VALÈNCIA. Conocimos a Gustavo Hernández gracias a La casa muda (2010), una de esas pequeñas películas que llaman la atención en el circuito de festivales por su singularidad: Estaba rodada en un plano secuencia y se supone que, en tiempo real, lo cuál no era cierto, pero daba bien el pego y el dispositivo funcionaba de maravilla. Basada en unos asesinatos que tuvieron lugar en una casa abandonada en los años cuarenta, la cámara nos introducía en un espacio cerrado en el que nos enfrentábamos de una manera muy inmersiva al horror en estado puro, con un manejo magistral de la tensión, el suspense y algunas explosiones de violencia de lo más virulentas.
La película además fue rodada en cuatro días, sin prácticamente iluminación, una cámara de fotos digital prestada y un equipo de 15 amigos. El resultado, una obra de culto que demostró que menos es más y que el éxito no tiene nada que ver con los grandes presupuestos cuando hay detrás muchas dosis de talento y de originalidad.
La casa muda por desgracia no se estrenó en nuestro país, tampoco su siguiente trabajo, Dios local (2014) que pasó por la Quincena de Realizadores de Cannes y por supuesto por el Festival de Sitges. Y ahora sí nos llega su tercera película, No dormirás, en cuyo reparto encontramos los nombres de dos actrices españolas, Belén Rueda y Natalia de Molina.
No dormirás tiene uno de los planteamientos más curiosos (y complicados) del cine de terror reciente. Un grupo de teatro amateur está preparando una obra en la que el objetivo es experimentar con el insomnio, pero de forma real. Tienen que estar sin dormir varios días porque a partir de un momento determinado, el cuerpo sigue despierto pero el cerebro alcanza nuevos niveles de percepción y se abre a una dimensión sensitiva que no se sabe hasta dónde te puede llevar. Desde ese lugar los integrantes de la compañía tendrán que interpretar un texto que fue escrito por una mujer que se suicidó en una institución psiquiátrica después de intentar matar a su bebé. Por supuesto, la obra se desarrollará en esa institución psiquiátrica para aportar un nivel de sugestión todavía mayor a ese macabro juego de espejos entre realidad y ficción.
Una joven, Bianca (Eva de Dominici, un gran descubrimiento), será reclutada por la gurú de este loco experimento, Alma (Belén Rueda), cuya forma de acercarse a la performance en cuestión es desde una perspectiva muy visceral y violenta, a través de la extracción de los demonios internos para acceder a las partes más incómodas del inconsciente. Es ambiciosa y además no tiene escrúpulos para manipular a todos aquellos que la rodean para salirse con la suya.
La propia Belén Rueda ha declarado que aceptó el papel a pesar de la oscuridad que contenía porque en el fondo tenía algo de catártico que le recordaba al teatro que practica Angélica Liddell. Las fronteras entre lo real, lo experiencial, la razón y el espíritu se difuminan y se entra en un espacio en el que se supone que se libera toda la represión a la que estamos sometidos en el seno de la sociedad.
Quizás, lo menos interesante de la película es que, para adentrarse en el horror de la psique, se utilice el elemento fantasmal de una manera explícita. Los espíritus de las personas que fallecieron en ese psiquiátrico maldito intentarán poseer los cuerpos de los miembros del grupo de teatro. ¿Estas presencias son de verdad o fruto de la sugestión de los implicados al verse sometidos a esos niveles de presión psicológica?
En cualquier caso, lo que resulta indudable es el virtuosismo de Gustavo Hernández detrás de la cámara. El director vuelve a utilizar el espacio como un personaje más. La cámara nos adentra en él descubriéndonos poco a poco los secretos que se esconden tras sus paredes y a lo largo de sus lúgubres y húmedos pasillos. Se trata de sugerir más que de enseñar, de introducir al propio espectador en un lugar a medio camino entre la vigilia y el sueño, casi como si estuviera en un estado de hipnosis. Un clima alucinógeno construido a partir de pequeños detalles y de una planificación secuencial muy rigurosa que funciona sobre todo cuando menos muestra, volviéndose algo más convencional cuando opta por la combinación contraria.
También resulta fascinante el juego que se establece entre la narración y el proceso creativo y representacional, ese Teatro del Suicidio que abandera Alma, tan retorcido y cruel como hipnótico y absorbente. No dormirás es una estupenda pieza de terror psicológico, mucho más compleja que la mayoría de las películas de su estirpe, y quizás esa sea una de las razones por las que en su parte final termina resultando un tanto confusa y rocambolesca. Pero hasta llegar a ese punto, la experiencia merece mucho la pena. Y Belén Rueda está magnífica en su papel de malvada chiflada, dándole la vuelta a su interpretación en otra obra de terror gótico memorable como fue El orfanato.