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9 AÑOS DESPUÉS

La Orquesta de Valencia graba de nuevo para Radio Clásica

30/11/2015 - 

VALENCIA. El concierto que dio la Orquesta de Valencia el pasado viernes tuvo un significado especial: se reanudaron con él las grabaciones para Radio Clásica, interrumpidas hace nueve años y restablecidas ahora en una nueva etapa de colaboración. Las líneas de actuación fueron presentadas este jueves por el subdirector de Música del Palau, Manuel Muñoz, el director de RNE en Valencia, Javier Gomar, y el titular de la Orquesta de Valencia, Yaron Traub.

Se retransmitirán los conciertos de abono de la orquesta del recinto, pero no los de otras formaciones que visiten el Palau, y se hará en diferido, pues los viernes –día en que la OV actúa en el Palau de la Música- ya están ocupados por la orquesta de RTVE. Aún no se han concretado fechas y horarios de las retransmisiones, pero las próximas grabaciones se harán el 4 de diciembre (junto a la pianista coreana HJ Lim), y el 18 del mismo mes, con la Orquesta de Valencia y el Philharmonia Chorus abordando El Mesías de Händel.

El programa del día 27 tenía el aliciente añadido de la presencia de Guy Braunstein, que fue concertino de la Filarmónica de Berlin entre el 2000 y 2013. Tocó el Concierto para violín núm. 1 de Shostakóvich, partitura donde orquesta y solista consiguieron la compenetración indispensable para transmitir con fuerza la queja sorda y prolongada que lo atraviesa. La denominación de “Nocturno” para el primer movimiento más bien pareció venir de una oscura resignación que de cualquier alusión a la poesía de la noche. El violín emergió de una suave alfombra de sonoridades graves proporcionada por la orquesta, y comenzó un larguísimo solo en legato donde el arco no se levantó de las cuerdas durante siete minutos. Una frase de tamaña longitud requiere grandes capacidades para dotarla de ritmo interno y de colores diferentes, sombríos todos ellos en este caso.

Hay que dejar que de vueltas, que retorne, que explore registros. Hay que regular con precisión, en cada momento, la presión del arco y la intensidad del vibrato. Hay que calibrar la dinámica hasta el milímetro. En fin: hay que disponer de un gran violinista, y Braustein lo es. La orquesta le acompañó con acierto en esa larga travesía, proporcionando un cauce acorde a la peroración del solista. Los minutos restantes del Nocturno sólo salieron de esa calmada tristeza para agitarse brevemente y volver a ella, hasta extinguirse. En el segundo movimiento la música se hace nerviosa, con el violín casi siempre en un staccato hiriente, las maderas contrapunteándolo a base de sonoridades ácidas, y las cuerdas aportando rítmicos pizzicati y golpes de arco. El ajuste métrico se resintió en algún momento, pero el clima de furia y de infierno estuvo servido con eficacia por todos los intérpretes. La Passacaglia posterior fue abierta por percusión y trompas con una fanfarria casi fúnebre, entonando luego el solista un expresivo pasaje donde consiguió hacer llorar a su violín, y Traub a la orquesta. Después, Braunstein encaró una dramática cadenza brillantemente ejecutada, pero aún más admirable por la desgarradora introspección con la que se volcó, creándose al oírla una tensa atmósfera en toda la sala. La percusión inició, tras la última nota y sin interrupción, el último movimiento, Burleske, de un humor amargo, como no podía ser de otra manera tras el lamento anterior. Un ritmo implacable, que parecía más galope que danza, sustentó las intervenciones del solista, casi hirientes de nuevo por una voluntaria agresividad, y ejecutadas a una velocidad vertiginosa de la que también salió bastante airosa la orquesta.

Antes de Shostakóvich, la agrupación valenciana había interpretado Scapino, una obertura de William Walton de carácter muy dispar con la obra anterior: alegre, extrovertida y colorista. Walton fue una especie de enfant terrible en los años previos a la primera guerra mundial por sus coqueteos con la música ligera, pero logró pronto situarse muy bien en los círculos sociales y musicales ingleses. Scapino es una obra breve donde se retrata a un personaje (extraído de una pintura de Jacques Callot) que está a mitad camino entre Leporello y Till Eulenspiegel. Su nombre tiene relación, al parecer, con las “escapadas” amorosas de su amo. La partitura, compuesta en 1941, tiene un aire festivo, con amplia percusión y fanfarrias en metales. Una sección más lírica parece referirse después a las tareas celestinescas del protagonista. La orquesta, muy reforzada, no acabó de ponerle a la partitura toda su chispa, y esta obra no tiene mucho más.

Tras el descanso vino la Sinfonía núm. 2 de Schumann, que, cronológicamente, es la tercera. En el atormentado universo del compositor sajón, esta obra representa un momento de resistencia ante la enfermedad, o, al menos, eso es lo que él manifestó. El Allegro inicial fue leído por Traub con un fraseo tensionado y una buena planificación estructural, pero cabría preguntarse si es que no existe ninguna indicación de piano en todo el movimiento. En el Scherzo, los violines siguieron con notable velocidad y acierto su parte. No tanto las maderas en los tríos, con las flautas poco empastadas. El Adagio fue de lo mejor: cuerda con molla, contrapunto bien medido y buenos solos de la madera. En el último movimiento, por el contrario, se hicieron perceptibles las dificultades que encierra la partitura en cuanto a métrica y combinación temática, escuchándose embarullado.

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