VALÈNCIA. Cuando en 2011, la actriz argentina Martina Gusmán formó parte del jurado de la Sección Oficial de Cannes, no pocos repararon en su enorme parecido con la francesa Bérénice Bejo, protagonista de The Artist (Michel Hazanavicious), a concurso aquella edición. Desde entonces, ambas actrices han bromeado con la idea de interpretar a dos hermanas en un filme. La quimera se ha hecho realidad y llega a los cines el 4 de enero. Pablo Trapero las dirige en La quietud, un drama que plantea una turbadora e inquietante relación fraternal donde planea una pulsión incestuosa. Hay secretos de familia, bloqueos emocionales, violencia y un pasado político que atormenta. De todo ello nos hablaron el matrimonio Trapero-Gusmán en el pasado Festival de Toronto.
-El arranque de La quietud, con una doble masturbación de las protagonistas, asienta las bases de la naturalidad con la que se va a abordar el universo femenino. ¿Te apoyaste en las actrices para darle credibilidad a la escena?
-Pablo Trapero: Todas las escenas de intimidad y sexualidad están escritas muy parecidas a cómo se rodaron, pero antes de filmarlas les consulté a ambas si tenían sentido, si estaban bien, si eran una fantasía. En general hay tan poca mirada sobre la sexualidad femenina, que todo parece un poco extremo. A nadie le llamaría la atención, en cambio, una escena de masturbación entre hombres, porque está en el inconsciente colectivo de todos y además la viste, por ejemplo, en Amarcord (Federico Fellini, 1973).
-Martina Gusmán: Al ser mujeres, se genera una sensación más disruptiva, porque es tabú. La película es valiente. No te engaña. En el minuto nueve te indica por dónde va a transitar. Te pone en un nivel de intensidad, emocionalidad y exploración que trasciende la sexualidad, porque hay mucho amor, es muy infantil y lúdica. La quietud es absolutamente provocadora e inquietante, pero en todos los sentidos, no solamente en el sexual. Pablo se ha animado de una manera muy audaz a contar el mundo femenino desde el empoderamiento.
-¿En qué medida te has sentido expuesta emocionalmente?
-M.G.: Siento que es la película en la que más expuesta me he sentido. Y no por las escenas sexuales, porque me filmó divina. Pablo fue muy cuidadoso, y estéticamente son muy lindas. La exposición reside en que Mía es un personaje muy a flor de piel, aunque disfuncional y particular, con emociones muy primarias. Hay algo muy fuerte en esa resiliencia, en su necesidad de amor tan profunda.
-¿Cómo trabajasteis la complicidad que requerían vuestros papeles?
-M.G.: Más que de hermanas, trabajamos perfiles de una misma mujer. Ese era el desafío. Pablo también juega con planos cerrados, de modo que el espectador no se sabe de quién de los dos personajes se trata. Y esa confusión da pie a pensar que se trata de dos partes de una misma mujer. Todo lo que mi rol, Mía, puede expresar porque tiene a flor de piel es lo que Eugenia no puede por su personalidad. Las dos juntas dan una mujer más equilibrada. Para llegar a esa complementariedad, como la mayor parte del tiempo tuvimos que trabajar a distancia, le propuse a Bérénice enviarnos imágenes, fotos, música… de momentos importantes de nuestra vida, relacionados con nuestra infancia, para ir construyendo la representación mental de esa otra a partir de cuestiones muy vívidas y primarias de cada una. Así creamos un mundo imaginario de conocimiento y conexión. Cuando ella ya vino a Argentina, estuvimos conviviendo juntas las 24 horas del día.
-P.T.: La película lleva el parecido al extremo, podría ser el mismo personaje interpretado por dos actrices o el reverso que se muestra en Ese oscuro objeto del deseo (Luis Buñuel, 1977).
-En los encuentros con el público, los espectadores te preguntan por los personajes como si fueran reales. ¿A qué crees que se debe esa confusión?
-P.T.: Cuando una escena no te interesa, no te gusta o te aburre es porque no te interpela. En cambio, aquí, la audiencia se ha sentido impactada y no distingue a las actrices de sus personajes. Me tratan como si fuera un familiar. Ese vínculo es el que propone La quietud con el público. De hecho, en las escenas siempre hay una cama vacía o una silla desocupada en el desayuno, como invitando al público a formar parte de esta familia y a ser testigos de la intimidad de estas hermanas.
-¿Qué tienen las familias endogámicas que te atraen tanto?
-P.T.: Tiene que ver con los universos cerrados que tan bien han abordado Hitchcock y Buñuel. La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954) por ejemplo, es la historia de amor prohibido entre un fotógrafo mayor y una mujer más joven, de clase social alta. Sin embargo, no se expresa como melodrama, cuando sí lo es, aunque se disimule con el suspenso. O El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962) que aunque no trata sobre una familia, está protagonizada por un grupo de gente que no puede salir.
-¿Qué atractivo hay entonces en esos mundos cerrados?
-P.T.: Las familias, los grupos de trabajo tienen códigos propios. Y cuando dices el mismo chiste fuera de esos universos no se entiende porque estás en otro contexto. Por eso me gusta tanto ver a grupos de personas en situaciones endogámicas, en estos encierros. Sus actitudes son muy diferentes de las que muestran afuera. En ese sentido, La quietud es muy extrema. Son todos divinos, hermosos, parecen salidos de Instagram, de revistas de modelos, pero su intimidad es muy diferente de su imagen pública. Ese contraste entre público y privado nos habla a todos y ayuda al espectador a entrar en la trama.
-De la misma manera que El clan (2015), esta familia endogámica está condicionada por el contexto político. Pablo, ¿por qué necesitas volver una y otra vez a la memoria histórica?
-P.T.: Para mi hijo de 16 años no son más que retazos del libro de historia. No tiene más significado que estudiarlo en la escuela, es ficción. Sin embargo, en las generaciones grandes, lo sucedido durante los regímenes militares todavía está ahí. En Argentina, además, hubo juicios, mucho análisis… En este caso, a diferencia de El clan, trata de cómo llega ese periodo histórico a las nuevas generaciones, porque las chicas se crían en otro país, de modo que no tienen nada que ver con esa historia y no la vivieron físicamente. Sin embargo, les llega igual, porque es un proceso que está en etapa de cicatrización. La historia te vuelve encima porque no han pasado suficientes generaciones para cerrarse.