La clown valenciana estrena La vaca que riu en el Espacio Inestable
VALÈNCIA. Entre las perlas ultraderechistas pronunciadas por el presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, está la de reconocerse a favor de la tortura y asegurar que el pueblo también. Esta aseveración hará llevarse las manos a la cabeza a un buen puñado de nuestros lectores, pero no así a Patrícia Pardo, que ha constatado en los informes de la Coordinadora para la Prevención de la Tortura (CPDT) que en España hay una actitud laxa con el maltrato institucional. “Aquí también hay complicidad. Si la violencia se ejerce contra un delincuente, un preso o un migrante cerramos bastante los ojos”, lamenta la artista de circo.
Esta pasividad ha sido el sostén de su nueva obra, La vaca que riu, programada del 1 al 4 de noviembre en Espacio Inestable, como parte de las residencias 2018 del proyecto Graneros de creación del centro cultural.
La propuesta combina teatro documental, gesto y circo clásico. Los equilibrios, la farsa y el excentricismo del clown vuelven a tenderle una trampa al espectador, que cuando ya muestra los dientes en una amplia sonrisa, la congela en un rictus de estupor frente a la exposición de casos reales de violencia. El trabajo de documentación llevado a cabo por Pardo y su productora ejecutiva, Begoña Palazón, se nutre de investigaciones de la CPDT, entrevistas realizadas por el periodista y activista Miquel Ramos y testimonios recogidos por Alex Paya para su documental La Cifra Negra de la Violencia Institucional, donde se exponen casos probados de vulneraciones de derechos humanos por parte de funcionarios públicos en España.
“Todos pensamos que estas situaciones no se dan en nuestro país, pero mi sorpresa ha sido ver la gran cantidad de personas afectadas. Era algo que intuía, pero me ha llamado la atención la enorme impunidad, la connivencia de los estamentos político y judicial con sus indultos, con penas que no se ejecutan o que tardan años, con la continuidad de los CIE, con la falta de control en los centros de menores, con la gestión en la frontera sur…”, enumera la dramaturga y autora de la pieza.
En su opinión, ese potencial de violencia se concentra y potencia en posiciones de poder. “La continuidad de la autoridad, así como la falta de control sacan lo peor. Si la corrupción tapa la tortura, estamos encaminamos al peor de los estados, el policial”, teme la creadora, que en sus piezas ya ha explorado la violencia de género, la desigualdad y la migración a partir de los códigos del circo.
Esta contraposición entre el humor circense y una realidad que espanta encaja con las señas de identidad de la compañía de Patrícia Pardo, que siempre emplaza al espectador a un juego de contrastes. De este modo, en La vaca que riu, enfrenta la desesperanza que provocan los datos empíricos con el cuidado y el cariño del que también es capaz el ser humano. A la gravedad teórica le opone un optimismo metafórico, estético y sugerente.
La obra se adentra en la capacidad torturadora del ser humano, a la vez que la contrapone a la capacidad de cura; la posibilidad de la destrucción frente a la de la creación.
De este modo, La vaca que riu no se limita a denunciar, sino que sitúa un espejo ante el espectador para que se pregunte quién es o quién puede llegar a ser. El universo de la tortura, el maltrato y la muerte en contraste con la delicadeza, la fragilidad y el amor. Reflexión frente a emoción.
El cuidado que postulan desde el escenario se extiende de manera real a las butacas, por la presencia de la intérprete de signos Belén Pérez, que al igual que en el montaje Comissura, hará accesible las partes textuales de esta obra eminentemente gestual a la comunidad sorda. Así explica la decisión Pardo: “Hemos huido del una, grande y libre, y en su lugar, miramos a las pequeñas cosas. Es emocionante sumar otra lengua más en escena”.
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