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crítica de cine

Las películas de mi vida: Un buceo por la memoria cinéfila

26/05/2017 - 

VALÈNCIA. Bertrand Tavernier es uno de los nombres indiscutibles de la cinematografía francesa y siempre está bien que alguien con una trayectoria tan dilatada y que además es un auténtico erudito en el análisis fílmico, se ofrezca a dar una clase magistral sobre cine. En este caso en forma de documental en primera persona en el que el cineasta nos abre las puertas de su memoria cinéfila para hablarnos de las películas que marcaron de una u otra manera su vida. Como todo repaso de estas características, algunos lo encontrarán apasionante y para otros resultará insuficiente y partidista. Recordemos que todavía siguen abiertas las posturas que dividen a los cahieristas y a los positivistas, es decir, los seguidores de la revista Cahiers du cinema y los de la revista Positif, una lucha que podrían resumirse muy burdamente en que los primeros hacían primar la forma frente al contenido, y los segundos al revés. Eso, además de otras cuestiones de carácter político. Tavernier se encontraba en el bando de Positif precisamente en el momento de la eclosión de los cineastas de la Nouvelle Vague, muchos de ellos integrantes de la redacción de Cahiers, como era el caso de François Truffaut. 

¿Qué nos ofrece Tavernier en Las películas de mi vida? Básicamente la oportunidad de, no solo conocer sus filias particulares, sino que sea él mismo quien nos las explique de una manera analítica e incisiva. Como si estuviéramos en una conferencia, pero sentados en la butaca del cine. 


El director divide esta charla en varios apartados. En primer lugar, sus dos primeros shocks cinematográficos cuando todavía era muy pequeño: Jacques Becker y Jean Renoir. A Becker lo define como el “cineasta de la decencia común”. Para él, en sus películas siempre queda claro lo que está bien y lo que está mal, porque en el fondo de lo que está hablando es de la dignidad humana. De Renoir le impresionó cuando era un niño heredero de toda la época de la resistencia, la escena en la que cantan la Marsellesa en un bar en La gran ilusión (1937). Pero se detiene en cada una de sus obras, sobre todo en las protagonizadas por Jean Gabin, uno de los actores favoritos de Tavernier que tendrá un apartado propio en el documental. El intérprete de películas como La bestia humana (1938) o No tocar la pasta (1954) es calificado como una figura trágica del héroe proletario, una especie de símbolo de lo que representó el espíritu del Frente Popular. 

Además, Gabin le sirve para entroncar a Renoir con Marcel Carné, otro de los directores en los que más se detiene Tavernier a la hora de analizar sus películas, ya que encontramos un estudio pormenorizado de Al despertar el día (1939) a través de muchos de sus planos. Además, analiza la relación entre Carné y el poeta Jacques Prévert, responsable de algunos de sus mejores guiones, como el de Los niños del paraíso (1945). 

Así, vamos saltando de relaciones internas entre los autores y sus colaboradores más cercanos. Tratándose de Tavernier, era de esperar que se tratara el aspecto musical aportándole una relevancia que a menudo no se le suele otorgar. Por eso se encarga de reivindicar la figura de Maurice Jaubert y la belleza de sus composiciones, especialmente la de L’atalante (1934) de Jean Vigo, una de las más líricas del cine francés, que más tarde utilizaría François Truffaut para Diario íntimo de Adela H. (1975), y de Joseph Kosma y sus contribuciones junto a Prévert. 

El cine de género también ha sido una de las debilidades de Tavernier, quizás por eso se declara devoto de las películas de Eddie Constantine y de su célebre detective Lemmy, que aparecería por primera vez en Cita con la muerte (1953), aunque él se detenga especialmente en Este hombre es peligroso (1953), de Jean Sacha. Así hasta terminar con la metarreferencial Lemmy contra Alphaville (1965), de Jean-Luc Godard. 


Al mismo tiempo, el director va configurando a través de pequeños apuntes el ambiente cultural que vivió en su etapa estudiantil. Las películas que descubrió en la Cinemateque y del papel fundamental que jugó Henri Langlois a la hora de establecer una programación que formó a toda una generación de cinéfilos. 

Pero si hay dos personalidades que han marcado la carrera de Bertrand Tavernier desde el punto de vista personal, fueron la de Jean-Pierre Melville y más tarde, la de Claude Sautet. Además de comentar buena parte de las películas del genio del polar francés, cuenta Tavernier cómo fue Melville quien se encargó de hablar con sus padres para que le dejaran dedicarse al cine, y cómo le dio su primer trabajo como ayudante de la segunda unidad de Léon Morin, sacerdote (1961), que llevaba a cabo Volker Schlöndorff. A Claude Sautet le unió una gran amistad, quizás por eso trata su cine desde un especial cariño. De él dice que era lo opuesto al típico cineasta parisino, ya que la mayor parte de sus películas transcurrían en la periferia, como Max y los chatarreros (1971). No habla de obras posteriores como Un corazón en invierno (1992) o Nelly y el señor Arnaud (1995), porque el repaso se detiene a principios de los años setenta, precisamente cuando Tavernier comenzó a dirigir películas (debutaría en 1974 con El relojero de Saint Paul, basado en una novela de George Simenon). No hay referencias a la propia obra de Tavernier en este documental, pero sí que se pueden rastrear sus influencias a partir de sus anécdotas y sus gustos. 

 
Y sí, es cierto que pasa de puntillas por los autores de la Nouvelle Vague. Cita que asistió un día al rodaje de los 400 golpes, que fue jefe de prensa de Godard durante el periodo que trabajó en Rome Paris Films y se vanagloria de que, gracias a él, Samuel Füller aparece en Pierrot el loco (1965) y de que Louis Aragon escribió un texto precioso porque él lo invitó a ver la película. También aparece brevemente Chabrol, pero de forma anecdótica y casi definido como que hacía películas que no entendía ni él. En cualquier caso, Las películas de mi vida ofrece la oportunidad de repasar cierta parte del cine francés y, lo más importante, gracias a ella, dan ganas de revisar o incluso descubrir muchas de las obras que aparecen citadas y que merece la pena volver a poner de relieve. 


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