VALÈNCIA. Extraña, fascinante, cursi, vitalista, irritante, ingenua, arrolladora, original, tonta, excesiva, bella, mala, buena. Todo eso y más es Sense8, la inclasificable serie de las hermanas Lara y Lily Wachowski, cuyo último capítulo, un especial de dos horas y media, acaba de estrenar Netflix. Lo que está claro es que es distinta y que provoca cualquier cosa, adhesión o rechazo, pero nunca indiferencia. Y eso es porque no hay ninguna duda de la convicción y la sinceridad con que está hecha. La fiereza y la pasión con la que abraza su objetivo desarma. Es de esas series que, mientras la estás viendo, sobre todo la primera temporada, te preguntas ¿pero cómo puede ser que esto me esté gustando? Pues sí. Y no solo eso, es que hasta te está emocionando.
¿Y cuál es ese objetivo? La celebración de la diversidad y el elogio del amor como la fuerza motora del mundo y su única salvación. Ahí es nada. El título del último episodio, Amor Vincit Omnia (el amor todo lo vence) es inequívoco y lo resume a la perfección. Lo asombroso es que esta alabanza del amor está contada a tumba abierta, sin atisbo de cinismo ni doblez, de una forma que solo se puede definir como naif. Y honesta. En tiempos tan cínicos, en los que ser bueno se ha convertido en un insulto (¡no me seas buenista!), en los que difícilmente podemos creer en las buenas intenciones del prójimo y en los que, en el terreno de la ficción, parecemos disfrutar solamente con personajes malvados y retorcidos e historias oscuras y perversas, una obra como esta, con su defensa de lo mejor del ser humano y su espíritu lúdico festivo, nos desconcierta. Claro que el riesgo es enorme y la serie navega, inevitablemente, entre lo sublime y lo ridículo, elevándose a veces hasta lo primero y cayendo en lo segundo en alguna ocasión.
Sense8 va de la empatía, esa cualidad tan necesaria y tan de capa caída en nuestro mundo postindustrial y consumista, el del yoísmo y el quiérete a ti mismo. Ocho personas nacidas el mismo día, 8 de septiembre, que no se conocen y viven cada una en un lugar del mundo, descubren, tras tener visiones sobre la muerte de una mujer, que están conectadas entre sí y pueden sentir, pensar y saber todo lo que los otros siete sienten, piensan y saben. Son capaces de actuar como una única persona y comunicarse y compartir vivencias en cualquier situación y sitio. Son los sensates (senseight), una nueva etapa de la evolución del ser humano más allá del homo sapiens, llamada homo sensorius.
Lo mejor de la serie, ahí donde nos atrapa, es en la construcción de esos ocho personajes. En el grupo hay gente de diferentes culturas, razas, identidades y orientaciones sexuales, pero la diversidad no acaba en ello, puesto que tienen personalidades bien diferentes y situaciones vitales muy distintas entre sí. El relato incluye una persecución de los protagonistas por parte de otro sensate empeñado en utilizar su poder para dominar el mundo, pero lo que verdaderamente nos importa es el modo en que se enfrentan a su nueva condición y cómo comienzan a compartir sus capacidades y sus vidas, cada uno desde su entorno.
El grupo lo forman Will, un policía de Chicago; Riley, una solitaria DJ islandesa; Nomi, una hacktivista transexual y lesbiana que vive en San Francisco con su pareja; Kala, una farmacéutica de Bombay muy cumplidora de las tradiciones; Wolfgang, un ladrón alemán de turbio pasado; Capheus, un conductor de autobús de Nairobi que intenta salir de la pobreza; Sun Bak, una empresaria y experta en artes marciales de Seúl; y Lito, un actor mexicano que oculta su homosexualidad al público para no perjudicar su carrera (interpretado, estupendamente, por el castellonense Miguel Ángel Silvestre).
La variedad de personajes y situaciones lleva también a una curiosa y desprejuiciada mezcla de géneros, que parte de la ciencia ficción a la que se adscribe, pero que ofrece también acción, erotismo, intriga, romance, melodrama, cine social, sobre todo a través del personaje de Capheus, o comedia, muy especialmente en el tratamiento de la historia de Lito, aunque no solo. Además, a los sensates hay que añadir sus acompañantes, sapiens normalitos, sin poderes, que aceptan la situación hasta límites insospechados (no hay más que ver, no spoilers, lo que sucede con el marido de Kala) y que también resultan interesantes en sí mismos, como Amanita, la pareja de Nomi y, sobre todo, el trío que forman Lito, su amado Hernando y su amiga Daniela, cuya interacción daría para un spinof en forma de sitcom la mar de entretenida.
Cómo no amarles en su desconcierto y en su honestidad, en el modo atropellado en que aprenden a manejar sus capacidades o en la forma apasionada en la que se lanzan a vivir la aventura. Además, todos ellos, sensorius y sapiens, hacen estallar estereotipos y clichés continuamente. El único problema es que, el hecho de que nos interesen tanto los personaje hace que, desgraciadamente, la serie vaya de más a menos, al ir centrándose en el enfrentamiento con su enemigo y en resolver el misterio que les rodea, mientras va dejando de lado sus vidas cotidianas. Pero aun así, y más allá de las estimulantes e inolvidables escenas de sexo grupal que nos regala, la serie ofrece, hasta su final, momentazos de los personajes por separado o juntos. Extravagante y desigual, está llamada a convertirse, sin dudarlo, en serie de culto.
A través de la extraña historia de los sensates nos dice que es posible superar cualquier diferencia y que lo que nos une es mucho más que lo que nos separa; que la mayoría de las cosas que nos preocupan son transitorias, espejismos que nos hacen perder de vista lo esencial. Sí, puede que resulte muy elemental el mensaje, pero no por ello hay que dejar de repetirlo dada la tozudez con la que tendemos a olvidarlo.
Y es que Sense8, con su alegato sobre el amor y la empatía y su buenismo desarmante, es también una serie política. Bueno, todas lo son, porque no hay obra cultural que no tenga una dimensión política, solo que aquí es un poquito más evidente y está en su intención mostrarlo. Lo es porque plantea de forma totalmente consciente un discurso sobre la diferencia, que es una celebración, en todos los sentidos de la expresión, de la diversidad; porque llama a la acción colectiva, al poder del grupo, a la necesidad de aprender a actuar conjuntamente desde la unión y la igualdad; porque no renuncia a la provocación y a desafiar nuestras convicciones: ¡ese dildo arco iris! En fin, bienvenida sea esta serie extravagante, rara y desigual empeñada en mostrar lo mejor y más bello del ser humano. ¡Qué bonito sería vivir en el mundo de los Sense8!