VALÈNCIA. Como recomendamos en esta columna, Daguerréotypes, el documental de Agnès Varda en 1976 es una de las obras cumbres del género. En él, la directora de Bruselas, integrante femenina de la Nouvelle vague francesa, entrevistaba a los vecinos de su calle en París. Todos ellos eran pequeños comerciantes cuyos anhelos estaban fuera de sus tiendas y sus rutinas. Era una película de gran humanidad y ciertamente pesimista.
Desde entonces, la directora ha seguido trabajando sin interrupción y firmando documentales de gran calado. El ejemplo más reseñable es Los espigadores y la espigadora, de 2000, sobre la gente que, por necesidad o por afición, recogían objetos de las basuras y los vertederos.
El año pasado, cerca ya de los 90 años, Varda se ha adentrado en rincones de la Francia profunda para mostrar los mundos que en el nuevo siglo están dejando de existir para siempre. Los trabajadores ahora tienen un halo romántico, son los últimos en su especie y valoran mucho lo que hacen. Los lugares, como aquellos vertederos, son zonas deshabitadas que ya no dan mucho más de sí de no ser por ellos. El trabajo, Caras y lugares, es una especie de síntesis de los otros dos aludidos vídeos tan celebrados.
En la última Mostra Viva del Mediterrani el último documental de Varda se alzó con el premio Pont del Mediterrani. "Transmite el inmenso deseo de vivir y un testimonio de amor y respeto a la vida", declaró el jurado. Un contraste con las últimas informaciones que llegaron a España desde Francia sobre la situación del campo. Allí, cada dos días se suicida un agricultor, informó el diario ABC según las cifras oficiales del Instituto Nacional de Estadísticas Económicas (INEE).
Junto al artista gráfico JR, la pareja se adentrará en lugares un tanto inhóspitos de la geografía francesa. Llevarán a estos sitios su Inside out Project consistente en imprimir fotos de grandes dimensiones y plasmarlas en las paredes, muros o edificios de los pueblos, granjas e industrias.
Pueblos mineros
La primera en ser visitada es una mujer de una localidad minera que es la última superviviente del lugar. No se quiere ir porque alberga demasiados recuerdos de la zona como para abandonarla. Entrevistada por el artista urbano, la señora recuerda cuándo su padre les llevaba a ella y a sus hermanos mendrugos de pan manchados de carbón. Otro hombre que pasa por el lugar habla de cuando tenía que lavarle la espalda a su padre y descubría los moratones que tenía por las rocas que le iban cayendo encima mientras trabajaba. Un ex minero recuerda: "sufrí lo indecible".
La siguiente parada les lleva a un agricultor que es capaz él solo de cultivar 800 hectáreas. Tiene un tractor moderno completamente informatizado que le permite hacerlo sin grandes esfuerzos. Pero claro, está solo. Recuerda cuando antes, para realizar estas labores, tenía que contratar a cuatro o cinco peones agrarios. Ahora nada de esto ocurre y está allí solo porque el campo está completamente mecanizado.
La entrevista más deudora de los Daguerréotypes es la que le realiza Varda posteriormente a un obrero que se va a jubilar. Llegan a su fábrica, a la que le darán otro aire colocándole fotografías gigantes en las paredes de hormigón, y consiguen una confesión sincera de ese hombre.
Prejubilados
Dice que se siente como si hubiera llegado al límite de un acantilado. En su último día, asegura que al día siguiente dormirá toda la mañana pero es consciente de que al tercero se sentirá completamente "vacío".
Siguen apareciendo lugares semejantes. Granjas llevadas por solo dos personas. Una mujer explica que, al contrario de lo que hace todo el mundo, ella la desmecanizó. Quitó las máquinas de ordeñar porque le molestaba el ruido y le daba más trabajo limpiarlas que ordeñar ella misma a cada vaca.
Quizá la imagen más impactante es la de un bunker nazi clavado en mitad de una playa en Normandía. Las piedras que lo sostenían en lo alto se habían ido cayendo y el alcalde decidió tirarlo para evitar que le cayera a alguien encima. Lo que ocurrió fue que se quedó clavado verticalmente en la arena.
Tumbas perdidas
Al final del camino, Varda tenía pensando encontrarse con Jean Luc Godard, pero su compañero generacional le deja un hiriente mensaje en la puerta de su casa. Un recuerdo de su marido, el genial Jacques Demy, que hace que la anciana rompa a llorar. Mejor les va cuando visitan la tumba del fotógrafo Cartier-Bresson, enterrado junto a su mujer en un cementerio de diez lápidas. Otro de los tesoros que esconde esa Francia interior.
El pretexto de la película es colocar las grandes fotografías de JR en las paredes de los lugares que visitan. Una expresión artística nada desdeñable, un tren de mercancías tras ser tuneado por el chaval con sus imágenes -entre ellas los pies de la directora- se convierte en una maravilla. No obstante, lo que subyace es la mirada limpia y profunda de Varda en el interior de las personas, especialmente de aquellos que de algún modo u otro son un verso libre sin necesidad de trascender artísticamente, sino con su anónimo trabajo. Es una de las mejores cineastas vivas, a años luz de reputados compañeros generacionales, y cada trabajo que estrena es una bendición.