DEBUTA COMO TITULAR DE LA ORQUESTA DE VALÈNCIA

Ramón Tébar: “La única diferencia entre el ‘sistema venezolano’ y el valenciano es que nosotros no se lo hemos vendido al mundo"

22/12/2017 - 

VALÈNCIA. Hace apenas tres años Ramón Tébar (València, 1978) podía haber comentado durante la cena de Nochebuena que no era profeta en su tierra. Ese cena, junto a sus familiares, podría haberse celebrado en Estados Unidos ya que, a causa de sus compromisos, algunas veces ha tenido que pedirles que viajaran para compartir tiempo. Sin embargo, este año se comerá los turrones en casa. Lo hará después de una semana de ensayos y concierto –todas las entradas vendidas– con la Orquesta de València, por primera vez como su director artístico y musical. Lo hará también tras las dos últimas representaciones de Don Carlo en el Palau de Les Arts. 

Tébar no solo le ha dado la vuelta a la idea del profeta en su tierra: cuenta con un apoyo unánime por parte de los responsables culturales de los dos grandes auditorios de la Comunitat. Con tanto interés por su figura que su fichaje por la OV levantó el celo del dimisionario Davide Livermore, a quien el director valenciano le agradece haberle convertido en el principal invitado de Les Arts. Ahora combinará su actividad en ambos centros musicales con la dirección artística de la Opera Naples, ser el principal director de la Florida Gran Opera y manteniéndose al frente de la Palm Beach Symphony. 

Aunque la actual será una primera temporada un tanto atípica con la OV –solo la dirigirá este viernes y el próximo 9 de febrero, con obras de Shostakóvich, Prokofiev y Rachmáninov–, Tébar ya trabaja en la institución musical que tiene en mente. Ésta será el resultado de dos mundos: aquel en el que se formó como pianista e inicio su carrera, el de València, y el otro en el que durante 15 años ha crecido como director y aprendido como gestor; Estados Unidos. Aprovechamos la llegada de este día "tan especial" en su trayectoria para conversar con él.

-¿Cuál es su primer recuerdo del Palau de la Música?
-Lo recuerdo perfectamente. La primera vez fue una Pasión según San Mateo (Bach). Una obra fuerte, larga, pero que me cautivó. Recuerdo que estaba en la tribuna de la izquierda. Ya había escuchado muchos conciertos en Lliria porque mis padres tenían una casa allí, pero esa experiencia me cautivó.

-¿Qué edad tenía?
-10 u 11 años.

-En Lliria podía ver conciertos de banda, pero usted no ha formado parte de las Sociedades Musicales. En su familia tampoco hay músicos. ¿Como músico valenciano y teniendo en cuenta eso, siempre se ha sentido diferente?
-Sí, un outsider en ese sentido. Desde siempre. Pero, ojo, en mi casa no hay músicos, pero hay mucha musicalidad. 

-¿Cómo han vivido ellos toda su evolución profesional?
-Como no son músicos, han vivido todas las etapas como una novedad constante. Era algo nuevo para mí y para ellos. Me acuerdo que ellos tenían la ilusión de que, si quería seguir estudiando música, acabase siendo profesor de conservatorio. Que lograse una plaza para quedarme aquí. También recuerdo que cuando tenía 13 o 14 años fueron a preguntarle a un profesor si creía que podría ganarme la vida como músico. Sin duda, les preocupaba. 

-Y poco a poco vieron que sí era posible.
-Recuerdo también con total nitidez que después de mi primer concierto alguien me puso el dinero en un sobre y me lo metió en la chaqueta; llegué a casa y dije que me habían metido algo, que se debían haber equivocado. Para mí cobrar por la música era impensable. Yo tocaba porque me gustaba. Nunca pensé en ganarme la vida con esto siendo pequeño, porque entonces uno no piensa en esas cosas. 

-Luego se ha sucedido una carrera vertiginosa. Al menos en la consecución de nuevos objetivos. ¿Hay una estrategia marcada y una gran planificación detrás?
-Nunca he planificado nada y ahora tampoco lo hago. Organizo lo que viene y admito que me he puesto retos. Por ejemplo, más o menos, cada cinco años me propongo un gran reto. Cuando empecé a dirigir, por ejemplo. Nunca pensé que iba a dirigir. Después de dirigir, a cinco años, pensé que debía intentar tener una orquesta. Y así. 

-¿Nunca quiso ser director de orquesta o nunca supo que lo sería?
-Nunca quise. No lo pensaba. En mi familia también me lo decían. Pero una cosa llega detrás de la otra. Sé que cuando estaba con músicos más o menos los guiaba. Ya había ademanes y algunos compañeros me decían, 'tú ya eres director'. A día de hoy yo no sé qué es ser director. Sé qué es ser músico o no serlo. Y, luego, hay gente más activa o menos en los ensayos. Hay músicos que son más proclives a proponer ideas y otros a adoptarlas. Pero lo único que cambia son los gestos, que no son distintos a los que usamos para hablar, para expresarnos. 

-Hace dos años y medio su apellido no circulaba por València y ahora tiene compromiso con sus dos grandes orquestas. ¿Se siente profeta en su tierra?
-No me quiero creer que eso sea así... por superstición. Lo que sé es que yo no he venido a llamar a la puerta. Me han llamado. Cuando estaba en Estados Unidos, Helga Schmidt se acercó tres veces, aunque no se concretara ningún proyecto. Y hubo una época en la que sí pensaba que no vendría, pero no era nada pesado ni triste. El mundo es muy grande. De repente, en 2015, hago la sustitución de Nabucco en Les Arts y seis meses después debuto con la OV. Y así se fragua esto. Ahora digo que tengo tres casas: la mía, Les Arts y el Palau de la Música. Ese es mi momento, aunque dentro de 5 o 10 años puede que desaparezca durante otros 15 o 20 más.

-¿Cree que ahora se enfrenta a un doble reto a partir del juicio por su condición de director valenciano?
-Lo creo totalmente, porque se escucha mucho en la prensa que la gente se refiere a 'lo valenciano' como algo peyorativo. Algo regional, local... yo, para empezar, estoy orgulloso de todo eso, pero quiero decir que en el MET de Nueva York, su director es neoyorkino, que en la mayoría de teatros alemanes, sus directores son alemanes. Nadie les cuestiona por eso. Y parece que hay gente que el tema de ser valenciano lo interprete desde un complejo. Cuando me ofrecieron trabajo desde Estados Unidos no lo hicieron porque fuera valenciano. Cuando Montserrat Caballé me llevó como pianista de gira por todo el mundo no me eligió por ser valenciano. ¿Si nadie antes me ha elegido por ello, por qué ahora sí? ¿Por qué ahora sí se ha de tener en cuenta? Creo que es un complejo, sin más. Este mundo va de si tienes talento, si tienes potencial, o si no tienes nada. Y resulta que los valencianos también podemos tener talento o potencial como los nacidos en cualquier otra parte del mundo.

-Sobre la relación de València y la música hay una idea latente que es la de si la sociedad interpreta que la creación musical es algo casi natural. Es decir, que como hay una gran cantidad de músicos, como es tan orgánico que haya bandas, quizá se le resta importancia cuando esas mismas personas llegan a etapas profesionales. ¿Qué opina usted de ello?
-Yo descubrí el mundo de las bandas casi cuando había llegado al conservatorio. Era un bicho raro, como ya hemos hablado. Pero creo que hay algo de cierto en eso, en que muchos den por hecho que la música es algo que está como si nada, que lo hace cualquiera porque muchos de los que le rodean están en una banda. Los valencianos ahí justo tenemos una vis que no hemos sabido explotar. Porque mucha gente conoce el 'sistema venezolano' y habla de milagro. ¿Qué milagro? ¡Pero si nosotros llevamos aquí siglos con miles de músicos en cada pueblo! La única diferencia entre el 'sistema venezolano'n y el valenciano es que nosotros no se lo hemos vendido al mundo. Necesitamos estudiarlo y vendérselo al mundo. Porque aquí tenemos un grandísima cantera que nutre de profesionales al mundo. Ahora, con mi nombramiento, veo que hay como una ola de ligar unos cuantos nombres y hablar de una generación de músicos 'especiales'. Si salimos tantos músicos buenos es porque hubo un caldo de cultivo. Me da rabia que haya otros sitios que lo hayan sabido vender y nosotros, ¿qué? Nos lo hemos quedado para nosotros. Parece el secreto mejor guardado... [ríe]. ¡Vamos a explotarlo!

-Habla de planes. ¿Cuáles son los suyos para la OV?
-No puedo avanzar mucho porque lo estamos ultimando para presentar, pero creo que hay algunos proyectos ya muy claros. Tengo claras algunas cosas que sé que no se han hecho aquí. Son ideas importantes, pero que ya he visto o vivido en otros lugares del mundo. En la música clásica, sinceramente, creo que está todo inventado. Se habla constantemente de atraer a los nuevos públicos, etcétera. Esa idea está muy clara, pero también me gustaría incentivar la creación musical dentro de la orquesta, que haya margen para meter mano, que no nos seamos intocables y que no nos vean como una pieza de museo. Que se rompa esa cuarta pared [por primera vez, este viernes, seis abonados asistirán al ensayo general desde el mismo escenario].

-Habla de la idea de museo ligada a la música clásica. Los museos, precisamente, están en una crisis constante replanteándose cuál es su papel en la actualidad. ¿Cree que las orquestas también deben de hacerlo?
-Bueno, lo que está claro es que los modelos están cambiando. Las orquestas ya no son percibidas solo como orquestas. Las orquestas son también su equipo técnico, su departamento de marketing... hay un montón de personas sin las que no venderíamos ni un ticket. Porque esto ya no va solo de los que estamos aquí tocando. Creo que los músicos hemos creído durante mucho tiempo que éramos el centro de todo, pero formamos parte de una cadena más larga. Por poner un ejemplo exagerado: qué más da que seas la Filarmónica de Berlín si no te dejas ver. Está claro que mi misión aquí es subir el nivel artístico y ayudar en ese sentido, por supuesto, pero si nos quedamos en casa no sirve de nada. Creo que la OV tiene que ser más protagonista en España porque estamos a nivel. Antes salir era habitual. 

-¿Lo considera una anomalía? ¿Por qué cree que ha pasado?
-No sé por qué ha pasado exactamente porque he estado fuera 15 años. Y no sé exactamente si es una anomalía. Hay orquestas que no salen, como Córdoba o Málaga, pero, claro, ¡son pequeñas! Nosotros somos la tercera ciudad de España y somos una ciudad musical. No tenemos una representación proporcional de salidas fuera. Debemos estar ahí, a nivel nacional y, luego, ojalá, fuera. Claro que me encantaría poder hablar de planes pronto para Alemania, China, Rusia...


-Ya que habla de planes y movimientos de escala internacional, usted no ha limitado sus compromisos. ¿Todavía hay margen en su agenda?

-Todo aquello con lo que estoy comprometido, cabe. Admito que he aprendido a elegir en los últimos años, cada vez más. He educado el no, aprendiendo de los errores en gran medida. Sobre todo, de aquellas cosas que he hecho porque decía que sí a todo y que, después de la experiencia, me llevan a no repetir. Pero me guío muchísimo por la intuición. Igual que en la música. Cuando en València se me acercaron de Les Arts entendí que era el momento por intuición. Y aquí estoy. 

-Ha vivido desde fuera el nacimiento y los años de apogeo casi instantáneo de Les Arts. También su caída y hasta su momento actual. Desde fuera, ¿sentía que se había equivocado yéndose y que, quizá, debería haberlo intentado en su ciudad?
-Acompañé en incontables audiciones a Zubin Mehta y Lorin Maazel. Él mismo me ofreció quedarme como pianista y, luego, me acuerdo muchísimo, me dio un consejo: me dijo, vete a Estados Unidos. Yo ya había recibido mi contrato en Palm Beach y él me dijo, vete allí, porque tendrás más oportunidades. Claro, Palm Beach es mucho más pequeño comparado con la monumentalidad de Les Arts por espacio y programación. Pero Maazel me dijo en castellano, mejor ser cabeza de ratón que cola de león. Lo recuerdo mucho. 

-¿Cómo veía aquellos primeros años desde allí?
-Es cierto que, a veces lo veía... cuando actuaron Roberto Alagna y Angela Gheorghiu. ¡Angela, que luego he trabajado tanto con ella! Y tenía muchísima añoranza. Recuerdo aquel concierto retransmitido que vi desde allí, mientras hacía una paella porque allí era mediodía. Y me sentí una vez más un outsider. Pensé en que si no me habría equivocado y tendría que estar en mi ciudad. Pero, bueno, las cosas vienen porque tienen que venir y entonces debía estar allí.

-Se marchó a Estados Unidos y allí ha desarrollado fuertes lazos con distintos teatros. Cuéntenos, ¿qué es interesante de aquel modelo y qué aplicaría al nuestro?
-El modelo es totalmente diferente. Totalmente. Todo privado. Ni un penique de los gobiernos. Por esa parte, hay algo positivo: la comunidad, la sociedad, se implica. Allí saben que si quieren cultura se tienen que rascar el bolsillo. Esa parte me gusta. No me gusta la parte de que el gobierno se despreocupe. En el caso de la clásica es que ellos creen que esa no es su música. Su música es el jazz. Aquí tenemos el modelo contrario: 100% dinero de los gobiernos. Y eso es negativo. Es positivo porque la música se considere un derecho. Algo que forma parte de nuestra historia, de nuestra genética social y que se tiene que preservar. Pero yo creo que eso también forma parte de esas cosas que aquí damos por hechas. Y así es como vamos perdiendo público y no hacemos por recuperarlo. Cuando el grifo del dinero está abierto suceda lo que suceda con el público, se acaba programando de espaldas al público. Y aquí tenemos el grifo abierto. Tenemos esa tentación. 

-¿Cuál es el modelo idóneo para usted?´
-Para mí el modelo idóneo no es ni ni otro. Está bien que las instituciones garanticen derechos, pero también es la sociedad la que debe exigirlo. No los músicos, la sociedad. Entender eso. Pero son muy distintas... En Estados Unidos, he de decirlo, a mí nadie me ha pedido una entrada gratis en 15 años...

-Se habla sin acabar de resolverse la idea de una serie de leyes de mecenazgo. ¿Qué soluciones ve usted?
-Se ha hablado mucho de la Ley de Mecenazgo, pero hay que impulsarla. Aquí, en València, y en España. En València somos importantes como orquesta. Vamos a implicar a las empresas que están aquí. Vamos a decirles que no vengan solo a exprimir esta tierra, sus capitales, sus personas. Que se impliquen porque hay que sacar productividad a través de obras sociales y culturales. Se tienen que implicar. Sobre todo porque yo creo que si logramos eso podremos desahogar a los gobiernos y que estos redistribuyan ayudas a los que menos pueden. Y si consigues cinco millones, pues que sean esos cinco que deja de invertir la Administración en ti porque debe atender otras cuestiones. 

-En relación a la sociedad y pensando en la música, ¿qué es lo que más le preocupa?
-La educación musical. Se está perdiendo en la educación general. Esto lo digo mucho, pero he de repetirlo: a todos los humanos se les enseña a leer. Se da por hecho que van a leer toda la vida, pero cuando acaban su etapa formativa, nadie lee. En cambio, el 100% de las personas viven rodeadas de música, excepto las sordas. Diariamente, viven rodeados de música. en el taxi, en el ascensor, en el restaurante, en las series, en un concierto... saben leer, pero no tienen ni idea de ese otro lenguaje que les rodea toda la vida. No hablo de músicos profesionales si no de saber lo que ahí sucede. 

-La cultura parece no estar considerada como algo imprescindible para la sociedad actual. ¿Por qué ese descrédito?
-La cultura es una de las pocas cosas intangibles que tenemos. No es una empresa produciendo exactamente. Todo es tangible y, en el caso de la música, intangible por completo. Por ejemplo, en la plástica si hay algo muy tangible. Un cuadro es un Picasso aunque su autor haya muerto. Sin embargo, ¿qué es la Sinfonía n.º 1 de Mahler? No es nada. ¿Una partitura? Eso no vale nada. Solo existe cuando la interpretamos y en el recuerdo de lo vivido. La cultura vive esa realidad intangible al mismo tiempo que todo el mundo parece querer controlar la cultura. ¿Por qué? Bueno, controlar lo que hace sentir es un poco como controlar las almas. Es una tentación por controlar el poder y eso es atractivo para muchos.

-Ha elegido precisamente la Sinfonía n.º 1 de Mahler para este debut. ¿Por qué?
-Es una obra muy simbólica porque nace de la naturaleza. Es el despertar después del largo invierno y el triunfo del héroe. No de Spider-man, sino de cada uno de nosotros, de nuestros valores concretos. Es un mensaje muy importante en un mundo que se debate entre la vulgaridad y la frivolidad, con sus líderes mundiales jugando a ver quién aprieta antes el botoncito de provocar al otro. Mahler nos reenfoca en la lucha diaria, esa que parece que no se consigue, pero llega. Es la lucha contra la sociedad que nos pone todo fácil. Contra la sociedad de consumo. Es una lucha que nos da motivos para reaccionar ante ese estado de hibernación en el que vivimos.

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