Pero dejémosla para la recomendable exposición sobre ésta en el museo San Pío V y deshagámonos de ella para mirar la Valencia cultural desde una perspectiva más esperanzadora
VALENCIA. Este humilde anticuario disfruta también de la actualidad cultural, que no es poca, y gusta de recomendar cosas que pasan en una ciudad en la que parece que cada vez que pasan más. En esta pequeña urbe parece que el concepto intramuros versus fuori muri actúa como una barrera invisible que impide un trasvase más fluido entre los dos lados del cauce. A muchos se les hace un mundo cruzar los puentes históricos como si lo que sucediera más allá estuviera en una especie de Finisterre. Parece que no es una cuestión de distancia. ¿Será un asunto de un urbanismo mal diseñado, que expulsa al peatón?. Vayamos al caso: En el museo San Pío V hay una exposición-hasta el 7 de febrero- de obligada visita, que gira en torno a la melancolía de la España del Siglo de Oro. La crisis y el desengaño coincidieron con un movimiento creativo extraordinario. De hecho la propia melancolía sirvió de excusa para creaciones verdaderamente memorables. Si bien no hallaremos el retrato melancólico por excelencia que es aquel que Velázquez le hizo al monarca Felipe IV en el que se ha dicho en no pocas ocasiones refleja en un rostro la decadencia de todo un imperio, puede disfrutarse obras maestras de Rivera (con un Ecce Homo que por si sólo vale ya el pateo) de Alonso Cano o de Pedro de Mena.
Sabemos algo de melancolía los valencianos, como esa enfermedad del alma que nos lleva a un estado de tristeza, apatía y cansancio emocional, y que durante estos últimos años se ha propagado brumosamente por nuestra ciudad como esa presencia fantasmal, como vendría a ser la peste en Muerte en Venecia de Visconti (que se percibe más que en la novela de Thomas Mann). Diversas voces se muestran proclives a decir, incluso yo mismo me atrevería a afirmar, que esa melancolía empieza a dar atisbos de irse disipando como la niebla resquebrajada por el sol de media mañana. Pero no es oro todo lo que reluce. Hablaré del ámbito que me se un poco. Hace unos días, esa magnífica iniciativa que es Valencia Vibrant, organizaba un interesante debate en el que se hablaba de la marca Valencia. Qué es lo que no se ha hecho bien, qué es lo que se está haciendo bien y que es lo que se debe hacer mejor. Se hablaba de la cultura y del arte como medio y como fin. Se hablaba, entre otras cosas, de una proliferación como nunca se ha dado, de festivales urbanos: Intramurs, La Cabina, Russafart, Ciutat Vella Oberta, Poliniza… .
Participaban directores de estos festivales. Yo pensaba “cuidado no estemos creando una burbuja de arte urbano en forma de festivales”. Me sorprendió que se hablara de actuaciones urbanas de la ciudad como lugar en el que suceden cosas pero en momento alguno se hablara de mercado, de clientes. En una intervención un publicista comentó que deberían existir más galerías “que visitar”. Ciertamente las galerías se han de visitar pero ante todo han de vender. En un momento en el que existen más festivales de arte que nunca, ¿cuántos artistas pueden vivir exclusivamente de su arte?. Y ahora mismo hay excelentes artistas. En los años 80 y 90 en la ciudad a penas existían festivales de arte urbano, con vocación pública. El arte se disfrutaba de una forma más privada, y sin embargo, o precisamente por ello, una buena cantidad de artistas se podían permitir vivir de lo que pintaban o esculpían: pregunten a una Carmen Calvo, Genovés, Miquel Navarro, José Sanleón, Joaquín Michavila, José Morea, Manolo Valdés, Andreu Alfaro, Vicente Peris y un largo etcétera. Artistas mejores, peores, mas modernos, rupturistas, vanguardistas o más pegados a la tradición. Efectivamente, artistas de otra generación, algunos ya fallecidos.
Ahora la situación es muy distinta. En el foro se habló de la gastronomía como sector emergente o más que emergente, sector puntero, a la vanguardia en España. No cuestionaré lo que de cultura tiene la gastronomía, y más en este ámbito geográfico, pero creo que nos equivocamos si equiparamos este sector de consumo más o menos masivo con el del arte. Existe un mercado consolidado y que va a más en el terreno gastronómico, y el en del arte tiene que volver a construirse prácticamente desde los cimientos. Deseo fervientemente que las iniciativas culturales urbanas de consumo ciudadano sirvan de trampolín para los artistas puesto que estos necesitan sacar al mercado su obra para poder configurar una carrera. Si esto no sucede habrá algo que no encaja. No quiero ver como una posibilidad que la proliferación de un arte de consumo público y por tanto gratuito, sustituya al consumo privado del mismo porque en ese caso los festivales de arte serán un mero decorado de cartón piedra. ¿Es conveniente acostumbrar a la gente a que el disfrute del arte sea algo que no acarree una compensación económica para el artista?. Creo que es un tema que tiene una pensada, un debate en profundidad. Hay que desear que estos encuentros sirvan para la promoción de artistas, la educación de los más jóvenes, la creación de aficionados y que se vaya creando una base de nuevos coleccionistas que al final den sentido al trabajo de los artistas plásticos.
Dejemos por tanto la melancolía para esa fabulosa exposición en el San Pío V, para el goce y la contemplación y, por esta vez que quede allí encerrada, al otro lado del río, en forma de obras maestras del arte español del Siglo de Oro.