ALICANTE. La escritora y gestora cultural Iria Fariñas (Madrid, 1996) nos ha sorprendido gratamente con la publicación de La nieve brota en el cautiverio (Valparaíso Ediciones, 2024) un nuevo poemario que enriquece su trayectoria literaria después de los sugerentes relatos que conforman Ruido de cicatriz (InLimbo, 2022). La joven poeta madrileña, afincada en Alicante, rompe deliberadamente las barreras postizas del tiempo y del espacio, y nos invita a vivir en una nueva dimensión, lejos del fragor de los volcanes, en un espacio natural inquietante desde el que presencia la lucha por sobrevivir y por afrontar el futuro sin olvidar los ecos del pasado.
Como si de diez mandamientos se trataran, los cantos que encabezan cada ramillete de poemas perfilan y diseñan con destreza un futuro de anhelos, de esperanza. Iria crea su propio universo con una estructura cíclica que envuelve sus versos en una cápsula del tiempo como si de un legado personal se tratara. Porque para la poeta madrileña la creación poética es el reflejo de una memoria colectiva y una reivindicación de la literatura de mujeres. Por eso no es casualidad que tanto el prólogo, el epílogo como las citas de cada uno de los cantos representen la voz de mujeres poetas como Paloma Chen, Mónica Ojeda o Berta García Faet.
Lo que está claro es que este excelente poemario es una obra personal e íntima y un reencuentro de la autora con una experiencia previa que permanecía hibernando en el cajón de los recuerdos. Unos recuerdos que eligen el camino de ida y vuelta para bucear en el mundo de la infancia –las doce niñas que evocan que “el mundo era un campo de minas”– y que sugieren un afán por cultivar el deseo, afrontar la realidad y reflexionar sobre el más allá: “creo que la muerte debe parecerse a un buceo de la luz lunar”. Porque se trata, en definitiva, de ahuyentar los fantasmas del presente e inventar nuevas realidades, más allá de la engañosa apariencia primaveral: “qué hago aquí en la primavera de la muerte”.
Verso a verso se van multiplicando las imágenes, los símbolos y las alegorías. Las niñas, aisladas en un bosque, reflejan las inquietudes de un universo femenino y se rebelan contra la violencia del mundo, en lucha contra el imaginario urbano. Para ello la poeta recurre acertadamente a lo perfomático e incorpora a sus poemas música y ritmo, como recurso propio de la oralidad. Una oralidad que se enriquece con citas del Antiguo Testamento y una disposición gráfica de unos versos en los que alienta un deseo de dialogar con el lector y de convocar a los espíritus dormidos y olvidados. No hay que olvidar, además, la presencia del misterio, de lo mítico y de lo telúrico, especialmente en los últimos cantos.
Así, en el último canto –Amarás todas las cosas desde su centro último–, en el poema Génesis III la autora hace alusión al título –“hada volcánica que nada en la nieve / alfarera del viento y la resina”– e incluye poemas que imitan un estilo juglaresco en segunda persona como coro a dos voces desde una sola boca. Con este acertado recurso poético, el mensaje de las niñas y de las madres llega con nitidez al lector y le contagia como un hechizo de los sueños e inquietudes sepultados bajo la lava de los volcanes.
Es, en definitiva, como una semilla de esperanza y como un deseo de resurgir de las cenizas, cual ave fénix resucitada. Los versos que cierran el poemario sintetizan así el afán de abandonar ese encierro en una jaula de cristal, en una cápsula del tiempo: “soñar con volcanes / es entender la nieve / brota en cautiverio”.
Iria Fariñas nos deja con este libro un legado poético, fruto de sus vivencias, de sus emociones y de sus reflexiones sobre la vida cotidiana, el aislamiento del mundo y los sueños de futuro. Porque La nieve brota en cautiverio se convierte en una memoria colectiva en la que el amor, el sacrificio y la pasión se dan la mano para contagiar al lector de unas inquietudes que van más allá de la epifanía y traspasan las fronteras de un mundo caduco y vulnerable.