FICHA TÉCNICA
Jueves 14 de diciembre de 2023 Palau de la Música de Valencia Obras de Bartók y Ravel Antoine Tamestit, viola Orquesta de Valencia Pierre Bleuse, director musical
VALÈNCIA. Precioso y espectacular programa, de enorme exigencia técnica para todos los comparecientes, compuesto de cuatro pequeñas, por su longitud, obras maestras de la música del siglo XX, y unos resultados que hay que calificar de deslumbrantes. La Orquesta de Valencia se ha empeñado en darnos alegrías, y muchas esperanzas, este este primer año, post reapertura del Palau y segundo año del “período Liebreich”, aunque en esta ocasión la dirección corriera a cargo del debutante en Valencia, el muy interesante director galo Pierre Bleuse actual titular del prestigioso Ensemble Intercontemporain, fundado por Pierre Boulez en 1976.
La encantadora Le Tombeau de Couperin de Ravel, estuvo dominada más por el control del sonido general en detrimento de cierta transparencia y preciosismo. Faltó también cierta opulencia en los crescendos y, en definitiva, algo más de contrastes dinámicos. En absoluto fue una lectura decepcionante, y más en una obra tan expuesta lo que no debe ser nada fácil atacar como pieza de inicio. Magnífico estuvo el omnipresente oboe de Mariano Esteban, al que Ravel le regala una extensa y difícil partitura.
También debutaba con nuestra formación Antoine Tamestit, y que está llamado a ser uno de los solistas de viola más relevantes de la actualidad. No seré yo quien lo discuta pues lo demostró con un referencial concierto, en el que presumió de un dominio absoluto del instrumento, literal extensión de su cuerpo, y un virtuosismo siempre siempre al servicio de la expresión. “Vive” Bleuse la compleja partura a través de su viola Stradivarius de 1672 de la que se dice que fue la primera creada por el más célebre de los luthiers, extrayendo con asombrosa naturalidad un sonido, en absoluto pequeño para un instrumento de época y, como es habitual en los afamados y carísimos instrumentos poseedores de un sonido único de gran calidez y corporeidad. El de viola es el último concierto escrito por compositor húngaro, de hecho, es un opus póstumo dividido en tres movimientos. Ya desde el primero, con una escritura orquestal minimalista, observamos el hecho de que la orquestación tuvo que ser “reconstruida” tras la muerte del compositor. Tamestit, Bleuse y la orquesta tradujeron perfectamente el misterio y cierta melancolía ensimismada del amplio primer movimiento Allegro moderato. Especialmente memorable fue el nostálgico movimiento lento con unos pianísimos de la cuerda de quitarse el sombrero y un movimiento final, Allegretto, presidido por un irresistible fraseo y unos ritmos marca de la casa en diálogo entre solista y orquesta. Intensos aplausos a Tamestit, que han de valorarse especialmente en una obra escasamente conocida por el público, condujeron a una muy breve propina en compañía del concertino Enrique Palomares.
Fantástica por lo sugerente y por la brillantez fue también la lectura de una gran obra de exhibición orquestal, la Rapsodia Española. Desde el misterio de la noche de su preludio a la suerte de suerte de apoteosis con que finaliza, a través de un sonido ancho y esmaltado, pero sin descontrol, pues ya estos magistrales compases contienen escrito el ritmo y las notas precisas para traducir en música la gracia y difícil rítmica de la Habanera y todo el frenesí a través de un complejo entramado contrapuntístico en la Feria con la que culmina la partitura. Asimismo, Bleuse y la orquesta mostraron la complicidad requerida para conducir a buen puerto el complejo fraseo, con los consiguientes rubatos, que demanda una lectura del excelente nivel ofrecido. De nuevo hay que citar el oboe de Mariano Esteban, aunque aquí también al resto de maderas en la Malagueña y la Habanera.
Si espectacular fue la Rapsodia, no lo fue menos una suite del Mandarín maravilloso de Bartók deslumbrante de principio a fin, con unos músicos en estado de gracia que, más que “salvar” los escollos que aparecen por todas partes, se les vio disfrutar de cada uno de los comprometidos “momentos” que Bartók les brinda en esta fabulosa partitura. Llama la atención que un músico autor de esta música pasara las últimas décadas de su existencia, si no en penuria sí asediado por las estrecheces. Es el Mandarín obra cumbre del expresionismo en su versión más humorística que cruda, y que nos remite a esas obras del movimiento pictórico centroeuropeo de entreguerras de Otto Dix o Georges Grosz, como en la obra Metrópolis de 1916-17, hoy en el Museo Thyssen, en la que se muestran la frenética vida de las ciudades inmersas en el frenesí de la modernidad.
Si la valse es una demostración de virtuosismo orquestal, el Mandarín no lo es sólo del conjunto, que también, sino de los solistas, a los que de forma individual, Bleuse hizo levantarse, de forma merecida, en el turno de saludos. Destacar de nuevo el oboe de Mariano Esteban que es solista en la Orquesta de la Radio de Berlín, el corno inglés de Iria Folgado titular en la Concerthaus también de Berlin, la flauta de Juan Ronda de la Real Sinfónica de Sevilla y en los timbales Rafael Gálvez de la ONE músicos que nos han visitado en esta ocasión. Asimismo, citaremos a los fagotes, los tres clarinetes, trompetas y especial reconocimiento para los trombones. ¡Bravo!