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TENDENCIAS ESCÉNICAS

Monólogos autobiográficos, el teatro del me, mí, conmigo

Pablo Carbonell, Gabino Diego, Alberto Sanjuán, Concha Velasco, Carrie Fisher y Al Pacino se encuentran entre los actores que ya han teatralizado sus vidas

5/10/2016 - 

VALENCIA. Hay quien ve “mounstros”, hay quien come “cocretas” y hay quien llama “bayonesa” a la salsa emulsionada de aceite y huevo, y luego están los que son más originales y disparatados que la media, esos que en su dislocada lectura añaden una nueva connotación a la palabra de origen. Como la madre de un amigo actor de Pablo Carbonell (Cádiz, 1962), cuyo gazapo a la hora de pronunciar farándula ha dado título al libro biográfico del actor y músico, El mundo de la tarántula (Blackie Books, 2016), que el próximo 6 de octubre se estrena como monólogo en el Teatro Olympia.

El impulso de escribir sus propias memorias se activó después de leer Cosas que los nietos deberían saber, la autobiografía musical del cantante de Eels, Mark Oliver Everett. Como el autor de Novocaine For The Soul, Carbonell trenzó la franqueza en el relato de sus vaivenes personales con el detalle en la descripción del proceso artístico. Pero a diferencia del líder del grupo de rock estadounidense, El mundo de la tarántula salta del papel a las tablas.

 “Cuando firmé con la editorial me pidieron que hiciera una canción con el título del libro. Ya ves, todo se lía. Ahora mismo el teatro verité, teatro sobre la verdad, no confundir con teatro de varietés, que también algo de eso hay, está en boga. Lo hacen Al Pacino, Mike Tyson, Glenn Close… Esas personas salen y te cuentan su existencia. Yo intento limitarme a la farándula y sus tramoyas pero no lo consigo del todo. Toda creación es un espejo de la vida”, concluye Carbonell.  

 

El líder de Los Toreros Muertos es la nueva incorporación a la tendencia a relatar la vida propia, con su chanza y su autocrítica, en los escenarios. No será el último. Le preceden, en tierras patrias, otros artistas picados por la “tarántula”, Concha Velasco, Gabino Diego, Asunción Balaguer y Alberto San Juan, entre otros. 

A fin de evitar el tono de conferencia o de testimonio, Carbonell ha adaptado sus memorias literarias sirviéndose de todo tipo de mecanismos escénicos. Hay desdoblamientos, proyecciones, canciones, llamadas de teléfono… “Casi nunca estoy solo en el escenario, converso con personajes reales que veo y el publico verá a mi lado”, avanza el juglar contemporáneo.

Su infancia en Cádiz, su agüita amarilla, el teatro de calle, La bola de cristal, las entrevistas sui generis a políticos Caiga quien Caiga mediante, el recuerdo de su hermana Nuria, aquejada del síndrome Prader-Willi, la bisexualidad, las drogas… El pícaro guasón, el tierno vándalo que relata sus avatares sin tapujos al espectador está acompañado en su testimonio por Hilario Camacho, Simon y Garfunkel, Antonio Vega, los Beatles, María Barranco, Audrey Hepburn, Fernando Fernán Gomez y dos amigos cruciales en su supervivencia, Pedro Reyes y Javier Krahe. Del último, canta un tema que siempre le pedía en los conciertos y al que el fallecido cantautor y poeta se negaba

“Ambos han sido maestros míos, les debo muchísimo. Lógicamente me acompañan durante la obra y en parte la obra es un homenaje a ellos. Si no hubiera conocido a Pedro Reyes con 16 años no estaríamos hablando ahora. Si lo que quiero es crear un análisis sobre la creación, emotivo y divertido, es lógico que aparezcan”, se justifica.

Y de trasfondo, el espíritu ácrata, lúdico y creativo de la Movida. 

La historia y la intrahistoria

Los monólogos autobiográficos no pueden escapar de su contexto. Así le sucede a Carbonell, que inevitablemente, en el repaso a sus logros y trastadas, pinta un fresco de lo que fue la contracultura española. “Yo quería hacer unas memorias pegadas a las enseñanzas que el mundo del arte me había regalado. Por las rendijas se ha colado un país que se buscaba a sí mismo”, reflexiona el intérprete.

Otro tanto le sucede a Alberto Sanjuán, que en su Autorretrato de un joven capitalista español, con el que se halla de gira por España, pone en entredicho la Transición mientras recuenta conquistas, altos y bajos profesionales. 

El lapso de nuestra historia que va de su nacimiento, en 1968, hasta el presente, recibe un vapuleo que es a un tiempo autocrítica y demoledora llamada de atención a la pasividad que nos ha llevado a los lodos de la crisis económica y existencial actual. Así arranca su puesta en escena: “Tengo mi dinero en uno de los bancos más importantes de este país, que es un banco que especula con alimentos. Entre otras actividades. Hace unas semanas estuvimos cenando juntos un grupo de amigos y pasamos la velada hablando de las injusticias que están ocurriendo. Cuando trajeron la cuenta, cada uno sacó su tarjeta de algunos de los bancos más importantes de este país, que son bancos que especulan con alimentos, echan a la gente de sus casas o comercian con armas prohibidas. (…) Sé que vivo en una sociedad injusta hasta la crueldad. Y quiero que cambie. Pero no sé si estoy dispuesto a arriesgarme a perder en el intento todo lo que tengo. Quiero conservar mi fama, mi cotización comercial, mis propiedades. Estoy hablando en serio. Soy un joven capitalista español”.

Tanto Carbonell como San Juan son intérpretes de sus propios textos, que recogen sus propias vidas. No siempre es así. Hay actores que se han desnudado en los teatros con el auxilio en el quite de prendas de notables autores y directores. Así sucedió en 2012 tanto con Concha Velasco, asistida por Josep Maria Pou y Juan Carlos Rubio, como con Asunción Balaguer, que desmigó alegrías y tristezas con el apoyo en la dirección y la escritura de Rafael Álvarez “El Brujo”

 

Los bastones de la música y de la literatura

Pou dirigió a la chica yeyé en la pieza unipersonal Concha, yo lo que quiero es bailar. En este alto en el camino, la intérprete contaba y cantaba. Había temas ligados a su carrera, como Las chicas de la Cruz Roja y El día de los enamorados, y también a la historia de los musicales, caso de I’m still here de Follies de Stephen Sondheim, y Nothing, de A Chorus Line, compuesta por Marvin Hamlisch.

La viuda de Paco Rabal, en cambio, se decantaba por el recitado e intercalaba algunos poemas de Antonio Machado.

Eso mismo hizo en 2012 Christopher Plummer. El ya octogenario Capitán Von Trapp se sirvió de textos de sus escritores preferidos para dotar de columna vertebral a su monólogo A World or Two. La pieza, presentada en el Festival de Shakespeare en Stratford, Canadá, recogía tributos a Stephen Leacock, A.A. Milne, Ben Jonson, Ogden Nash y Rudyard Kipling.

El name dropping de autores sirve al espectador para humanizar al actor que admira. Saber de sus canciones y de sus lecturas le retrata fuera de los focos, en la intimidad del hogar. Pero, ay, eso de la intimidad. Qué catártica para ciertas estrellas es la impudicia.

Perdidos, sin rumbo y en el lodo

Catherine Denueve afirma que las estrellas ya no pueden serlo en los tiempos de las redes sociales. “Ya no hay misterio –se quejaba la leyenda del cine francés hace un par de ediciones en el Festival de Cannes-. Los actores tienen sus propias cuentas de Facebook o Twitter y la tecnología permite que se nos persiga con móviles”.

Así que, ya de perdidos en el exhibicionismo hipérbolico virtual al río. Ahí está Carrie Fisher, que en 2009 hizo recuento de sus disgustos con el alcohol y las drogas, de su trastorno bipolar y de sus cuitas familiares en la producción teatral Wishful Drinking. El affaire público de su padre Eddie Fisher con Marilyn Monroe que acabó con el matrimonio modelo con su madre, Debbie Reynolds, la visibilidad a la que le condenó su personaje de Leia en la saga Star Wars o su decisión de recibir terapia de electroshock para paliar su desorden mental se recogían en aquel montaje, y por extensión, en su conversión en documental para la HBO.

 

La cadena por cable estadounidense también se ha hecho con los derechos de la propuesta autobiográfica de John Leguizamo, Ghetto Klown, escenificada en 2011 en Broadway y reconocida con los premios Drama Desk Award y Outer Critics Circle Award. El show, hoy también novela gráfica, recorre el camino de baldosas amarillas seguidas por el actor colombiano de Queens a Hollywood.

También ha recurrido al teatro como terapia Irone Singleton, al que los aficionados a la serie The Walking Dead recuerdan bajo el nombre de su personaje T-Dog. Actualmente, el actor lame sus heridas infantiles en Blindsided by The Walking Dead, un monólogo en el que regresa a su niñez en uno de los barrios más turbios de Atlanta. El suyo es una nueva versión del sueño americano, esta vez en forma de pesadilla zombie, protagonizado por un niño negro, hijo de una madre abusiva y de un padre ausente y criado en un entorno de drogas y violencia.

Muchos actores han hallado en la tendencia escénica del monólogo autobiográfico una forma de autogestión que les libera de esperar a que el teléfono suene. Es catártico, genera ingresos y vuelve a poner a los actores en el candelero. Quién da más (de su vida).

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