Teatre del Temple estrena una versión actualizada del clásico de Calderón de la Barca en Sagunt a Escena
VALÈNCIA. El soliloquio más famoso de los estudiados en Secundaria, con permiso de La canción del pirata de Espronceda, sube a escena este próximo 26 de agosto en el Teatro Romano de Sagunto. En sus tablas resonarán versos tantas veces recitados como “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción”, arraigados en las meninges escolares como la propiedad conmutativa.
La compañía de Zaragoza Teatro del Temple ha montado una versión actualizada de La vida es sueño, pero los hay que aguijoneados por el recuerdo de los codos hincados durante la adolescencia, se resisten a la representación de la obra maestra de Calderón de la Barca.
“Los iconos suelen estar construidos desde la aproximación personal, el prejuicio o una idea que se nos queda de un personaje o de un pasaje de una obra, luego resulta que profundizas y encuentras que si han pervivido es porque esconden algo importante”, defiende el director del montaje, Carlos Martín.
Aquí va una terna de razones para reafirmar o reconciliarse con el clásico áureo, de gran trascendencia filosófica, política y escénica.
Los estudiosos han hallado en la peripecia vital del príncipe Segismundo influencias del cuento de El durmiente despierto, de Las mil y una noches, del relato medieval Barlaam y Josafat, que es una versión cristiana de la leyenda de Buda, y del mito de la caverna de Platón.
El antihéroe de nuestro Siglo de Oro guarda semejanzas así mismo con Hamlet. Segismundo no le va a la zaga en sustancia y raigambre existencial al príncipe de Dinamarca. Ambos son herederos desposeídos, ambos declaman monólogos henchidos de angustia, amargura y dudas sobre la condición humana. Son dos príncipes destronados, traicionados por sus progenitores, desengañados. ¿Por qué, entonces, si no hay versión de Hamlet que no termine en lleno teatral, nos resistimos a revisar sobre nuestro clásico patrio?
Así lo consideraba Calixto Bieito en 2000, cuando acometió por segunda ocasión la pieza insignia de Calderón. "Es una de las obras teatrales más extraordinarias de la literatura universal, es perfecta, yo diría que es nuestro Hamlet". E iba más lejos en sus declaraciones a El País, “el de Shakespeare es un intento genial no acabado, y La vida es sueño está absolutamente acabada, es poesía, puro teatro y pura relojería”.
Martín va incluso más allá y proyecta su mirada hacia un clásico contemporáneo de la ciencia ficción, Matrix.
El protagonista de la trilogía de las hermanas Wachowski descubre, como Segismundo, haber estado viviendo en un universo alternativo. Neo ha experimentado como real un sueño cimentado en realidad virtual. El príncipe de Polonia creado por Calderón de la Barca, por su parte, no conoce otro mundo que el de la torre en la que permanece encerrado por su padre desde que al nacer, las estrellas vaticinaran que se convertiría en un rey tirano y despiadado que destronaría a su mayor.
“Es un ser humano encarcelado desde su niñez, oculto del mundo. No sabe las razones de su reclusión ni se las pregunta, y desarrolla un recorrido personal importante, en el que ha de decidir entre el destino y el libre albedrío”, resume el director de la propuesta.
Teatro del Temple ha sumado 22 años de experiencia antes de atreverse con unos versos tan presentes en el imaginario español como los de La vida es sueño. Hasta Luis Eduardo Aute tomó prestada una estrofa del segundo monólogo de Segismundo para trastocarlo en su tema en tributo al séptimo arte Cine, cine.
La compañía zaragozana ha esperado a estar madura para aproximarse a esta obra magna que considera una deuda pendiente, por ser “uno de sus textos de referencia”.
Su versión mantiene el equilibrio entre lo clásico y lo actual. A su dinamismo ayudan las soluciones escenográficas y la presencia de siete actores permanentemente sobre el escenario, con José Luis Esteban al frente, en el rol de Segismundo.
Los intérpretes son los que operan la escenografía. De este modo, el público asiste a la transformación del escenario a partir del accionado de plataformas. “Hemos ideado un espacio de claroscuro donde, según cómo estén iluminadas las telas suspendidas y las argollas, nos hallamos en las catacumbas del mundo subterráneo de Segismundo o en la corte de su padre, el rey Basilio”, detalla Carlos Martín.
Este contraste sirve para destacar una dualidad extrapolable a cualquier periodo histórico desde que el hombre es hombre, la del pulso entre generaciones.
“Hay un mundo que pertenece a Basilio y tiene que ver con lo mágico y lo telúrico. La suya es una generación que quiere permanecer inmóvil. El mundo de Segismundo es, en cambio, underground y tiene que ver con lo revolucionario, con algo diferente que quiere desarrollarse y salir a la luz. Es un pulso entre padre e hijo”, se explaya el director.
La lectura filosófica se trenza con la política. Segismundo sale victorioso de una batalla que no quiere ni desea. El padre encerró al hijo por los malos augurios y finalmente la profecía se ha cumplido, el príncipe le ha arrebatado el trono. “Estamos ante la evolución del ser humano –aplaude Martín-. Segismundo no defiende un mundo basado en la superstición, sino otro nuevo donde se inicia el raciocinio. Decide controlar sus apetencias de venganza y amorosas. Augura una nueva reflexión ante la violencia”.
Entre la acción y la cadencia de los versos, el espectador no tiene tiempo para aburrirse. El dramaturgo Alfonso Plou ha intervenido en el texto “reduciendo algunos pasajes demasiado narrativos para favorecer el ritmo dramático, también actualizando algunas formas verbales y clarificando desde una óptica contemporánea pero atemporal algunas metáforas”, detallan desde la compañía.
Los interrogantes se suceden, pero la reflexión resulta dinámica por la ágil evolución de la trama, llena de escenas de acción. “La vida es sueño no es sólo la cárcel y la corte, también hay una doble trama amorosa y política, y una batalla entre cortesanos y revolucionarios”, destaca el director.
Las décimas de Calderón fluyen y adquieren ritmo. Para subrayarlo, la compañía ha incorporado a un músico en directo, Gonzalo Alonso, que juega con las sonoridades de los versos recitados por los actores a partir del uso de percusión métalica, flautas, sitar eléctrico…
Y todo, sin perder el espíritu del original. “La obra es tremendamente filosófica –expone Martín-. Recoge toda la esencia de la reflexión del ser humano: la libertad y el designio, la realidad y la irrealidad, lo onírico, la imagen de uno mismo… Todo el cúmulo de dualidades está lleno de referencias y de apuntes que renuevan espiritualmente al espectador al instarle a hacerse preguntas”.
Algo debe tener la versión cuando la han bendecido ya en los principales foros estivales, los festivales de Almagro, Olmedo, Cáceres y Olite.