VALÈNCIA. Apostaría un almuerzo que los profesores de la orquesta del Mariinsky de San Petersburgo son los que con más asiduidad necesitan visitar a su luthier para poner a punto los instrumentos. Sobre todo los de cuerda-no deben ganar para cordajes- pero los metales no les van a la zaga. No deja de sorprender, cada vez que nos visitan, el volumen con el que toca esta formidable orquesta de sonido inconfundible, aunque en esta ocasión lo haya hecho con un contingente bastante más reducido del que habitualmente se emplea para este repertorio. Lejos del hedonismo sonoro, timbre antiguo en el mejor de los sentidos, cercano de alguna forma al que emiten algunas orquestas de instrumentos de época, los rusos todavía presumen de sonido propio en unos tiempos en que cada vez más orquestas han mejorado su calidad técnica, pero que sin embargo tienden a sonar de forma parecida. Afortunadamente todavía quedan algunas formaciones alemanas, checas, norteamericanas guardianas de una tradición centenaria. Como dato que nos impone la realidad este concierto de abono del Palau de la Música era el primero de una orquesta extranjera en territorio español en el 2021 y hemos perdido la cuenta de las veces en las que Gergiev nos ha visitado con una orquesta cuya relación ya ha de sumarse a esos binomios míticos que nos salen de carrerilla: Bernstein-Nueva York, Solti-Chicago, Karajan-Berlin o Melgeberg/Haitink-Concertgebow, entre otros.
Hay que ser valiente para tocar como solista, en vivo, con estas huestes inmisericordes. Mucho debió sudar Volodin para epatar sus arpegios en el moderato inicial con el abrumador sonido de la orquesta. Lo increíble es que ese tremendo sonido proviene de una formación que se presentaba con seis violas que sonaban como doce, cuatro violonchelos- no amplificados, lo juro- de sonido inaudito y tres contrabajos cuando este concierto se llega a interpretar con hasta ocho de estos últimos. El pianista ruso lleva esta música en su ADN y luchó valientemente para sobreponerse al magma sonoro impuesto por Gergiev y por la acústica de la sala. No siempre lo logró y no fue su culpa. El pianismo de Volodin es intenso pero no especialmente preciosista ni amanerado, y en la mayoría de la escasa media hora que le dura la obra consigue una fusión equitativa con la orquesta que engañosamente no se da en muchas grabaciones por obra y gracia de la tecnología en las que el pianista siempre está sobrevolando la orquesta, circunstancia que en directo es prácticamente imposible. Lectura intensa y virtuosística de este segundo concierto de Rachmaninov llevado a un tiempo bastante ligero por Gergiev, que comenzó y acabó en un abrir y cerrar de ojos. Parece que al contrario que sucede comúnmente en la profesión, Gergiev conforme su carrera se adentra en una provecta edad, tiende a acelerar los tempi de sus interpretaciones. En definitiva, un Rachmaninov despojado de amaneramientos y sentimentalismos, en una música cuyos pentagramas ya están dotados de suficiente carga emotiva. Bastante más rápido que su versión con Kissin y la Sinfónica de Londres (RCA), y dando un protagonismo mayor a la orquesta que su otra grabación, con Lang Lang, y una orquesta del Mariisky (DG) irreconocible, adocenada adoptando el papel de alfombra para el pianista-estrella, por obra y gracia, una vez más, de los ingenieros de sonido.
No me consta que Gergiev haya llevado al disco la Sinfonía Fantástica con la orquesta del teatro pero sí con la Sinfónica de Londres en una versión demasiado impostada, blanda, y ante todo, con un sonido completamente distinto, pues no pueden haber dos formaciones más distantes en lo tímbrico que los londinenses y los rusos y con la Filarmónica de Viena en otra lectura, perfecta hasta el aburrimiento, es decir más de lo mismo. Queremos una grabación con el Mariinsky a ser posible en directo. En esta ocasión disfrutamos de lo lindo de una extrema interpretación, literalmente a tumba abierta, con esa sensación que se tiene con esta orquesta de estar tocando “a primera vista” sin despeinarse, y por tanto de jugar a los malabares con cuchillos en el mismo borde del “púlpito” de Preikestolen en los fiordos noruegos. Eso da una autenticidad y espontaneidad enorme a la versión y el público lo percibe y se ve arrastrado. Un logro para el que son imprescindibles varias premisas (no probar si no se dispone de una de estas): por un lado el descomunal talento individual de estos músicos colectiva e individualmente (fabulosos en esta ocasión los solistas de flauta, corno, trompa o fagot), una férrea disciplina “dictatorial” que no vemos pero que sin duda debe existir “ahí dentro” y, finalmente, la fe ciega de Gergiev en sus huestes y estas en el gran director ruso. Cruda, descarnada, grotesca pero más terrenal que fantástica, que le va como anillo al dedo a estos rusos divinos, si lo que queremos es transitar por esta vertiente llena de aristas de esta obra maestra del sinfonismo. Éxito absoluto, como no podía ser menos.
Ficha técnica:
18 de enero de 2021
Palau de Les Arts
Obras de Sergei Rachmaninov y Héctor Berlioz
Alexei Volodin, piano
Orquesta del teatro Mariinsky de San Petersburgo
Valeri Gergiev, dirección musical