VALÈNCIA. La historia de Estados Unidos está ligada a la inmigración. El país, tal como se conoce actualmente, surgió a partir de la colonización británica de Norteamérica, entre los siglos XVII y XVIII. Más tarde, durante la segunda mitad del siglo XIX, más de veinte millones de personas partieron de Italia, Alemania o el norte de Europa hacia Estados Unidos. Buscaban mejorar sus condiciones de vida, atraídos por las posibilidades de un país en el que aspiraban a hacer fortuna, y que les recibía con una imagen explotada hasta la extenuación por el cine: la de la Estatua de la Libertad, símbolo que resumía los anhelos de unos recién llegados que, cuando vislumbraban su silueta en el horizonte, podían también atisbar el contorno de la isla de Ellis, riguroso paso aduanero que fue el único suelo americano que pisarían muchos de los viajeros que tenían como meta entrar en el país antes de ser devueltos a sus lugares de origen.
El cine ha representado en numerosas ocasiones la odisea de la emigración con destino a Estados Unidos. De hecho, ha trazado una auténtica historia paralela a través de la que se puede rastrear la evolución de la nación y sus habitantes. Desde los tiempos del cine mudo, los realizadores se han preocupado por reflejar la realidad con que se encontraban los nuevos ciudadanos, rechazados y humillados como el protagonista de Charlot emigrante (The Immigrant, Charles Chaplin, 1917). Elia Kazan en América, América (1963), Jan Troell en Los emigrantes (Utvandrarma, 1971) y La nueva tierra (Nybyggarma, 1972) o Michael Cimino en La puerta del cielo (Heaven’s Gate, 1980) retrataron los problemas y vicisitudes por las que pasaron emigrantes turcos, suecos o eslavos, respectivamente, en su intento de establecerse en Estados Unidos. La característica común entre todos ellos es su origen europeo. Sin embargo, desde hace décadas, el mayor flujo migratorio no llega desde el viejo continente, sino desde los países hispanohablantes. Y ha generado un conflicto agravado con el acceso de Donald Trump a la presidencia. Por eso, la periodista Mónica Castillo hacía una interesante reflexión en el New York Times del pasado 20 de octubre. “Las historias sobre la llegada a Estados Unidos parecen haberse caído de las marquesinas de las multisalas, precisamente en un momento en que la inmigración se ha convertido en uno de los temas más controvertidos en el terreno político. Sorprendentemente, se echan en falta películas sobre inmigrantes indocumentados, una ausencia que es evidente incluso en una industria que ha luchado por mantenerse al ritmo de los tiempos”.
Personajes invisibles
Castillo recuerda que “en los primeros años del cine, muchos de los primeros asistentes regulares al cine eran inmigrantes de clase trabajadora” y que “los inmigrantes fundaron importantes estudios como Paramount y Warner Bros. en las primeras décadas del siglo XX”. Hoy, su presencia en la gran pantalla es mínima. Y la situación es más llamativa porque se trata de un tema de candente actualidad. En España se han producido recientemente graves conflictos relacionados con las fronteras, y quizá por eso ha pasado más desapercibido el anuncio de Trump de construir un muro que separe México y Estados Unidos, pero el pasado mes de marzo, en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, no hubo ni un solo cineasta que subiera al escenario durante las galas de inauguración y clausura que no alertara sobre una decisión de consecuencias catastróficas. El problema es real, y supone un nuevo contratiempo para miles de personas que intentan cruzar al norte con la esperanza de alcanzar una vida mejor. ¿Está el cine levantando acta de lo que sucede? Aparentemente, no. Y el muro no es el único problema que enfrentan los inmigrantes.
En su reportaje para el New York Times, Castillo señala que “reporteros y documentalistas comparten las historias de niños y jóvenes llegados a este país a una edad temprana, pero en los cinco años transcurridos desde que el presidente Barack Obama emitió la orden ejecutiva que estableció Acción Diferida para llegadas infantiles o el programa DACA, ningún estudio importante ha producido o lanzado una película sobre un personaje indocumentado”. No es asunto baladí. El programa DACA protege de la deportación a más de 750.000 jóvenes sin documentos, los llamados dreamers, que entraron en Estados Unidos de forma ilegal cuando todavía eran niños. Con la revocación del programa, que el actual gobierno de Estados Unidos anunció el pasado septiembre, corren el riesgo de ser expulsados y devueltos a su país, dado que carecerían de un estatus migratorio legal. El 76% de los dreamers son de nacionalidad mexicana. Como Armando Croda y Lindsey Cordero, dos cineastas establecidos en Nueva York que han colocado el punto de mira de su trabajo fílmico en la cuestión migratoria.
En 2013 rodaron para Nat Geo Latino el documental Firmes, sobre los triunfos y dificultades que enfrenta un grupo de inmigrantes mexicanos en la lucha por sobrevivir en el Bronx. La película retrataba a varios personajes que han formado una sólida comunidad a través de su arte, cultura y tradiciones, llevando a las calles de Nueva York el estilo low rider típico de la costa oeste, una forma de manifestación de la cultura chicana (mexicano-estadounidense) que poco a poco ha ido permeando en la cultura afroamericana y en la cual se modifican coches clásicos como una forma de vida y de situarse ante la sociedad. “Seguir este camino no era algo que teníamos en mente cuando llegamos a Estados Unidos”, reconoce Croda. “De hecho, me parecía muy obvio, y aunque sabía que nos íbamos a encontrar inmigrantes, no me planteaba preguntas al respecto de quiénes eran o por qué estaban allí, cómo llegaron, por qué siguen… Pero al irlos conociendo y comenzar a tener amigos inmigrantes indocumentados percibí algo que me ha cambiado desde entonces: Aquí no existe el orden clasista que vivimos en México, porque todos estamos bajo las mismas condiciones. Eso me pareció muy interesante y me motivó a hablar y trabajar de igual a igual. Esa barrera entre clases me había causado un conflicto en México, porque quería evitar la mirada condescendiente. En Firmes nos interesaba explorar el fenómeno identitario de esta comunidad. En el proceso nos hemos dado cuenta de que es necesario contar más historias de migración, pero desde el punto de vista del migrante. Hace falta conocer su realidad. ¿Para qué? Pues para que sus historias sean visibles, para que el público pueda saber cómo viven, qué necesidades tienen, cómo se están sacrificando al estar lejos de su país y su familia, sin nombre, identidad ni seguro social, siendo explotados, pero también cómo tratan de ser felices y tienen una vida social igual que los demás”.
Croda y Cordero visitaron recientemente Abycine, el Festival de Cine de Albacete, para dar a conocer su trabajo, que según palabras de Lindsey tiene también una parte de “experimentación social y exploración emocional, en el sentido de indagar en las emociones y la intimidad de la forma de vida del migrante lejos de su familia: cómo experimenta el amor a distancia, cómo lidia con la soledad… Y también dar voz a este tipo de emociones y sentimientos que no estamos acostumbrados a escuchar por su parte”. La nueva película de la pareja, Ya me voy, todavía en fase de postproducción, también apunta en esa dirección. Es un documental de creación que cuenta la historia de Felipe, un mexicano indocumentado que planea reunirse con su familia en México y recuperar la relación con su hijo pequeño, al que dejó cuando solo contaba ocho meses. Pero descubre que su hijo mayor tiene una deuda con el banco y se ve forzado a posponer su viaje. Cuando conoce a Guadalupe e inicia una historia de amor con ella, se plantea reconsiderar sus planes. “Conocimos a Felipe en la calle”, explica Lindsey. “Era un hombre con sombrero de mariachi que iba cantando y recolectando botellas. Nos pareció un personaje muy carismático. Armando se lo siguió encontrando y un día le hizo un video para subirlo a YouTube y mandárselo a su familia. Nos contaba que se iba, pero durante años siguió en Nueva York, hasta que nos planteamos hacer la película. ¿Por qué no puede regresar a México? Buscamos encontrar respuestas a esa pregunta”.
Otras miradas
Lindsey Cordero también ha trabajado en el equipo de producción de En el séptimo día (On the Seventh Day, 2017), una película de Jim McKay (realizador de capítulos para series como The Wire, Breaking Bad o Treme) centrada en un grupo de inmigrantes mexicanos indocumentados que trabajan seis días a la semana para poder saborear su día de descanso en los campos de fútbol amateur de Brooklyn. “Es un guion que Jim llevaba elaborando desde hace diez años, a partir de sus experiencias trabajando en un restaurante en California con otros inmigrantes, y también en los personajes de una película que hizo su esposa, Hannah Weyer, titulada La boda (2000). El objetivo es, una vez más, dar voz a una comunidad que pasa desapercibida y ver cómo muchos de estos migrantes mexicanos trabajan largas jornadas, pero también merecen un día de descanso. Muchos de los fundamentos y costumbres de la sociedad americana se basan en el trabajo y la acumulación de bienes, y a menudo no otorgan importancia a los momentos de recreo”. Rodada con gente de la calle, sin actores profesionales, es lo que su director llama un neighbourhood film, “una película de barrio, de comunidad, por lo que era muy importante contactar con todas las organizaciones relacionadas con temas de migración, con trabajadores sociales, promotores culturales, iglesias… Repartimos flyers anunciando los castings y se corrió la voz. El proceso nos llevó casi un año, hubo que posponer la película, y una vez escogimos al grupo de amigos que iban a ser los protagonistas, conseguimos un entrenador de fútbol y los juntábamos todos los domingos para jugar. Eso ayudó mucho a que se generara compañerismo entre ellos, lo que fue clave para mostrar su relación de cercanía en la película”.
Una película que, de momento, y aunque formó parte de la sección a concurso en la última edición del Festival de Locarno, no tiene previsto su estreno en España, donde debería ser más sencillo acceder, al menos, a One Day at a Time, una serie de Netflix donde un personaje secundario llamado Carmen (Ariela Barer) intenta vivir con la familia protagonista después de que sus padres hayan sido deportados. La periodista Mónica Castillo también destaca otra serie televisiva, del canal CW Network, titulada Jane the Virgin, donde la matriarca de la familia, Abuela Alba (Ivonne Coll), pasa por el proceso de solicitud de su tarjeta verde y la estrella del show, Gina Rodríguez, está desarrollando dos espectáculos centrados en inmigrantes indocumentados. Además, recuerda films como Una vida mejor (A Better Life, Chris Weitz, 2011) o Take Out (Sean Baker y Shih-Ching Tsou, 2004), anteriores a la DACA, pero se pregunta: “¿Dónde están las películas sobre la última generación de adolescentes y jóvenes indocumentados (más de 800.000 actualmente) que se han convertido en maestros, analistas, estudiantes, banqueros o artistas? Debe haber un imperativo dentro de la comunidad creativa para incluir tantas voces como sea posible, ya que el arte y el entretenimiento hechos por y sobre aquellos que anhelan respirar libremente es tan parte de nuestro patrimonio como de ellos”.
Como concluye Armando Croda, “en el fondo, el problema con todas las migraciones es que tenemos un desconocimiento inmenso de quiénes son, cómo viven, cómo se divierten… The Square (Ruben Östlund, 2017), la película que ganó en Cannes, también aborda el tema de una manera muy inteligente y satírica. Habla precisamente de eso, de una sociedad que vive de espaldas a sus inmigrantes, y que en vez de reconocerlos y acercarse a dialogar con ellos, los ignora. Es ahí donde empieza el problema y donde ideas radicales como las de los white supremacists, aquí en Estados Unidos, empiezan a tomar forma, porque nadie quiere mirar, el problema crece, queda fuera de control y las respuestas son desmesuradas. Eso sucede por la falta de atención que se da al problema, que se ignora. Como cineastas, estamos muy motivados a seguir por este camino. Actualmente estamos desarrollando otro proyecto de largometraje que también habla de inmigrantes, en este caso más jóvenes. Algunos de ellos son dreamers que llegaron siendo pequeños o nacieron aquí, pero siguen enfrentando el problema de tener padres, familiares o amigos indocumentados, porque esa es la realidad de una gran mayoría de la sociedad aquí”. Es hora, por tanto, de que el cine le otorgue voz.