VALÈNCIA. Es Un ballo in maschera una ópera grandiosa, y para ser disfrutada. Y no supone un mero divertimento del autor, sino que constituye una pieza importante en la evolución compositiva hacia las 5 últimas obras maestras del final de la carrera creativa del gran Giuseppe Verdi. En este caso practicó para su elaboración, una brujería consistente en la síntesis de los estilos francés e italiano, asunto este importante, porque constituye esto la parte más esencial y determinante de la singularidad de la obra.
Se inspiró Verdi en el ambiente de las cortes versallescas de los luises XIV y XV, pero para escribir su drama alla italiana. No está mal la mezcla. Ni las pócimas de Ulrica, ni las hierbas de ningún camello, serían capaces de mejorar la empresa. Un ballo in maschera fue, además, modificada por las imposiciones de las censura napolitana y papal del momento del estreno en 1859, con el Risorgimento en plena ebullición.
Por todo eso es una ópera mezclada y trastocada. Y a pesar de ello, el autor fue capaz de elaborar una obra de concisión y equilibrio estructural notable, en la que se funden tragedia y comedia, en evidente contraste, y en la que Verdi presenta una historia de amor puro, como desencadenante de la acción, que en definitiva resulta altamente atractiva para el espectador por sus espectaculares melodías, y la belleza, frescura, finura, y elegancia de su música.
A Verdi y a su libretista Antonio Somma, para su drama, les interesa los sentimientos de los personajes, que giran entorno al viejo conflicto de amor versus honor, en un triángulo amoroso tradicional. Y realmente son capaces de perfilar unos personajes bien caracterizados, y bien descritos en un libreto lírico, macabro, compacto, conciso, y muy teatral.
Para este Verdi, -gran explorador del corazón humano y sus secretos-, se requieren solistas de altura. El elenco de cantantes escuchados ayer, ya es conocido en el coliseo del Turia, excepto en el caso de la desafortunadamente elegida mezo Agnieszka Rehlis, pues hizo una Ulrica desvaída, sin cuerpo y sin graves, y alejada de la tenebrosidad y profundidad expresiva requerida. Su actitud fue ajena a la obra, y nada cavernosa, su voz puede ser apta para otros papeles, donde quizá consiga el triunfo que ayer no cosechó.
Verdi le puso en bandeja la ocasión con un momento de sublime singularidad, y la desperdició, cosa que no hizo, -sino todo lo contrario-, la soprano Marina Monzó, pues supo, con su presencia escénica, con su voz, y con su musicalidad, -con independencia del halo trans que le imprimió el regista-, retratar el espíritu que los autores quisieron para Oscar, como personaje travestido del mundo dieciochesco francés, mezcla de ángel, demonio, y niño alocado.
La joven valenciana se mostró sobre las tablas con una autoridad y una intuición asombrosa, llenando el escenario desde el momento de su aparición. ¡Y eso sólo les pasa a los grandes! Cantó con buen control, y buena emisión, y destacó cuando abandonó cierto canto temeroso y poco libre, para deslumbrar con su voz plena en una partitura de coloratura de cierta complejidad.
Correctos estuvieron los solistas coprimarios, algunos ya conocidos de la casa. El también conocido barítono Franco Vassallo, en su poliédrico papel de Renato, demostró una vez más que es más amigo de los decibelios que de la exquisitez. Y en su tosca línea canora, ofreció su voz franca y valiente, de buena colocación y volumen. Desoyendo a Verdi, cantó con el mismo espíritu vociferado tanto el ‘Alla vita che tarride’ como el ‘Eri tu’, con final roto. Entregó su voz desigual y robusta, mostrándose cantante falto en la definición de su identidad lírica.
La soprano Anna Pirozzi, -también conocida en Les Arts-, se unió al baile para demostrar una vez más que es una verdiana fetén, por su voz de volumen generoso, poderoso tronco vocal en todos los registros, y punch. Abordó una Amelia con entrega contenida, y cantó sus temores y arrepentimientos con un color y una línea de gran homogeneidad y buen legato. Muy solvente, intervino a lo largo de la sesión aportando una línea de canto equilibrado y sutil, perfecto para el ‘Morrò, ma prima in grazia’, que ofreció con gran lirismo y deliciosa expresividad.
Su dúo con el tenor ‘Teco io sto’, -quizá el más bello que Verdi escribiera jamás-, fue pieza clave del espectáculo, donde ambos amantes, Amelia y Riccardo se explayaron con especial intensidad. Francesco Meli fue el más interesante de todos los solistas por sus cualidades vocales de altura, su línea de canto, sus legatos, sus pausas, sus repeticiones en piano, sus finales alargados, su proyección, y su emisión siempre en la máscara, que le permiten una expresividad efectiva, y que le hacen pertenecer al grupo de tenor lírico histórico a lo Carreras y Bergonzi.
Verdi construyó su obra de las máscaras, -¿Quién no lleva puesta una máscara para ocultar algo o para aparentar otra cosa?-, a base de permanentes contrastes, y realizó un juego descriptivo ambivalente magistral. Y lo plasmó especialmente en Riccardo. Meli lo sabe, y expuso un canto dual, adecuado para cada momento, lleno de claroscuros, y resolviendo con brillantez su extremadamente compleja partitura, tanto las partes más belcantistas como las de mayor pasión para las grandes situaciones dramáticas.
La colocación en las transiciones no es su fuerte, quedando velados tanto los agudos como los pianos de la media voz, pero ¡qué gusto escuchar su canto! Las inagotables melodías verdianas tuvieron en Meli un magnífico embajador, porque con ellas dio una verdadera lección de canto lírico. Muy exigente es su partitura, llegando al final con dificultad, hasta el punto de eludir el si bemol agudo del final de la ópera. Verdi no sé si se lo perdonará, pero el público, a la vista de todo el trabajo y arte expuesto, sí. Y no se lo pierdan. Solo por escuchar a Meli, ya vale la pena ir a este ballo in maschera.
Llevó la batuta para el magnífico coro y la tremenda orquesta el ya experimentado, -y también conocido aquí-, Antonino Fogliani, que se encontró con dos extraordinarios conjuntos, a los que supo sacar brillo, color, e intensidad, pero con los que descuidó el mandato verdiano en cuanto su implicación dramática, al no saber resaltar de forma determinante todos los contrastes como reflejo de los sentimientos. Descuidó también la importancia de las voces, creando ciertos desajustes corales y grupales, y desatendió el necesario ajuste decibélico, para evitar taparlas.
Lo mejor del director italiano fue el tratamiento grandioso en las partes de singularidad orquestal. Falto de muchas de las sutilezas, y del espíritu brioso de esta obra que requiere tiempos más ligeros, no supo sacar toda la punta a los contrastes, haciendo una lectura demasiado plana de la música verdiana tan intrigante, risueña, pasional, y enigmática, …restando los climas de tensión de las tan distintas escenas, que quedaron faltas de dinamismo.
A ello contribuyó la idea del joven regista andaluz Rafael Villalobos, al presentar la obra enmarcada siempre entre los mismos tres paramentos, el mismo techo derruido de estructura de hormigón con armaduras a la vista, y la misma luz tamizada oscura, de estética contraria al espíritu vibrante y melódico del ballo in maschera. Hay que reconocerle detalles y movimientos escénicos adecuados y bien encajados, pero otros, que no por novedosos, deben quedar al margen de la obra de Verdi y Somma.
Faltan contrastes, falta refinamiento, y sobran ideas que vienen a distraer en exceso la atención del espectador. A los autores de Un ballo in maschera no le interesan ni la corrupción política, ni el asunto trans, ni la cuestión racial, ni la relación paterno filial. La idea estrenada ayer en Les Arts, -en coproducción propia con la Staatsoper de Berlín-, es ocurrente, pero caprichosa, forzada, y oscura. Y le falta la elegancia y el interés estético de ir de la mano de la esencia de una obra llena de melodías, frescura, finura, y distinción.
Aunque ya lejanos, buen recuerdo hay por estos lares de esta obra lírica verdaderamente singular y de hondo significado. Y es que el elenco formado por Carreras, Caballé, Pons, y Berini subieron al escenario del Teatro Principal allá por 1977, para dejar boquiabiertos a los aficionados valencianos, gracias a la iniciativa de AVAO, que trajo momentos operísticos irrepetibles. La rivedrà nell’ estasi.
Sin ser aquello, contentos en cualquier caso, salieron ayer los aficionados que acudieron al Reina Sofía, entre los que estaba mucha gente conocida, como Monzó, Pirozzi, Vasallo, Meli, Fogliani, y tantos otros amigos disfrutones, que se extrañan por tener que escuchar siempre a los mismos cantantes, por no recibir un programa de mano, y por tener que seguir soportando la censura atroz del Reina Sofía a Plácido Domingo en pleno siglo XXI.
Me temo que tendrán que seguir molestos, porque las políticas no parecen haber cambiado, y las máscaras siguen usándose a diario.
FICHA TÉCNICA:
Palau de Les Arts Reina Sofía, 21 abril 2024
Ópera UN BALLO IN MASCHERA
Música, Giuseppe Verdi
Libreto, Antonio Somma
Dirección musical, Antonino Fogliani
Dirección escénica, Rafael Villalobos
Escenografía, Emanuele Sinisi
Vestuario, Lorenzo Caprile
Iluminación, Felipe Ramos
Orquesta de la Comunitat Valenciana
Coro de la Generalitat Valenciana, director Francesc Perales
Riccardo Francesco Meli, Amelia Anna Pirozzi, Renato Franco Vassallo
Oscar Marina Monzó, Ulrica Agnieszka Rehlis
Un juez Antonio Lozano, Silvano Toni Marsol
Samuel Irakli Pkhaladze, Tom Javier Castañeda
Criado de Amelia Thomas Viñals