MEMORIAS DE ANTICUARIO

Masificación en los museos y banalización de la cultura

6/08/2017 - 

VALÈNCIA. A un quilómetro del palacio de Aranjuez se encuentra la popularmente conocida como Casita del Labrador. Se trata de un pabellón neoclásico utilizado “para pasar el día”, que fue levantado a instancias de Carlos IV a finales del siglo XVIII, y en el que no se previeron siquiera habitaciones para la pernocta. El séquito llegaba de buena mañana, jornada de caza, viandas de toda clase y condición, tertulia, billar y regreso a palacio. La visita es una delicia ya que se encuentra tal como se dejó, y varios artistas del momento, a la vista de los resultados, podemos afirmar que lo dieron todo en la decoración mural de unas estancias, entre las que destacan especialmente las encargadas al pintor valenciano Mariano Salvador Maella. Cada visita está limitada a pocas personas y digamos que es un suplemento para los que somos más raritos a la visita al Palacio Real. Entre el reducido grupo que seguíamos obedientemente a una guía un tanto marcial, un hombre, ya de una edad, no paró de reparar en detalles de lo más absurdo y pueril, toqueteando relojes e incluso pidiendo delante de todos si se le podía permitir pisar una alfombra, ya me dirán ustedes con qué insólita intención, a la que no se podía acceder, tal como podía leerse en la cartelería dispuesta a tal fin. Su petición fue denegada, obviamente. Todo ello aderezado de comentarios de esos un tanto sonrojantes, conforme íbamos accediendo a las estancias. Me pregunté qué hacía ese tipo allí, en lugar de estar de cañas con los amigos, y más con el tremendo calor que caía, a plomo, sobre la bella localidad madrileña.


Estos días se debate sobre el turismo. Se escucha hablar acaloradamente del susodicho en las barras de los bares y en las tertulias de los medios de comunicación. Infinidad de artículos se han referido a un asunto que ha pasado, casi sin solución de continuidad, de ser una oportunidad perseguida a toda costa a generar importantes problemas. Si pocos años atrás era incuestionable la necesidad de batir registros de llegada de turistas, ahora parece que el turismo masivo empieza a tener unos inconvenientes que antes no nos habríamos planteado. Hasta hace pocos años los grandes museos se hallaban embarcados en una loca carrera por el número. Pero, señores, con la premiosidad que corresponde a estos tiempos, las voces de alarma han comenzado a hacerse oír. Las cuestiones que se plantean ya no van en la línea de cómo conseguir más visitas sino ¿con que número de visitantes la experiencia pasa de ser disfrutada a transformarse en una pesadilla?. Por si fuera poco, la situación tiene su peculiaridad: como leía recientemente, se está generando una dualidad: hay museos y lugares (edificios, centros históricos) masificados, y otros que apenas son visitados. Es más "El problema del 99% de los museos del mundo es el contrario, que tienen pocas visitas", explica Luis Alfredo Grau Lobo, director del Museo de León. Una opinión que comparte la profesora de Museología de la Universidad Complutense Francisca Hernández, "El gran problema es que hay algunos museos masificados y otros vacíos", prosigue la profesora Hernández. Existen pequeños museos a los que no va nadie y luego hay macromuseos que están llenos”. Existen museos en los que es complicado tener una experiencia enriquecedora. El ruido de fondo es un sinsentido en algunas salas. No creo que a nadie le haga gracia tener pegado al oído a alguien cantando voz en grito todas las canciones durante un concierto (una de las razones por las que dejé de frecuentar cierta clase de actuaciones en vivo).


Esta misma semana saltó la noticia en la archiconcurrida Galleria de los Uffici en Florencia, que tiene intención de subir las entradas en ciertas franjas del día, con una finalidad disuasoria. Una medida polémica que algunos ya han tildado de elitista. No es fácil negar la visita o establecer cuotas cerradas para restringir el número de personas en cada sala –máxime a turistas que vienen en algunos casos del otro lado del mundo, así como incrementar los precios hasta el punto de que haya personas que no puedan permitirse el acceso a colecciones que, por otro lado, son de titularidad pública. "Queremos premiar la fruición virtuosa. No nos interesa aumentar la presencia de quien entra solo para hacerse un selfie delante de la Venus de Botticelli. Nos interesa crear un flujo de personas que aprenden a conocer el placer de una visita lenta, a lo mejor media hora un día solo para sentarse frente a un lienzo nunca visto", afirmaba Eike Schmidt, director germano de la pinacoteca quien habla de favorecer a un turismo lento y pausado frente a no sólo la masificación sino a una creciente banalización de la relación, de parte de los visitantes, con las obras expuestas. En apoyo a estas medidas, el responsable del museo famoso por sus colecciones del Renacimiento italiano, adelanta que se instalarán 109 bancos en las salas para promover un disfrute relajado e incluso que promueva el estudio y el debate sobre las obras.

Siguiendo un tanto esta filosofía, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) ha creado las “Quiet Mornings” (mañanas apacibles). Por ahora se trata de un proyecto piloto que se desarrolla los primeros miércoles de cada mes. A las 7.30 de la mañana se abren las puertas-tres horas antes que para el acceso general- y se da la ocasión para visitar, durante hora y media, distintas partes del museo, pagando un precio reducido, y si así se desea, se puede meditar durante la media hora final, frente a la cristalera que da al jardín de esculturas Abby Aldrich Rockefeller. «Mirar lentamente, limpiar la cabeza, silenciar los teléfonos e inspirarse», reza la entrada “verde” que es la que da acceso a la colección ese día y a esa hora. Según Sascha Lewis una de las fundadoras de la web cultural Flavorpill y que ha colaborado con el museo para poner en práctica estas mañanas tranquilas «la perfecta versión en el mundo real de la intersección entre desarrollo personal y cultura».


Estoy de acuerdo con Nicholas Penny, director de la National Gallery hasta 2015, cuando afirma que la gente debería acudir a los museos a descubrir cosas que desconoce, y menos a checkear, añadiría, lo que ya hemos visto cientos de veces en medios, internet o en los libros. Encontrarse con obras maestras del arte es toda una experiencia, pero no es menor descubrir detalles y obras que se desconocían hasta ese momento y que conectan personalmente con uno. La visita a los museos es una experiencia esencialmente íntima, aunque se lleve a cabo en compañía, ya que la mirada de cada detalle acaba siendo subjetiva por mucho que nos guíen. Hay infinidad de pequeños hallazgos para todos. Cuando acudimos con la mirada atenta y curiosa buscamos el aislamiento, y casi sin quererlo establecemos con las obras y artistas una relación estrecha, intentando, aunque no siempre lo consigamos, evadirnos del ruido existente en las abarrotadas salas. Para el anterior director del Museo del Prado (pinacoteca que ha prohibido el uso fotográfico de los teléfonos móviles), Miguel Zugaza "En España no hemos llegado a ese punto tan dramático que sucede con obras icónicas que reciben una enorme atención. Es una especie de perversión del fanatismo de las visitas".

El valenciano Borja-Villel tiene una visión más de oportunidades que de problemas. El  director del Reina Sofía se decanta por la educación y la sensibilización de los visitantes "Los museos deben adaptarse a las nuevas dinámicas de la sociedad, en este caso a las nuevas modas que las tecnologías generan. Creemos que lo verdaderamente importante es sensibilizar a los visitantes sobre la importancia de respetar a las demás personas que están visitando el museo". 


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