INVENTor dEL aparato electrocompositoR 

El incomprendido cura valenciano que fue pionero de la música electrónica hace 85 años

31/08/2018 - 

VALÈNCIA. Según señala el calendario, corre el año 1933. La ciudad de San Francisco inicia la construcción del Golden Gate. Es inaugurado el metro de Osaka. Y, en València, el sacerdote Juan García Castillejo da a conocer su flamante invención: una máquina bautizada como ‘aparato electrocompositor’ que permite crear de forma automática un tipo de música que bien podría considerarse tatarabuela del techno, el drum and bass o el hardcore. Así, este cura, nacido en Cuenca en 1903 y afincado desde muy temprana edad en el territorio valenciano, se convertía sin saberlo en un pionero de los ritmos que más tarde revolucionarían el panorama cultural mediterráneo con la Ruta del Bakalao. Además, su artilugio también ofrecía la posibilidad de acceder por telegrafía a los archivos sonoros, por lo que funcionaba como un primitivo Spotify ideado mucho antes de que Daniel Ek lanzara su compañía de streaming. Un visionario cuya audacia cumple ahora 85 años.

“En aquella época, muchos sacerdotes tenían conocimientos musicales, pero de las melodías que frecuentaban a la electrónica había un mundo. Castillejo era un soñador que puso en marcha toda una teoría sobre los puntos en común que tienen la música y la radiotelegrafía”, indica a Cultur Plaza el investigador José Vicente Gil Noé, quien precisamente dedicó su tesis doctoral a las prácticas sonoras experimentales desarrolladas en València durante la pasada centuria. En este sentido, señala cómo en las primeras décadas del siglo XX la electricidad todavía era percibida como algo “casi mágico”. Desde muy joven, el cura mostró su interés por esa nueva tecnología e incluso llegó a instalar un pequeño taller en su casa en el que se dedicaba a bucear en las posibilidades que se desplegaban ante sus ojos. “Se dejó seducir por la poética de la comunicación a distancia y dio rienda suelta a su imaginación. Estamos hablando de un hombre que idea en los años 30 una máquina que compone sola, es algo que se adelanta a cuestiones tan actuales como los sonidos creados por ordenador”, apunta Gil. 

 

Creador nato, Castillejo explicó el funcionamiento de su artilugio en el libro La telegrafía rápida, el triteclado y la música eléctrica, un volumen publicado en 1944 en el que repasaba varias de sus patentes. Sin embargo, el cura valenciano omitió de forma deliberada ciertos detalles sobre su aparato musical para evitar posibles plagios, una práctica bastante común en esas décadas que ha complicado la labor de quienes han querido continuar con su legado. Lo que es seguro es que la máquina, basada en la tecnología telegráfica y electromecánica tan en boga en esa época, estaba compuesta por doce altavoces, diversos motores, lámparas, transformadores, condensadores y resistencias. Al poner en marcha el aparato, la corriente continua hacía girar unos pequeños motores que estaban preparados para activar unos mecanismos que, de manera aleatoria, producían sonidos breves. Respecto a su vertiente como primigenio Spotfy, las instrucciones compartidas por Castillejo señalan que las perforaciones de la cinta de telegrafía debían ser “seleccionadas automáticamente por distintos motores que hacían reproducir diferentes pistas sonoras grabadas con el fin de que cada 'libro en cinta perforada' se convirtiera en un 'libro sonoro’" según explica el investigador Miguel Molina en su trabajo Ecos del arte sonoro en la vanguardia histórica española (1909-1945)”.

Miguel A. Delgado recoge la historia de este eclesiástico en su libro Inventar en el desierto (Editorial Turner), en el que aborda la vida de distintos innovadores españoles engullidos por la incomprensión de sus coetáneos. “Lo más sorprendente de Castillejo es pensar que, en ese momento histórico, alguien que ni siquiera vivía en una gran ciudad estuviera absolutamente al día de los avances tecnológicos que se estaban produciendo a nivel mundial. Eso hace que su historia sea todavía más fascinante”, apunta a Cultur Plaza el escritor. 

 

"Flores sueltas que terminaron en el olvido"

Según Delgado, persiste la idea de que por aquel entonces “España estaba completamente desconectada del mundo, pero cuando te pones a buscar datos descubres que no es cierto: el país estaba al tanto de lo que estaba ocurriendo. Ahí tenemos a Julio Cervera, pionero de la radio, o a los  impulsores del submarino, la lista es larguísima. Pero casi siempre se trata de Quijotes, de gente que intenta que sus proyectos triunfen pero se enfrenta a la falta de infraestructuras financieras que apuesten por ellos. Eran flores sueltas que terminaron en el olvido”. El caso de Castillejo es excepcional por un pequeño matiz: “sus ideas estaban tan adelantadas a su tiempo que las entendemos mejor desde nuestra época de lo que podían entenderlo sus congéneres”. 

Sin embargo, las demostraciones que realizó Castillejo de su máquina no tuvieron buena acogida en una España que se resistía a subir al carro del progreso. Ante la indiferencia recibida, el sacerdote decidió abandonar su faceta de inventor, al menos, en sociedad. Poco más se conoce sobre él, “acabó siendo presa de la decepción y rompió con todo. Por lo que sabemos, no volvió a ocuparse de esos temas y continuó con la vida normal y corriente que podía esperarse de un cura de esos años”, señala Delgado. “Usualmente, estos visionarios que fracasan defienden sus ideas hasta el último momento, no es el caso de Juan, que optó por el silencio”, destaca. No busquen su creación en ningún museo: tras su muerte, alrededor de 1985, se consideró que esos artilugios no tenían valor y acabaron siendo entregados al chatarrero.

 

Que la inventiva de este Tesla valenciano haya llegado a nosotros se debe principalmente al azar: a finales de los años 70 el musicólogo y artista sonoro Llorenç  Barber se encontró por casualidad con el libro de Castillejo en una librería de lance de Madrid. Maravillado ante el descubrimiento, comenzó a tirar del hilo y, poco a poco, fue creando una legión de admiradores del cura. En la actualidad, el personaje sigue siendo un desconocido para la ciudadanía, pero sí constituye un icono entre los profesionales del arte sonoro y la música experimental. Tanto es así que incluso existe un galardón con su nombre: el Premio Cura Castillejo, que reconoce a los creadores españoles más importantes en este ámbito y fue instaurado por el propio Barber en 2008 como parte del festival Nits d'Aielo i Art. Algunos de los ganadores en estos años han sido el compositor Miguel Álvarez-Fernández, la cantante Fátima Miranda y el colectivo de improvisación IBA. Según indican sus responsables, estas distinciones buscan honrar a quienes desarrollen “una labor de creación, reflexión y difusión del arte sonoro más allá de los rígidos marcos institucionales propios de la ‘música contemporánea’”. 

Por otra parte, el grupo de investigación del Laboratorio de Creaciones Intermedia de la UPV lleva años realizando actividades de homenaje a su figura, como un software creado por Stefano Scarani que emula el funcionamiento del aparato o incluso un concierto en el que interpretan música a partir de las innovaciones tecnológicas que el sacerdote planteó. “Con lo vanguardista que era él, es lógico que quienes primero reivindiquen su proyecto y le pongan en el mapa sean los especialista en artes experimentales. Si no fuera por ellos, su nombre se hubiera olvidado”, apunta Delgado. Sin embargo, el autor reclama que sean la instituciones públicas las que “comiencen a hacer ese esfuerzo por ensalzar a gente como él, que fue sobresaliente”. En la misma línea, Gil critica la ausencia de Castillejo en los libros de historia de la música valenciana, “nadie le ha hecho ni caso. Se le conoce en los  ámbitos del arte sonoro, pero si vas a un conservatorio, probablemente no hayan oído hablar de él”. 


Y es que, más allá de los logros alcanzados por el sacerdote en vida, Delgado destaca “la gran creatividad” de este precursor del maquinismo musical. “No sabemos cómo funcionaba exactamente su aparato, por eso en las reconstrucciones que se han hecho se han tenido que cubrir esos interrogantes que él dejó. Pero me atrevo a decir que, incluso aunque no funcionara, no le restaría ni un ápice de importancia a su trabajo: no es simplemente la descripción de la máquina, sino la forma en la que habla de la sociedad inalámbrica que iba a llegar. Tiene unas ideas impresionantes, propone tender un cable submarino entre la costa valenciana y Baleares que registraría el paso de los peces: es decir, tenía en mente el concepto de radar, algo que entonces era altísima tecnología. Es muy llamativo ver cómo piensa en posibles aplicaciones prácticas de los conceptos que va desarrollando”, indica el escritor, quien desliza que “hay inventores que son buenos fabricando artilugios, pero hay otros que van más allá y son capaces de ver hacia dónde va a evolucionar la tecnología, de identificar nuevos caminos”. 

De momento, la trayectoria de Castillejo sigue repleta de incógnitas. Un vacío biográfico que brinda a sus fans la oportunidad de soñar con que, en algún recóndito rincón de una chatarrería valenciana, permanece olvidado un extraño artilugio algo destartalado capaz de hacerle sombra a David Guetta o Chimo Bayo


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