CRÍTICA DE CINE

'Oro': la impersonal soledad del conquistador

10/11/2017 - 

VALÈNCIA. Los relatos de viajes en torno a las conquistas, esos diarios de selva, miseria y muerte se reescribieron para siempre cuando Werner Herzog publicó Conquista de lo inútil. La posmodernidad se apropió así de una forma de entender el pasado que no ha dejado acoger fórmulas. La última la firma Agustín Díaz-Yanes y es una reconstrucción del personaje del conquistador. Los españoles que ansiaban el Oro buscaban en realidad una salida, un objetivo ante la nada misma que era la vida de un joven en el siglo XVI.

La película del director de Alatriste, Solo quiero caminar o Sin noticias de Dios parte de un relato inédito de Arturo Pérez-Reverte. Ambos lo guionizan y parecen sentirse en su salsa con las reglas de honor de la España imperial. Honor, jerarquía, mujeres sometidas y desestabilizadoras y la soledad del hombre como colofón. La camaradería y los rangos priman ante la desesperación de la existencia. Las relaciones se agrietan constantemente y aquellos repudiados por el sistema, no tanto quienes querían hacer fortuna como los que sentían que España les iba a confundir con la muerte demasiado jóvenes, acaban embarcándose hacia América.

Oro narra la historia de un grupo de españoles contra el mundo y contra sí mismos. En busca del metal más preciado para saciar el afán imperialista de Carlos, la lotería de la vida y la aventura son el salvoconducto para huir de la más absoluta miseria. No es casual que el film arranque con un plano en el que el protagonista tiene su cara metida en la ciénaga, mientras que sus momentos finales –pese al destino– son mucho más esperanzadores. Lo importante es que en esa búsqueda no sólo acabarán con los indígenas, sino que se pudrirán entre sí y acabarán mostrando una idea de la vida frágil y volátil. 

Una de las principales aportaciones del relato cinematográfico es fijar que "España no descubrió nada. Me jode haberme formado a partir de esa idea", comenta Óscar Jaenada a este diario tras el pase de la película dentro del ciclo de estrenos Festival Antonio Ferrandis de Paterna, en Kinépolis. Junto a Raúl Arévalo recibió a los medios apenas unos días después de que la crítica haya fijado algunas bondades sobre el film, conteniendo la respiración para recuperar las buenas sensaciones en el primer fin de semana de taquilla de un viaje visual de galones.

Los galones, además de por el montaje (Marta Velasco), los marca una retahíla de actores casi irrepetible de volver a alinear: Arévalo, Jaenada, Bárbara Lennie, José Coronado, Anna Castillo, y una segunda fila de ensueño artístico: Luis Callejo, Antonio Dechent, Andrés Getrúdix y la colaboración de Juan Diego. Y si hubiera que valorar el film a partir de la dirección de actores, sin duda salvar la producción de una pelea de gallos está entre sus logros. Según comentó Arévalo a Valencia Plaza, algo más natural de lo que pueda parecer desde fuera y a lo que favoreció –asegura– la convivencia en Canarias. El resto se filmó en la jungla panameña.

Las marcas del tándem Pérez-Reverte-Díaz-Yanes

Los actores tienen una tendencia a agravar la voz, como pesados por el texto y el tono de un lenguaje de otro tiempo. No obstante, la cinta es ágil por las citadas virtudes en el montaje y la calidad en la materia prima actoral. La crudeza en el desarrollo de los sucesos aporta estímulos constantes, aunque entre esos destellos quizá lo más impersonal acabe resultando la misma dirección. Una película de época que no pertenece exactamente a ninguna época, en la que hay un exceso de narrativa que ya se anuncia con sus interminables dos cartelas iniciales. 

El papel del texto y el autor está presente hasta en los personajes, y en el devenir del de Gertrúdix (Licenciado Uzalma) hasta se puede jugar a adivinar la visión del escritor frente a la muerte y sus egos con el legado. El uso de los animales, la frontalidad con la que se aportan un sinfín de muertes, la visión de España y, sobre todo, de la soledad total del conquistador, son algunas de las aportaciones más nutritivas. La película encontrará muchos públicos, ya que entre sus muchos equilibrios logra cuestionar la imagen de la España más boyante con una autocrítica histórica con la que nadie puede sentirse ofendido.

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