VALÈNCIA. Imágenes que no hay en la vida de Jesús Saiz: calzar zapatillas de deporte para ir a tomar copas; socializar por las redes sociales; una única mujer; la cocaína; introversión; la existencia anodina y convencional.
Escenas que sí que forman parte de él: saludar y despedir personalmente a cada uno de los clientes que entran en su pub; 14 años al frente de la AEDIVA (Asociación Provincial de Empresarios de Salas de Baile Discotecas y Fiestas); sufrir la extorsión de un delincuente kosovar perseguido por la UDyCO (Unidades de Droga y Crimen Organizado); el don de gentes.
“No es que sea de los mejores relaciones públicas de la ciudad, es que hoy en día soy el único. No sé si soy bueno o malo, pero soy el único que queda de aquella generación”. Su generación es la que era exultantemente joven en los 70 y 80. La València perversa que se frotaba con Sabato pomeriggio de Claudio Baglioni y encendía la pista del SAMI con Rock Your Baby de George McCrae.
Jesús Saiz (Valverde del Júcar, 1954) nació en la trastienda de un bar de carretera, en el establecimiento de sus padres, Avelino y María del Socorro. “24 horas abiertos. Se acostaba mi padre y se levantaba mi madre para trabajar. No sé cuándo concibieron a tres hijos”. En 1960 el pantano de Alarcón se desborda y Valverde del Júcar se inunda. Los Saiz reciben una indemnización del gobierno franquista y emigran a València ciudad. Allí inauguran el Bar Restaurante Avelino, en la avenida Pérez Galdós. “Era un bar de transportistas. El menú era, de primer plato, sopajudiasmacarronesguisadoopaellaaaa. Eso al mediodía, por la noche era sopajudíasmacarronesguisadoohervidoooo. Cambiaba la paella por hervido. De segundo plato, lomoterneracalamarespolloalhornopolloalajillomerluzasepiahígadoriñoneschuletascabezadecorderoooo. De postre, flanplátanomelocotónconalmendrasavellanasofrutadeltiempoooo. —Jesús canta el menú con su voz raspada. Voz gutural y trasnochada. Las erres suenan como sierras de calar— Mi madre o mi tía, que estaban en la cocina, me decían «sobran dos de pollo de ayer, tienes que sacarlos». Yo me iba a la sala y preguntaba «¿Qué vais a comer de segundo? Tengo lomoterneracalamaresmerluzasepiahígadoriñoneschuletascabezadecorderoooo. Y tengo un pollo al horno, que quita la cabeza». Por eso cuando ahora voy a un restaurante y me recomiendan una merluza, digo «que se la coma el cocinero, que la merluza le habla de tú»”.
El Classic es el local actual de Saiz. Dentro quedan restos de decoración de una fiesta navideña. Hay varios espejos de cristal con logos sobreimpresos de marcas de lujo. Armani, Versace, Gucci, Polo Ralph Lauren. Una nación de botellas tras la barra precintada para cumplir con las medidas covid. Sobre la barra, hay botellas gigantes de Moët & Chandon y 69 Brosses, la ginebra de València. También están los ecos de fiestas ibicencas, de Halloween, de charleston. Este año tendría que hacer un especial quince aniversario. En el exterior, junto a la puerta, varios carteles rojos. “Somos más que hostelería”, “Nos morimos de hambre. Miles de familias viven de nuestro sector”, “El Gobierno y la Generalitat nos matan lentamente”.
“Cuando yo tenía 21 años mi padre montó un complejo junto a la Plaza Redonda que se llamaba SAMI. En el primer piso, un pub. En la planta baja una cafetería de lujo y en el sótano, una discoteca. Desvié la especialidad mía, de restaurante, para trabajar en la discoteca. Cuando estaba en segundo de Medicina a mi padre le diagnosticaron cáncer y lo operaron de urgencia. Como consecuencia me dejé la carrera y me dediqué al ocio nocturno. Me iba a los teatros e invitaba a los actores, a gente de glamour, a SAMI. Con el cambio se hizo un tótum revolútum gracias a Dios muy positivo”. En el 84 cambió SAMI por Mister Chus, el que fue el primer local de Jesús Barrachina. De ahí a Suso’s y vuelta a Mister Chus y vuelta a Suso’s.
“Soy de los que me gusta estar cuando abro y cuando cierro. Esa ha sido mi tónica durante muchos años. Me ha traído como consecuencia diez quirófanos y un cáncer de garganta. En fin, un deterioro de salud. Pero aquí me tienes, lo único que me ha dejado un poco de secuela es la garganta. Me han prohibido fumar y beber alcohol. Bueno, bebo celebración que es el cava o el champagne, y bebo cultura que es el vino. O la cerveza, que es un refresco. Pero alta graduación, nada. ¡Miento! El otro día me apeteció un poquito de brandy. Lo saboreé porque no lo degusté mucho”. Su bebida favorita es Jonnie Walker Etiqueta Zero. Dice que ha sido su medicina durante treinta y pico años.
Medicina. Le frustra no haber acabado la carrera. También no haber estudiado hotelería. “No me he atrevido, porque la riada me ha llevado y estoy entre aguas turbulentas. Me hubiera gustado ser director de hotel. Pero para ello hay que ser como un cura que tiene su parroquia. No tendría que haber estado casado, ni tener hijos”. Está divorciado de su primera mujer. “Luego tuve una relación con otra señora y ahora soy pareja de hecho de una chica eslovaca, a la que le llevo 21 años. Mi pecado capital y principal son las mujeres. Lo he antepuesto a todo, incluso al dinero. No tengo ninguna inquietud respecto al tema femenino. Lo tengo muy madurado. Hoy no me atrevería a engañar. El hombre engaña mucho cuando intenta conquistar”. Salta a otro vIcio: “Mira que a mí me ha rodeado la cocaína. Ha sido algo que he tenido en bandeja y jamás he tomado. Me ha dado un equilibrio en la vida. He cumplido bien, me juzgo a mí mismo. Nunca he fallado al negocio. Quiere decir que he dosificado el alcohol, el tabaco, las salidas nocturnas fuera de horario. Autocontrol. Jamás he ido a afters”.
“Me gusta que me preguntes por la mejor época del ocio nocturno de València. Yo las discotecas las he visto nacer, desarrollarse y las voy a ver morir. La mejor etapa de València fueron los setenta. Más de 40 salas nocturnas abiertas los siete días de la semana. Fue una etapa muy bonita donde la droga no tenía protagonismo. Había mucho glamour, se establecían relaciones sociales. Ahora es Internet, pero antes, si querías saber algo de alguien tenías que salir por la noche. En los 90 empezó a derivar, la cocaína ha hecho mucho daño. Ha habido otras drogas, pero ha sido la cocaína el detonante para cargarse la cosa”. Jesús disfrutó con Mister Chus —venía gente con cultura del ocio nocturno— y ganó mucho dinero con Suso’s. “Me he jugado la vida allí. Ha sido una discoteca cosmopolita, acudía gente de todos los ámbitos. Hubo una historia con un kosovar que se hacía llamar Al Pacino. Era un peligro. La UDyCO estaba tras él, pero no conseguía detenerlo. Me tenía totalmente intimidado, me decía que conocía a mis hijos. Un día no pagaba, otro tiraba gases lacrimógenos. Quería coger la seguridad de la discoteca. Un amigo, Jose Luís Roberto, me lo quitó de encima. Nos metimos en un despacho los tres, le dijo del mal que se tenía que morir y que no volviese aquí. Lo tiró de València”.
Saiz se lamenta de que el oficio de la noche se ha perdido. “Había una noche antes de las redes sociales. Con las listas hechas por internet ni conocen a los clientes. Yo sería incapaz. Esos relaciones hacen confección de modas, yo hago trajes a medida. Tomo medidas y atiendo personalmente”. También le desagrada la dejadez en la indumentaria. “Ahora va un señor con camisetas de tirantitos que llevan la axila al aire, o zapatillas de tela. Nosotros teníamos prohibido entrar en la sala con calzado deportivo”. Como presidente de la AEDIVA ha visto el declive de la noche valenciana. No confía demasiado en el futuro.
A Jesús le formó otro Jesús, Jesús Barrachina. “Mi norte, mi maestro, mi mecenas, mi mentor, el hermano que me hubiera gustado tener era Jesús Barrachina. Ha sido un lujo para esta ciudad. Él tendría que haber caído en Londres o Nueva York. Era un hombre con un calibre impresionante. He visto a Juan Carlos I estar hablando con un grupo de gente en una entrega de premios. Pedir disculpas y cruzar una sala para abrazar a Barrachina. Fue un hombre con unas dotes y unos dones impresionantes de trato. Su gran virtud es que hacía siempre importante a las personas que tenía delante”.
“He pagado con salud esta vida, pero ha sido maravilloso”. Cuando pronuncia la frase, un camión de la basura vuelca un contenedor de vidrio. Las botellas vacías son como semillas dentro de un palo de lluvia, pero ensordecedoras.
Un caballero de corta estatura, de barriga ovalada y cara divertida entra sonriendo en el Classic. “¡Fernandooooooooooooooooooo!”, grita Jesús. Se abrazan como los señores se abrazan en este país. Con golpes en la espalda que son una declaración de amistad. Fernando es Fernando Esteso. Han quedado a comer. Tomarán vino, que es cultura. O cava, que es celebración.