogía el clásico tema del hombre del saco desde un punto de vista tremendamente original (y aterrador), explorando las tensiones psicológicas de los personajes con habilidad y mediante una precisa puesta en escena. Kent no es solo un nombre más destinado a engrosar una estadística que, como se puede comprobar, no para de crecer, sino que además contribuye a elevar el nivel del cine de género aportando un discurso personal y renovando sus claves. “No creo que muchos de los cineastas que lo cultiva se den cuenta del potencial del cine de terror”, ha dicho. “Que una película sea de terror no quiere decir que no pueda ser profunda o compleja”. Que tomen nota sus compañeros masculinos.

En XX, que aglutina gran parte del talento femenino terrorífico del momento, también se puede ver en un pequeño papel a la turbadora Sheila Vand, protagonista de otro título que sacudió el panorama del cine de terror recientemente: Una chica vuelve a casa sola de noche (A Girl Walks Home Alone at Night, 2014), una estilizada historia de vampiros ambientada en una ciudad fantasma iraní, hablada en farsi y dirigida por Ana Lily Amirpour, nacida en Inglaterra, pero de origen persa. Rodada en blanco y negro, según los preceptos del cine independiente americano de los ochenta (la influencia de Jim Jarmusch es evidente), la cinta no oculta su condición posmoderna; de hecho, la explota y juega abiertamente con la sensación de extrañeza que provoca la presencia de una vampira con chador. Su responsable prefiere desmarcarse de su inclusión en un grupo determinado de cineastas. “No creo que la raza o el género sean un factor tan importante como se pretende. Realmente me veo obligada a pensar en este tipo de cosas porque los periodistas sacan el tema”, asegura. El pasado septiembre presentó en Venecia The Bad Batch, una historia de amor distópico ambientada en una comuna de caníbales. Y no olvidemos tampoco a Leigh Janiak, que debutó con Honeymoon (2014), film de terror de bajo presupuesto que sabe sacar partido a sus limitaciones y le ha dado el pasaporte hacia empresas mayores, como un reboot de Jóvenes y brujas (The Craft, Andrew Fleming, 1996) que no debería tardar en llegar a los cines.

Algunas pioneras

La situación, como en otros ámbitos de la industria audiovisual, parece tender a la normalización, y cada vez es menos extravagante encontrarse con una mujer tras la cámara en una película de terror. No tendría sentido lo contrario, teniendo en cuenta la cantidad de material literario femenino de que se ha servido el género a lo largo de su historia. El Frankenstein de Mary Shelley, los cuentos y novelas de Shirley Jackson (entre ellos, The Haunting on Hill House, adaptada magistralmente por Robert Wise en 1963), las sagas vampíricas de Anne Rice o, en menor medida, los mundos fantásticos y terroríficos de Ann Radcliffe o Poppy Z. Brite han sido fuentes de inspiración constante para el cine, aunque sus historias siempre hayan sido traducidas en imágenes por hombres. Poco a poco, las cosas van cambiando. Mark Duplass fue el guionista de Black Rock (2012), pero el argumento de la película era de su esposa, Katie Aselton, que la protagonizó y dirigió. Además, la nueva serie que ha creado junto a su hermano Jay Duplass para HBO, titulada Room 104, se ha iniciado con capítulos dirigidos por Sarah Adina Smith y Dayna Hanson.


También hay que destacar el papel de Jenn Wexler, centrada casi de manera exclusiva en el terror y productora de la serie The ABCs of Death 2 (2014) o la película Psychopaths (Mickey Keating, 2016), o recordar que una de las primeras películas de la hoy oscarizada Kathryn Bigelow fue Los viajeros de la noche (Near Dark, 1987), título de culto en los ochenta. Y antes que ella, la escritora y activista queer Rita Mae Brown escribió el guión de la desopilante The Slumber Party Massacre (Amy Jones, 1982), donde se reía abiertamente de las convenciones del género y presentaba a un asesino psicópata armado con un gran taladro (sí, el terror siempre ha sido terreno abonado para la metáfora). Pero si de reivindicar pioneras se trata, hay que ponerse de rodillas ante Debra Hill, productora y coguionista de La noche de Halloween (Halloween, 1978), la obra maestra del slasher dirigida por John Carpenter. Su participación en la gestación del film fue decisiva, y quizá nunca suficientemente valorada, ya que también firmó con el director la segunda parte de la saga, La niebla (The Fog, 1980) y 2013: Rescate en L.A. (Escape from L.A., 1996). Falleció en 2005, sin poder ver cómo germinaba la semilla que había plantado en el género, pero seguramente estaría orgullosa de saber que ya no es la excepción que confirma la regla.

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