En plena campaña electoral estadounidense, las películas toman posiciones y tratan de intervenir en el proceso de maneras más o menos sutil
VALENCIA. Desde el 26 de septiembre de 1960, día en que se celebró el primer debate televisivo que enfrentó a John F. Kennedy y Richard Nixon, es indudable el importante papel que juegan los medios audiovisuales en los procesos electorales. La imagen que proyectó el candidato demócrata en la pequeña pantalla resultó decisiva para que el voto se decantara a su favor, y a partir de entonces los asesores políticos se dedican a analizar y estudiar cada detalle previo para que una intervención catódica desafortunada no dé al traste con las opciones de triunfo de sus cabezas de lista.
Hollywood tampoco es ajeno al poder de sus imágenes. Si bien es cierto que el entramado empresarial del cine americano puede tildarse de conservador, no lo es menos que en su seno conviven tendencias políticas radicalmente diferentes, desde la opción progresista que en los años sesenta y setenta representó Robert Redford y a la que hoy, de algún modo, parece haber tomado el relevo George Clooney, hasta la facción ultraderechista encarnada por actores como Chuck Norris. La industria salvaguarda sus intereses económicos intentando contentar por igual a todos los sectores ideológicos, y solo toma partido cuando se trata de defender a la patria en su conjunto, como ocurrió, por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la maquinaria cinematográfica estadounidense se puso al servicio del Estado para producir abundante material de propaganda cuyo objetivo era mantener alta la moral de la población y glosar las virtudes de las fuerzas armadas yanquis.
Solo en contadas ocasiones los cineastas han tomado partido de manera clara ante un proceso electoral en Estados Unidos. No son escasos los títulos que han abordado desde diferentes perspectivas la carrera por la presidencia, pero normalmente lo han hecho de manera retrospectiva, a posteriori, como en el caso de Game Change (Jay Roach, 2012), un telefilm de HBO sobre la trastienda de la campaña de John McCain en 2008, con la figura emergente de Sarah Palin (interpretada por Julianne Moore) robando protagonismo al propio candidato. Raro es el caso en que prima la urgencia que exige un alegato con voluntad intervencionista, como fue Fahrenheit 9/11 (2004), que Michael Moore realizó con la clara intención de movilizar a la opinión pública y aportar su grano de arena para impedir la reelección de George W. Bush.
Lejos de la transparencia con que Moore planteó su famoso y polémico documental, en los próximos meses llegarán a las pantallas americanas algunos títulos que, de un modo u otro, permiten relacionar su contenido con las elecciones que tendrán lugar el 8 de noviembre. Ni demócratas ni republicanos tienen todavía a su candidato, pero como ha señalado Michael Cieply en The New York Times, el cine ya ha comenzado a plantearse cuál puede ser el futuro del país. Sin ir más lejos, Independence Day: Contraataque (Independence Day: Resurgence, 2016), secuela del blockbuster de 1996, vuelve a poner a la Tierra bajo el peligro de una invasión marciana de la que, como suele ocurrir en estos casos, seremos salvados gracias al liderazgo mundial de Estados Unidos. El detalle es que, en este caso, la nación más poderosa del planeta tiene presidenta, encarnada por la actriz Sela Ward. Es cierto que no se trata de la primera película que coloca a una mujer en la Casa Blanca, pero teniendo en cuenta las actuales opciones de Hillary Clinton, el guiño parece obvio, especialmente porque llega de la mano de Roland Emmerich, un director que ya en 2004, otro año electoral, estrenó El día de mañana (The Day After Tomorrow), una cinta que ponía el acento en las consecuencias del cambio climático, tema de especial relevancia en la agenda política demócrata.
En pleno año electoral tiene lugar también la acción de Election: La noche de las bestias (The Purge: Election Year, James DeMonaco, 2016), tercera entrega de una inquietante saga de terror que propone un jugoso comentario sociopolítico al tiempo que es capaz de crear una molesta sensación de desazón en el espectador. La acción tiene lugar en una futura sociedad distópica, donde el régimen ha implantado una medida catártica frente a la violencia reinante y la saturación de las prisiones: Una “purga anual”, que permite, durante una noche al año, cometer cualquier clase de crimen, incluso el asesinato, sin tener que responder ante la justicia. Esta vez, la acción se desarrolla coincidiendo con una campaña presidencial en la que, de nuevo, una mujer opta a ocupar el despacho oval. Teniendo en cuenta que el primer título escogido por los productores fue The Purge 3, que incluyeron publicidad del film en las pausas de los debates televisivos entre candidatos, que se estrena en julio y que la senadora protagonista aboga por derogar la purga, las intenciones de la película parecen obvias.
Y aunque no entra directamente en la carrera electoral, tampoco parece casual que sea este año cuando se ha rodado Southside with You (Richard Tanne, 2016), que se estrenó en Sundance y viaja hasta la ciudad de Chicago en 1989 para recrear, ahí es nada, la primera cita del hoy presidente Barack Obama con quien a la postre sería su primera dama, Michelle LaVaughn Robinson. Como el lector puede imaginar, la visión de su relación no puede ser más acaramelada, ofreciendo una imagen idílica de la pareja. Por el contrario, Lionsgate decidió suspender un proyecto titulado Rodham y dirigido por James Ponsoldt, que debía retratar los años de Hillary Clinton como joven abogada, cuando formó parte del equipo que elaboró la acusación contra Nixon por el caso Watergate. El guión estaba listo en 2012, y el rodaje debía haberse iniciado hace dos años, pero de momento se ha aplazado indefinidamente, aunque los productores aseguran no haber recibido presiones por parte de la candidata demócrata y aseguran que la película incluso podría haber beneficiado a su carrera política.
Hay muchos otros títulos que se estrenarán este año en Estados Unidos y que a simple vista parecen no tener ninguna relación con la batalla electoral. Pero solo a simple vista. Los hermanos Weinstein, por ejemplo, destacados miembros de la comunidad progresista de Hollywood (y productores de Fahrenheit 9/11), han optado por adelantar la fecha de exhibición de The Founder (2016) para que llegue a las pantallas antes de las elecciones, y no después, como estaba previsto inicialmente. La decisión puede sorprender, teniendo en cuenta que la película dirigida por John Lee Hancock e interpretada por Michael Keaton es una biografía cinematográfica de Ray Kroc, fundador de la cadena McDonald’s. Pero si tenemos en cuenta que se trata del retrato de un magnate empresarial de ambición desmedida, tampoco resulta descabellado establecer paralelismos con la figura de Donald Trump.
Otro film que no destaca precisamente por su sutileza es The Birth of a Nation (Nate Parker, 2016), que un siglo después del clásico homónimo de D. W. Griffith cuenta la historia desde una perspectiva radicalmente distinta, al adoptar el punto de vista de Nat Turner, un predicador y exesclavo que, tras presenciar innumerables atrocidades, liderará una rebelión contra la esclavitud en Virginia, en 1831. Proyectada en Sundance y adquirida de inmediato por Fox Searchlight, ya suena como una de las firmes candidatas a los Oscars del próximo año (sobre todo, tras la reciente polémica con la comunidad afroamericana). La película pone sobre la mesa el tema de las relaciones raciales en el país, cuestión que ha capitalizado algunas de las declaraciones más polémicas de Trump.
Disparando en todas direcciones, como en él suele ser habitual, llega Oliver Stone, que en septiembre estrenará Snowden (2016), su particular biopic sobre el antiguo empleado de la CIA que ha puesto al descubierto información clasificada sobre una red de vigilancia mundial que le han convertido en uno de los hombres más buscados del planeta. Un personaje incómodo, que le viene como anillo al dedo a Stone para cuestionar el modo en que los gobiernos asaltan la privacidad de sus ciudadanos. Teniendo en cuenta que Hillary Clinton fue acusada de violar las reglas de ciberseguridad cuando era Secretaria de Estado y que Barack Obama reclama a Edward Snowden para que sea juzgado en Estados Unidos por revelación de secretos, la película puede avivar el debate en un momento crucial, a menos de dos meses para las elecciones.
Y si Oliver Stone ha puesto el dedo en la llaga de la historia reciente de su país en más de una ocasión, tampoco se queda corto un Clint Eastwood que en los últimos tiempos se ha dedicado a revisitar asuntos como la Segunda Guerra Mundial (Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima), los entresijos del FBI (J. Edgar) o la intervención militar en Irak (El francotirador). A sus 85 años, el veterano cineasta ha dirigido a Tom Hanks en Sully (2016), una cinta sobre la vida de Chesley Sullenberger, un piloto que de la noche a la mañana se convirtió en un héroe cuando en 2009 consiguió realizar un amerizaje de emergencia con un avión averiado en el río Hudson, logrando salvar a todo el pasaje. La típica historia de un personaje anónimo que pone en riesgo su vida en una acción heroica, encarnación del patriotismo y el espíritu de lucha y sacrificio que hizo grande a América. Por algo el partido republicano tentó a Sullenberger ofreciéndole ser candidato al congreso por California tras su salto a la fama. Él declinó la oferta, pero la película sobre su vida puede dar pie al intento de capitalizar su hazaña desde uno u otro bando. Ya se sabe que en la política, como en el amor, todo está permitido.