Gustavo Ramírez ha invitado a Eduardo Zúñiga y a Daniel Abreu a sumarse al espectáculo que celebra el décimo aniversario de su compañía
VALÈNCIA. Tito y Yaya son los nombres con los que Gustavo Ramírez llamaba a sus abuelos. Su patio lleno de flores fue el escenario en el que el coreógrafo alicantino ingenió sus primeros bailes, con vestuarios confeccionados por la madre de su madre. Cuando en 2006 decidió fundar su propia compañía, ambos habían fallecido, así que les dedicó el nombre, Proyecto Titoyaya, para seguir citándolos aunque ya no estaban, para poder hablar de ellos cada vez que le pregunten por el alias de su formación. Así ha sido durante una década. Y hasta en EE.UU. han pronunciado, con expresión dubitativa, a ambos receptores de su afecto.
En el décimo aniversario de la compañía, cofundada junto a Verónica García, la referencia a su infancia se ha extendido a un accesorio de la obra coral que lo celebra. Su pieza en Lluita culmina con una lluvia de pétalos, que permanecen en el escenario circular donde se representa y terminan hechas trizas en el suelo y manchando los pies de los bailarines de la última coreografía.
El montaje, programado mañana, 6 de abril, en la Sala Matilde Salvador, integra las propuestas de tres creadores. Por orden, Eduardo Zúñiga, Gustavo y Daniel Abreu. El título, aunque no es una síntesis de la trayectoria de Titoyaya, sí forma parte del balance.
“La lucha por sobrevivir es una de las constantes de una década de compañía, pero no es algo único. Dudo que la mayoría de formaciones valencianas vivan en exclusiva de la danza. En mi caso, trabajo en EE.UU y en el resto de Europa para no necesitar dinero con el que mantener mi proyecto personal”, aclara Ramírez, que a lo largo de su carrera ha sido distinguido con destacados galardones, como el Premi Ricard Moragas 1997, el Étoile de Ballet 2000, el Prix Dom Perignon 2001 y el Chicagoans of the Year 2012 en la categoría de danza.
La semilla de Lluita se plantó en 2014. Aquel año, Gustavo coreografió una obra para la compañía californiana No)one. Art House en Los Ángeles, titulada Recortes. El montaje carecía de escenografía y el público se dispuso en círculo, alrededor del elenco.
“En Titoyaya siempre hemos intentado hacer espectáculos diferentes –introduce el bailarín retirado-. Ya hemos hecho de calle, en pequeño y en gran formato, y nos faltaba un baile de proximidad”.
El remate llegó frente a la televisión. Un día, el coreógrafo prestó atención a un combate de sumo y al ring en el que tenía lugar. Le entusiasmó y empezó a documentarse sobre esta modalidad de lucha libre que es el deporte nacional de Japón. Al final, destiló la idea. Mantuvo el escenario en forma de dohyo, pero no el combate cuerpo a cuerpo. E invitó a otros dos coreógrafos a participar con sendas coreografías inspiradas en el concepto lucha.
Durante su aventura estadounidense, Ramírez trabajó durante tres años como director artístico de la compañía radicada en Chicago Luna Negra Dance Theater. En esta etapa conoció a Eduardo Zúñiga, bailarín chileno con una larga trayectoria en ballets como el State Street Ballet de Santa Bárbara, el Texas Ballet Theater, el Hubbard Street Dance Chicago, el Ballet Nacional de Santiago y el Lucerne Tanz Theater de Suiza. Ahora forma parte de Titoyaya y ha sido invitado a firmar la primera de las tres piezas que conforman Lluita.
Cuando Eduardo supo que en el espectáculo sólo iban a trabajar bailarinas, decidió investigar la lucha de la mujer. “No me quería meter en temas políticos ni sociales, así que me he basado en experiencias familiares, a partir de conversaciones con mis hermanas mayor y menor, para luego incorporar las vivencias personales de las bailarinas”, detalla.
Zúñiga, reconocido con el Joyce Award de Coreografía 2013, ha convertido en baile y línea temporal estas confidencias y las ha desplegado en un hogar imaginario dividido en tres estancias. Las protagonistas conviven en ese espacio común donde lo cotidiano se rompe con la marcha de una de ellas. Aunque la ausencia plasma la emigración de una de las hermanas del coreógrafo, el espectador puede realizar otro tipo de lecturas, y asociarlo a la muerte, a los desaparecidos durante el régimen militar en Chile o a la emancipación.
“Lo interesante es observar qué sucede cuando este vacío se genera en un sistema, y cómo se comparta el colectivo que ha perdido este elemento. Es una vivencia transversal, que a todos nos pasa, independientemente de su causa. Quizás hay un duelo, pero, luego, la vida sigue, lo que también es hermoso, así que he introducido la despedida y la resolución de ese adiós”, se explaya el bailarín, que para la cita de este jueves subirá al escenario porque una de las intérpretes, Yadira Fernández, se ha lesionado.
La disposición del público en la obra le ha supuesto un reto coreográfico. El hecho de que el escenario sea circular le ha llevado a ambicionar que todo el público perciba la atmósfera de la pieza, por lo que ha tenido en cuenta la mirada desde todos los ángulos.
Gustavo lo secunda: “Hay algo muy bonito en la cercanía, y es que la audiencia lo ve todo. En el patio de butacas se pierde el 99 % de los detalles y de los gestos. La visibilidad de Lluita es, total”.
El fundador de Titoyaya tomará el relevo sobre el ruedo escénico con una visión de la lucha de corte personal. “He querido explorar esos aspectos que nos desagradan de nosotros mismos, a los que tratas mal sin razón, pero resultan ser una faceta que nos aporta mucho. En vez de entenderla y darle su tiempo, tendemos a destruirla”, adelanta, de manera ambigua.
Durante el proceso de creación, el coreógrafo sabía cómo iba a empezar la pieza, pero desconocía su fin. Al término, ese diálogo consigo mismo ha acabado en reconciliación.
Para plasmarlo se sirve de dos bailarines que representan a un mismo ser. El dúo está conformado por un hombre y una mujer vestidos de manera idéntica. Durante la metafórica lucha contra uno mismo, los intérpretes se sirven de tallos de flores cuyos pétalos van cayendo al suelo durante el combate.
A Daniel Abreu le resulta simbólica la permanencia de los pétalos en el escenario cuando arranca su pieza, la última de la trilogía. “Le da otro nivel más rico, porque son los restos de lo que ha pasado antes y los rastros de la supervivencia. Sabía que las coreografías anteriores iban a afectar a la culminación de la obra, porque cada uno de nosotros aporta una visión distinta. Todo va sumando”, considera el bailarín y coreógrafo canario, Premio Nacional de Danza 2014 en la modalidad de creación.
El tinerfeño ya había colaborado previamente con Titoyaya. En concreto, en 2011, con la propuesta Línea horizontal, que giraba en torno al deseo. Gustavo Ramírez lo invitó a crear para la compañía valenciana tras quedarse impactado al ver su solo Perro en el extinto Teatro de los Manantiales.
Para su segunda colaboración, Abreu ha optado por plantear la lucha desde lo interno. La supervivencia es una idea muy presente en su obra. Ya la exploró en Animal y en la mencionada Perro. En esta ocasión, lo cuenta desde otro plano, en contraposición a su enfoque habitual: “No he querido meter ningún gesto de individualismo, muy presente en mis obras, sino plantear una lucha por la resistencia en el equipo”.
La disposición del público le pareció también un aliciente, aunque es un elemento que ya ha contemplado en sus obras, en el sentido de instar a sus intérpretes a jugar a cuatro bandas, aunque halla cuarta pared.
“En Lluita está todo mucho más desnudo y todos los planos cuentan, así que el movimiento debía ser más circular, porque la corporeidad va hacia todos lados”.
A pesar de que los trabajos de Gustavo y Daniel son muy diferentes a nivel estético, comparten un rasgo en el proceso creativo, el del intercambio con su elenco: “Trato siempre de conocer al equipo, cuáles son las energías que cada uno puede mover, y en función de lo que pueda llevar esbozado, llego a modificar mi idea original. Es un diálogo en el que estoy abierto a lo que tenga que suceder. Al fin y al cabo es un encuentro. Gustavo me ha hecho un regalo muy bonito”.