El escritor de Vila-real publica su cuarta novela Otoño lejos del nido, un thriller que retrata las redes (in)sociales, el mundo editorial, la controvertida vida virtual y la violencia que impera
CASTELLÓ. Pocas veces se verá a un periodista cultural trabajando codo con codo junto a un sargento de la policía. Ellos tan bohemios, ocupando las últimas hojas de un diario y yendo a las fiestas alternativas de la ciudad. Debe ser el relato de una novela de ficción, sino no cuadra. ¿O esta relación se da más a menudo de lo que pensamos? En Otoño lejos del nido, la sargento Ivet Portabella investiga la muerte de una joven que aparece colgada dentro de un nido que pende de un árbol, como si perteneciese a un ritual satánico o alguna cosa así. Al mismo tiempo, un alto cargo económico alemán es asesinado. ¿Y qué tiene que ver con todo esto el periodista? Édgar Brossa, un freelance en horas bajas, acepta investigar la desaparición de un novelista, que misteriosamente tenía el mismo tatuaje que el banquero. Es por eso que su trabajo confluirá inevitablemente con el de la policía para averiguar qué ha pasado.
Ángel Gil Cheza (Vila-real, 1974) se pone al frente de este thriller que marina perfectamente el suspense con la actualidad. De hecho, tanto importa el puzzle que hay por resolver como el contexto social e histórico en el que su trama se desarrolla. Así, a través de sus personajes principales, el escritor retrata las inquietudes y miedos que tienen diferentes tipos de persona. Ivet asiste a los últimos días de vida de su perro y siempre tendrá en mente a la hija que nunca tuvo. En su caso, Édgar, zarandeado por la crisis económica, pasa de dirigir su propio medio a caer en la absoluta ruina. Hay un momento de la trama en la que este se pregunta cuántas veces debería acudir una persona a un comedor social antes de descolgarse para siempre del conjunto de la sociedad. Además de ello, se habla del derecho a ser y de la transexualidad, de cómo aterra fracasar como hombre, de la incomunicación en un mundo hiperconectado, de cómo en un día de partido el tráfico, los secuestros, los asesinatos o las violaciones no son competencia para el fútbol, que acapara todos los focos. Hasta se sitúa en una misma línea -la del silencio- a la vida, la muerte y el amor.
Otoño lejos del nido supone la cuarta novela de Ángel Gil Cheza con la editorial Suma de Letras, quien suma a su biblioteca personal las publicaciones de El hombre que arreglaba las bicicletas, La lluvia es una canción sin letra y Pez en la hierba. Será el próximo 6 de febrero cuando por fin la publique al mercado y por eso ha preparado un evento un tanto especial. El vila-realense la presentará un día después, a las 18:45, en la Casa dels Mundia de su ciudad y para ello ha organizado una fiesta en la que actuarán Heatwaves y Les Cactus. Además, acompañarán al escritor el periodista David Hernández (nomepierdoniuna) y el editor Iñaki Nieva. Y los beneficios de los libros vendidos en ese día irán destinados a Aspanion, en apoyo a niños enfermos de cáncer y su familia.
-Resulta curioso que tantos escritores de Castellón ubiquéis vuestras tramas en Barcelona. Así lo han hecho recientemente Anna Moner, con La mirada de vidre, o Pablo Sebastiá, con Reikiavik. ¿Qué vínculo escondes tú con la ciudad?
-La anterior la ubiqué en Vila-real, pero tenía pendiente escribir sobre Barcelona, supongo que porque viví allí y porque uno de los temas que se tratan es el mundo editorial y este, además de en Madrid, es en Barcelona donde tiene muchísima presencia. Igualmente, el nido en el que me baso y del que se derivó la ambientación es real, un nido para humanos que estaba en la serra de la Collserola. También, este libro nace de una historia que empecé a escribir hace años, antes incluso de la segunda novela, pero que dejé sin terminar porque me di cuenta de que los dos personajes protagonistas se parecían mucho a los de Millennium, de Stieg Larsson. No quería que pareciera que me estaba copiando, así que la abandoné. Al final, he retomado solo una pequeña parte de ella y he escrito esta. Pero ahora estoy escribiendo una historia ambientada en Borriana.
-Parece que un thriller es más thriller si transcurre en otoño, con el frío acechando y las hojas cayendo, que no en verano. ¿Lo pensabas tú también así antes de escribir la novela?
-La verdad es que no. Mi anterior novela negra también estaba ambientada en otoño, en el mes de noviembre, pero no lo había pensado. En esta no me quedaba otra por el título que tiene, pero la que estoy preparando ahora mismo transcurre en verano. Aunque sí que es cierto que el paisaje, la humedad, los colores y los grises ayudan a crear una mejor atmósfera y en mi narrativa esta es muy importante. Y para transmitir la ambientación es bueno apelar a los cinco sentidos, sin abusar, de uno en uno, pero llevar al lector a saborear, u oler, o agudizar el oído ayuda a que se sumerja en la novela.
-En este caso hablamos además de un thriller para nada atemporal, donde todo lo que sucede está ocurriendo fuera. El 155, la crisis, el derecho a cambiar de género y de identidad. ¿Gana fuerza una historia si se ficciona a partir de la realidad?
-En mi caso lo único que he hecho respecto al marco histórico ha sido reflejar lo que estaba ocurriendo en Cataluña, porque la trama tenía que ser verosímil y no podría haberlo sido si hubiera omitido las circunstancias que se vivieron. Aun así, no hay una relación directa, simplemente abordo en la novela los acontecimientos históricos, geográficos y sociales que pueden rodear la trama. Cuando escribo me gusta utilizar la toponimia local, la onomástica propia, y situar las historias en un marco social y cultural. Podría apelar simplemente a un espacio y hacerlo más etéreo, fugaz, pero me gusta darle toda la información al lector para que sienta más real la historia.
-La misma cotidianidad parece cargada de ficción. Así lo expones tú mismo en el libro cuando te refieres a una sociedad que “convive con redes (in) sociales donde todo es mentira en algún grado”. ¿Hasta dónde puede llevarnos este movimiento de la posverdad?
-Más que posverdad, que es un término que se ha utilizado mucho en el pasado para lo que ahora llamamos fake news, podemos hablar de que realmente las redes sociales invitan a inventarse y a construirse, y no siempre llegamos a saber toda la verdad sobre lo que nos rodea, ni sobre nosotros mismos. Escogemos una imagen nuestra, una descripción, cualquier cosa que nos defina y no otra porque creemos que salimos mejor parados, pero quizá aquello que no escogemos nos refleja con más justicia. Es inconsciente. Tenemos una posibilidad de mostrarnos y mostramos una parte, la que consideramos mejor. La parte por el todo. Pero es peligroso porque podemos perder la perspectiva de quiénes somos.
-Édgar Brossa, un periodista cultural que acepta investigar la desaparición de un novelista. Has ido a hablar de dos mundos que conoces muy bien.
-Podríamos decir que he tenido la suerte de que me hayan invitado a hacer columnas para varios periódicos, entre ellos Castellón Plaza, pero realmente no conozco mucho el mundo periodístico. Lo mío ha sido un poco de intrusismo en un oficio para el que seguramente no estoy demasiado capacitado. En cambio, el mundo editorial sí lo conozco, he trabajado tanto como editor, como corrector, como escritor. Y a la gente que lee libros le gusta saber sobre el mundo de esos libros, la trastienda editorial, los secretos del oficio. Está bien profundizar y poder dar una visión de este sector tan desconocido.
-¿Se está corrompiendo el mundo editorial?
-Más que corromperse, trabaja en unas dinámicas de mercado, como todo, pero es muy frecuente que los criterios literarios no sean los que prevalecen a la hora de tomar decisiones. Y de ese modo se pierden muy buenos trabajos que no llegan a publicarse.
-Parece haber una línea muy delgada entre quienes tienen una vida aparentemente estable y los que tienen tan pocos medios que han de recurrir a un comedor social. En Otoño lejos del nido hay un personaje que baila de aquí a ahí. ¿Somos más precarios de lo que a priori pensamos?
-El paso entre un mundo y otro es más rápido de lo que creemos. Hay mucha gente que antes de la crisis llevaba una vida corriente, tenía su vivienda, su trabajo, su coche, podía permitirse salir a comer fuera una vez a la semana, y que ahora lo han perdido casi todo. Hoy en día trabajar tampoco es garantía de poder llegar a fin de mes o de tener cubiertas unas mínimas necesidades nutritivas, sanitarias, porque hay quienes trabajan en precario y cuyos sueldos no llegan a todo. A mi personaje le ocurre, tiene una posición laboral más que aceptable dentro del mundo cultural, es una persona conocida, tiene contactos, es respetado dentro del oficio, pero por diferentes circunstancias pierde su revista, y en cuestión de dos años cae de manera inevitable en el subsuelo social. Y este personaje tiene anclajes, tiene padres con una vida sin lujos, con deudas, pero con su pequeña casa. Pero eso tampoco le garantiza una vida digna, y se resiste con todas sus fuerzas a vivir de ellos mientras cae más y más.
-Hablando de identidad, sacas el tema de qué significa ser hombre y cómo la sociedad se lo pone difícil a todas esas personas que han querido cambiar de sexo.
-Sí, hay un personaje transexual. Fue un reto construirlo y darle verosimilitud, intenté hacerlo con humildad y respeto. Quería visibilizar a una parte de la sociedad que no solemos ver en la ficción más allá de papeles estereotipados. Y ahondar en una reflexión diferente, que en la novela hace el personaje a través de sus pensamientos, agradece de cierta manera el esfuerzo que han hecho su hermana y sus amigos para aceptarlo, pero realmente lo que estos aceptan es su libertad para decidir qué quiere ser, pero no aceptan en el fondo o no comprenden que él siempre ha sido un hombre.
-Impartir clase de literatura te permite hablar de muchas cosas, nosotros comentamos desde series o películas hasta videojuegos como el Fortnite. Todo lo que sea ficción tiene cabida. Por tanto, salen muchos temas. Realmente, la gente de nuestra generación podemos pensar que las cosas hoy en día están mal, tener una percepción apocalíptica del mundo. Podemos tener esa percepción, pero ellos no la tienen. Tienen el derecho de jugar su cartas. Por lo tanto no, no podemos darles un mensaje pesimista. De manera subliminal se puede intentar que la literatura, el cine o las series les muestren una concepción de las cosas y alimenten su espíritu crítico, pero ellos tienen el derecho de jugar su propia partida.
-Dices aprender tú también mucho de tus alumnos. ¿Qué es lo que más les preocupa a ellos?
-Es difícil porque yo estoy casi dos generaciones por encima. Viven otra época e intentar entenderlo es un poco estéril. Es como si mi abuelo intentara entender por qué yo escuchaba a los Pistols, sería incapaz de comprenderlo. Hay que respetar ese salto generacional, porque algunas cosas nos son imposibles de comprender. Hay un salto social y cultural que nos lo imposibilita y se ha de asumir. Solo hay que mirar hacía atrás y ver que tampoco nosotros esperábamos que nos comprendieran. Hay que acompañarlos, tener empatía, sabemos qué es ser adolescentes porque todos lo hemos sido. Pero hay que dejar que vivan su momento.
-Echemos ahora la vista hacia adelante, ¿qué nos avanzas de tu futura novela?
-Continúa siendo negra y como he dicho está ambientada en Borriana y en una particularidad local muy singular, si no se conoce el porqué, como es el surf. Aunque pueda parecer raro en el Mediterráneo, en esta población tiene muchos adeptos, incluso un festival internacional, un club con más de cincuenta miembros… y en esta cultura del surf tengo un material que es gasoil para construir una trama que empieza a principios de los 90 y se desarrolla en la actualidad.
-Algunas “manías” que tengas a la hora de ponerte a escribir.
-Intento no leer demasiado cuando estoy en un proceso de escritura activo, para que no haya nada que me influya muy directamente. Obviamente, leo algo y todo te influye, además ya te has empapado de otras lecturas que tienes recientes, pero intento que sea lo mínimo. Quizá por eso, esta historia, y también la anterior, tiene ritmo de serie, porque al final lo que estás viendo cada noche acaba influyendo en lo que escribes… cómo construyes los personajes, la cadencia de la trama, el ritmo… y por eso puede que escribamos novelas que parecen series. Aun así mi narrativa siempre ha sido muy cinematográfica, creo que es cosa de nuestro tiempo.
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