VALÈNCIA. La damisela en apuros, el virtuoso ángel del hogar, la femme fatale, la solterona amargada… La tradición cinematográfica ha contribuido a consolidar un imaginario colectivo muy delimitado sobre qué debía y qué no debía ser una mujer, qué comportamientos eran deseables en ella y cuáles serían severamente castigados. Un catálogo de prototipos que conoce bien Pilar Aguilar (Siles, 1946), ensayista, escritora y crítica de cine que ha dedicado gran parte de su trayectoria a analizar minuciosamente los retratos de género que se realizan en la gran pantalla. Su meta está clara: hacer una enmienda a la totalidad a esos tópicos que atraviesan nuestra existencia.
Alérgica a las tibiezas y las lenguas velludas, Aguilar pasó este lunes por La Nau para dar una conferencia sobre su último libro Feminismo o barbarie (La Moderna, 2018), una selección de sus artículos publicados en prensa en los que apuesta por divulgar los principios feministas desde una perspectiva accesible y cercana. La sevillana no alberga ni un ápice de duda al respecto: si una aspira a marcar la diferencia, es necesario alcanzar a la mayor cantidad de población posible. “Tiene que haber análisis teórico, que utilice un lenguaje especializado y riguroso, claro. Pero a partir de ahí, y sin que esas premisas se desvirtúen, es necesario realizar un trabajo de difusión que se base en un mensaje y un lenguaje más directos. Además, la división en artículos cortos hace que la lectura sea más ágil”. Se trata, además, de textos que abrazan la comicidad y la sátira como recursos imprescindibles para escapar de la solemnidad y mostrarse más apetecibles. “Yo hablo de asuntos serios, pero, justo por eso, creo que hay que introducir el componente de humor e ironía. Es una forma de coger a quienes atacan al feminismo y ridiculizar su discurso, yo en eso no me corto un pelo”.
Para Aguilar, el feminismo supone, en esencia, “un cambio radical en la construcción de lo humano”. En este sentido, para ella no basta con aplicar unas cuantas reformas, sino que resulta imprescindible realizar una revolución integral en nuestra forma de vivir y de relacionarnos: “El planteamiento es desmontar el patriarcado, que no es simplemente aprobar una ley, sino desmontar todo un sistema de desigualdad, un sistema depredador”, apunta. Nada de unos retoques en la fachada, aquí se defiende actuar en los mismos cimientos del edificio social. La causa de género se suma así a otros activismos: “El planeta está exigiendo que cambiemos radicalmente en muchas cosas. Yo insisto en la militancia feminista, pero si nos cargamos el planeta, ni feminismo ni nada”, sentencia.
Construir nuevas miradas
Durante siglos, en el mundo del arte la mirada predominante y hegemónica, la única mirada validada y apta ha sido la masculina. Por ello, construir nuevas formas de observar, supone un reto de proporciones épicas: “si no conseguimos cambiar el relato, mal vamos. Luchando puntualmente por ciertas reivindicaciones concretas se avanza, lo estamos viendo, pero necesitamos que haya relatos que ejemplifiquen esos cambios, que los pongan a la vista de todos. Necesitamos películas, videojuegos o series que introduzcan esas nuevas formas de ser y estar en el mundo que ya existen”. “Muchas veces, los productos audiovisuales no reflejan la realidad que tenemos, sino que aluden a posiciones mucho más patriarcales”, señala Aguilar quien alerta sobre las consecuencias que este desequilibrio puede tener en la cotidianidad: “cuando a los chavales las ficciones les cuentan que por ser hombres son la repera, pero ven constantemente que la chica de al lado es igual que ellos, acaban desarrollando tensiones inconscientes que desembocan en agresividad. No soportan confrontarse con una realidad que desdice toda esa mitología que han ido absorbiendo desde pequeños”. La ficción cinematográfica y televisiva actúa así como un filtro a través del que percibimos el mundo que nos rodea y, por tanto, un poderoso agente a la hora de modelar nuestras opiniones y anhelos. “El relato audiovisual es uno de los elementos que educa las emociones y los sentimientos”, señala.
Pregunten a la amiga feminista que tengan más cerca: interiorizar la perspectiva de género implica indefectiblemente ir descubriendo rasgos sexistas en algunos de sus largometrajes y canciones favoritos. Situaciones, frases o roles que antes pasaban desapercibidos ahora hacen saltar una alarma interior. Una vez se han colocado las ‘gafas moradas’, la existencia nunca vuelve a ser igual y disfrutar de un título cualquiera de la cartelera puede llegar a convertirse en una odisea. Para Aguilar, en cualquier caso, vale la pena: “Hay cuestiones que se te caen, por supuesto, ya no te ríes de ciertas cosas porque dejan de hacerte gracia. Sin embargo, a cambio adquieres una inteligencia nueva, y eso siempre da mucho placer. Adquieres una forma más profunda de observar. El feminismo te desmonta y te desestabiliza, pero a la larga compensa: te abre puertas insospechadas”.
Según un estudio publicado en septiembre por la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA), estas únicamente participaron en el 24% de las películas realizadas en 2017. Una ausencia que Aguilar considera urgente corregir: “hacen falta más mujeres y ni siquiera es necesario que se trate de compañeras sensibilizadas con cuestiones de género -de hecho, no podemos exigir a las mujeres que sean feministas- pero la mera presencia de más mujeres hará que se enriquezca la mirada. A Pilar Miró, por ejemplo, le horrorizaba el feminismo, incluso hacía declaraciones bastante agresivas al respecto. Pero luego rueda El pájaro de la felicidad en el que describe un intento de violación y lo filma con repugnancia auténtica. En cambio, tienes otra película de la misma época, Salsa Rosa (dirigida por Manuel Gómez Pereira), donde también se produce esa escena pero el tono es de diversión…”. En la misma línea, trae a colación uno de sus últimos estudios, en los que comparaba las películas más vistas de los últimos años dirigidas por hombres y mujeres, “el corpus no tenía nada que ver con la ideología de los realizadores sino sobre quién había tenido más público. Descubrí que, en un porcentaje altísimo, en las películas dirigidas por chicas, la violencia contra la población femenina (y quienes la ejercían) quedaba reflejada como algo horrible y desagradable. En cambio, en el 75% de los casos de films rodados por hombres, la mirada era complaciente”. La clave, quizás, está en ese deseo de narrar con voz propia en lugar de seguir siendo el objeto narrado.